El poeta Salvador Madrid en su estudio en Gracias, Lempira
Es una vieja discusión que se actualiza todo el tiempo en
países en crisis constate como el nuestro; pero nos corresponde a los creadores
refrescar la memoria sobre el marginamiento institucional para valorar la
cultura como esencia del imaginario de los pueblos y su importancia en el desarrollo
humano, en el bienestar y en la edificación de un espíritu ciudadano que nos permita
crear el país del futuro.
Creo que es deslealtad a si mismo cuando un creador por
comodidad no enfrenta estas discusiones y se vuelve artificio o engranaje de la
propaganda política. Ese dilema sagrado del creador al servicio de una causa
perfecta o incuestionable, lo creo mutilado, tenebroso y utilitario; no digo
que un creador no debe comprometerse, todo lo contrario debe estar comprometido
permanentemente con la libertad y hacer frente a cualquier tipo de poder que
intente borrar una necesidad básica como el pan y la medicina: hablo de la
cultura y sus espacios.
Entre muchas razones para hablar de lo complicado que es ser
un artista, escritor o lo peor, gestor cultural, en Honduras, sin perder la
perspectiva sobre las discusiones de la cultura como derecho y conservando la
dignidad en tiempos tan difíciles, quizá hay dos que me motivan a primera vista
y a las que me aferro inmediatamente como hondureño: la más importante es que
soy un ciudadano que amo este país, trabajo todos los días y pago impuestos; la
segunda razón, soy un ciudadano escritor, gestor cultural y me interesa de
manera esencial el comportamiento del gobierno respecto al uso de los recursos que
pueden (deberían) dirigirse al sector cultura.
El dúo Violetas de Mache en el Festival de Los Confines
Como los que le han antecedido, el actual gobierno, fracasó
en sus primeros cuatro años en materia de inversión y fomento de la cultura hondureña;
borró de un tajo a la Secretaría de Cultura, dejando apenas una Dirección de
Cultura, cuya mediocridad no vale la pena discutir y cuyos personeros, ni
saben, ni conocen, ni comprenden la vida cultural e intelectual de este país. No
se creó ni una política cultural de Estado que alentara la creación, la
profesionalización, la protección, el rescate o valorización de la vida
sensible del hondureño. No se realizó ni un proyecto editorial serio una
publicación, ni un museo, ni una escuela de arte, ni un festival que
involucrará a los verdaderos actores culturales, ni un programa de becas o
residencias para escritores o artistas, ni recursos de infraestructura o
programáticos a la red de casas de la cultura del país, ni un apoyo a las
bibliotecas existentes, ni se creó ninguna biblioteca, ni una inversión a
mediano plazo en los principales eventos culturales del país que
paradójicamente son referencia internacional y son la poca buena imagen que
tenemos.
El empresario Pedro Escalante lanzando el Premio Nacional de Poesía Los Confines
Por supuesto, hay que decir que los males de la vida cultural
hondureña, no surgieron en los últimos cuatro años de gobierno; pero si
intensificaron su crisis. Una mala estrategia ha sido salir con una imagen de
país turístico y maquillar nuestras desgracias (alta tasa de asesinatos,
violaciones de Derechos Humanos, pésima educación, hambre, miseria, crecimiento
de la pobreza y de la extrema pobreza, caída del producto interno bruto,
endeudamiento externo, feminicidio, narcotráfico, corrupción, migración,
supongo que las remesas ya superaron el producto interno bruto o ya casi lo
superan, etc.) a través del márquetin, presentando una Honduras colorida,
humilde, sedienta de abrazar al turista; el lio con esto es que no hay una
inversión real en el turismo y mucho menos en la cultura. No hay una estrategia
de crecimiento en artesanías, producción local, apoyo a artistas locales,
emprendedurismo cultural, empresas culturales, estudios de investigación sobre
las costumbres y tradiciones, programas culturales, no hay investigaciones
sobre la gastronomía indígena y criolla o su alta expresión sincrética que bien
puede generarnos una posición en el mundo gourmet de los alimentos. Lo que veo
es apenas un activismo lastimero, eventillos aislados, migajas dispersas de
pequeños fondos que se disipan y una politización de todas las acciones o
espacios culturales del Estado que deberían ser ocupados por ciudadanos que
comprendan las dinámicas del arte, la cultura y la expresión humana en sus
dimensiones histórica, social, antropológica y lo más importante, económica.
Es una ironía, pero cada vez más Honduras ofrece tiendas de
ropa usada como traje representativo; arroz chino, pollo chuco por platos
típicos y ferias plagadas de plástico, hojalatería china, narcocorridos y mala
cumbia. Así de mal estamos. La idea de una Honduras para quedarse es un mito,
una obscenidad que les conviene repetir a quienes hacen el márquetin del
gobierno y ganan millones en eso, dejando a la deriva a nuestra empresa mayor,
siempre en quiebra y siempre latente en nuestras esperanzas de ciudadanos.
Si hay una aliada esencial del turismo es la cultura porque
le da contenido a lo que se ofrece, de este modo el márquetin adquiere sentido:
se convierte en instrumento para demostrar las virtudes territoriales y humanas
de un espacio de vida y no en la sinuosa malicia para justificar la mediocridad
y hacer creer que vivimos en un país donde campea la hermosura de manera
idílica.
El poeta Armando Maldonado leyendo en las montañas de Lempira en las bibliotecas de Plan International Honduras
“Dadme a Honduras, magnifica y terrible” dice el poeta Jorge
Federico Travieso, implica ofrecer la hermosura y la verdad. Los países que he
visitado y son exitosos en materia de cultura y turismo, no esconden nada, se
exponen; por supuesto que esos gobiernos hacen esfuerzos más grandes que los
nuestros, pero uno puede ver sus altos logros y también las carencias y la
manera como trabajan para superarlas; en ese sentido uno no juzga mal, sino que
comprende las acciones y procesos del Estado y el objetivo beneficioso que se
alcanzará en el tiempo.
Llega el momento en que es necesario avanzar y exigir que los
gobiernos hondureños observen en la cultura no sólo la posibilidad de mostrar
lo mejor del país, sino que es un inexplorado espacio de inversión económica y
social. Por supuesto que podemos vender y crecer con la cultura, generar
riqueza, educar, fortalecer nuestras identidades y avanzar en la comprensión
del ser humano hondureño. Sólo la cultura permite acercar las lejanías, las
diferencias y amar un territorio. El orgullo nacional y los imaginarios
colectivos se conectan mejor con los ciudadanos en la medida que se conozca y
se disfrute de la cultura; pero esto no es tan idealista como la gente cree,
requiere de inversión.
La empresaria Frónica Miedema de Hotel Guancascos lanzado una exposición de Dilcia Cortés
La clase política en general utiliza la cultura para
ornamentar sus discursillos, sus propuestas, maquillar su mediocridad y vender
una imagen sensible, pero no hay más que una acción utilitaria, no invierten en
las condiciones que permiten el crecimiento cultural. Entiendo que en todo esto
la política es una invitada incómoda, pero eso tampoco debe escandalizarnos,
siempre y cuando nos preguntemos si “¿La política es ya una rama de la
industria del entretenimiento?” (Octavio Paz) o está ahí para permitir la
voluntad y el entusiasmo por el progreso.
Entiendo que hay un temor intrínseco en el tema cultural
(como en la buena educación) que supone que los países que avanzan al respecto
generan ciudadanos con mayor conciencia de su mundo y también se vuelven
exigentes de los que rectoran el Estado, ese miedo es estúpido y retrograda.
Es el país de las pesadillas, es verdad, pero eso no impide
que despertemos y que nos arriesguemos de nuevo a cerrar los ojos para soñar.
La poeta Venus Mejía compartiendo sus libros con niñas y niños de las Bibliotecas de Plan International Honduras
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