Fabricio Estrada es uno de los poetas
más emblemáticos de la poesía hondureña; ha logrado, a buen pulso y ritmo,
configurar una geografía poética universal, desde el riesgo propio, desde el
experimento y sobre todo desde su rebeldía no sólo como poeta sino como ser
humano.
La poesía de Estrada tiene de fondo
una fuerza verbal que hace resplandecer sus imágenes y en la que hay mucha
relación con la oralidad y con cierta retórica del discurso clásico, dos centros
que permiten, por un lado, nombrar con espontaneidad unos hechos poéticos, y
por otro lado, darles un tono grave en el énfasis, casi siempre en un plano de
primera persona, lo que trae como resultado una evocación activa o la
puntualización enérgica que propone y exige una confrontación directa entre el
lector y la poesía.
Su obra cruza ese paisaje de las
utopías y mucha de su fuerza surge de ellas y de los conflictos de su vocación
ideológica, una tensión vital de su poesía que indaga, explora y ensaya con
amplia libertad individual, política y creativa.
Sus primeros libros están impregnados
de una poesía urbana donde la memoria de la infancia, el paisaje del sur de
Honduras, la ceguedad del anonimato y la vocación por salvar al hombre de la
historia oficialista y homogénea, edifican un lugar más digno dentro de un
devenir dialectico donde de objeto del relato, el hombre se eleva a sujeto de
la existencia.
Recientemente el sello editorial independiente Public Pervert de México ha publicado el libro “Sur del mediodía” del poeta Fabricio Estrada,
una colección de poemas breves que vuelve sobre una geografía simbólica,
enlazada entre los viajes, las lecturas, la duermevela, la sorpresa de un
viajero que oscila entre la temporalidad de lo vivido y las aspiraciones de la
vida, una bitácora donde la vida cotidiana se impregna por el hiperrealismo y
no por la mirada ingenua de lo mágico, desatándose así un torbellino de
imágenes propias del poeta y nuestras por compartir experiencias paralelas o
similares. Es un libro memorable cuya brevedad nos deja el sabor de leer más
sobre esta faceta de Estrada que es una especie de balanza o medida de una
poética que se desborda o que se desbordará seguramente en otro libro.
Es interesante cuánto ha ganado
Estrada: presencia y carácter, sobriedad y tenacidad en el poema; esencialidad
pura en el discurso en oposición a algún exceso retorico, la ironía precisa y
de transparente fineza, pero sobretodo es la puesta en escena de un lenguaje
poético novedoso, contemporáneo totalmente y destructor de los moldes
generacionales, además de decantado respecto a las euforias y los exabruptos de
muchas expresiones literarias que se duermen en los laureles o que se avasallan
ante la moda; es decir, Fabricio Estrada, es un poeta de su tiempo que convoca
todos los tiempos posibles, una voz que no se escucha por el ruido o el grito,
sino porque se adueña de su madurez y permite ver que la totalidad de su obra
ha sido (y es) búsqueda y certeza, y así de ese modo, hasta estar de frente
otra vez, como todos los días, ante el oficio de vivir.
POEMAS
DE “SUR DEL MEDIODÍA” DE FABRICIO ESTRADA
De los grandes territorios que
completan
el círculo del vacío
y
de los cuales muchos pueblos discuten
su
nombre y fe
se
prolonga uno en particular
hacia
lo más profundo de sí mismo,
como
una montaña que se derrumba
y
vuelve a regurgitar sus peñascos.
El
primero de los pueblos,
del
cual existen apenas dispersas reseñas
hubo
de extinguirse
como
el mural que recibe humo diario en los santuarios
o
como una mujer que,
ante
el abismo del amor
danza
con los ojos vendados.
Después
llegaron los bosques y por siglos
delimitaron,
contuvieron,
dieron
lengua simple
y
costumbres umbrías a los cazadores.
Existen
todavía
al
pie de los osarios principales
aldeas
que veneran un silencio prístino
que
no se encuentra en ningún otro lugar.
Su
comercio es tratado como prodigio,
como
lástima,
como
un favor o voto de tristeza.
Esta
es la geografía de lo extraño,
de
lo que pocos cuentan en sus cartas de viaje
y
a lo que yo doy mucho crédito
ante
los mapas vacíos.
Más vital que el río es la carretera.
Para la gente del
sur
la carretera
es más antigua que
el río.
Por las noches
la gente del sur
afina el oído
y sabe por el
zumbido qué tipo de pez
flota en el
corazón de los autos.
Algunas noches
saben que la inundación se aproxima
y preparan las
redes
y los neumáticos
coloridos
y la comida
que no se
encuentra en el río
sino en la
corriente de asfalto.
La gente del sur
nunca muere
ahogada:
muere en los
camiones que nunca regresan
o en las fauces de
un pez
que de pronto se
les fue encima
con los ojos
apagados.
Hice tratos
con
los que coleccionan fotos
de
familiares presos.
Yo
mismo ayudé a ordenar sus recortes.
Soy
de hierro.
El
sur, mi enorme imán.
Algo
se agrupa en mi corazón de lata,
alcancía
de balas.
Llevo,
también,
la
estampa de un familiar preso y golpeado,
la
primera de una torva colección de vanidades.
Soy
de hierro,
tengo
a mi ojo dando vueltas en la ruleta.
Ayer
me perdí en las ventas de ropa usada,
perdí
mi suerte más no el disfraz.
Era
un necesitado,
pedía
rebajas mientras rechinaba
la
mandíbula oxidada.
Varios
niños vinieron a mí con su abrazo
pero
yo era de lata,
cortaba.
Mañana
recontarán las urnas
donde
fui elegido payaso.
Nadie
admite la ley suprema
que
hace de un místico un payaso.
La
gente hizo filas interminables.
Fui
elegido
espantapájaros
de hojalata.
3
¿Quién
come toda esa comida
que
desperdician en las películas?
¿Quién
prepara la sangre
que
estalla en la cabeza del actor
y
que luego se sirve
como
salsa
en
el almuerzo de los extras?
4
¡Oh,
satélite, todopoderoso!
Tú
que estás en los cielos
¿qué
escuchas?
¿nuestros
pecados?
6:50 pm (ante los cambistas)
¿Cuántas veces regresé del
banco
con
un dulce en la lengua,
con
el saldo vacío ahorrado por mi tristeza?
Dólares,
Pesos, Quetzales, Colones,
Euros,
Yenes, Lempiras…
me
sentía a punto de encontrar
el
secreto de un grano de azúcar,
sentía
que en un grano de azúcar
se
podía esconder
la
piedra fundamental de la amargura,
el
cubo flotante que estallaba sobre el mar
y
salpicaba de islas
el
sueño de todos los náufragos.
Decirles
no en cingalés,
decirles
no gracias en francés,
decirles
no en español, no, NO tengo ni para volver…
pero
insistentes volvían a mí con sus billetes,
con
las cifras ausentes de mi banco
con
las deudas insalvables
unos
tras otros en sucesivas lenguas
y
el oleaje dentro de mi boca
ahogaba
excusas y plegarias.
Veía
la
dulce arenilla de la caña
creando
sílabas en su ventisca.
Todas mis ruinas conducen a
Roma.
Déjame
ir en busca de ellas,
hacerles
un museo.
Circa del 93
Amaba
la poesía, esculpía aceras…
Todo
fue borrado por los vándalos.
Circa del 98
Vi
por primera vez la lluvia.
Toda
nube fue saqueada por los vándalos.
Circa del 2000
La
más hermosa ballena de sal
fue
llevada de plaza en plaza,
hecha
santuario, amada.
Toda
ella sobrevivió a los vándalos.
Circa del 2005
Vi
la partición del día y la noche,
la
espera glacial en la isla de los godos
y
los mimos elevados a categoría de héroes.
Todas
sus estatuas
fueron
derribadas por los vándalos.
Circa del 2009
Vi
el mar con infinita atención,
vi
oleadas de piratas saqueando las costas
y
los vándalos pasaron al África,
ejercieron
dominio
y
bebieron hasta quedar ciegos
en
los bares de Hipona.
He
despertado al sentir las escobillas
limpiando
mi agrietada nariz.
El
funcionario de aduana me pide el pasaporte.
Dormía
en el estrato 4 y aparecí
-ya
duchado e iluminado- bajo los fríos reflectores.
“¿De dónde es usted?
¿Para quién escribe?
¿Cuánta tierra le tomará para
volver a su tierra?”
Pocos
se habrán sentido más viejos que yo,
una
ruina sin glorias
que
conduce a la nada.
Pero
no era de la poesía que quería hablar.
Había algo menos transcendente
y no exigía palabras
porque hablar no es un texto que se recompone
y comienza a ser signo
hablar es la grafía de una mujer sola en una
montaña
por ejemplo
o la transparente sinuosidad de un río en su último
hilo
no
no era poesía a pesar de ella
no era poesía a pesar de mí
quería al menos definirme ante el espectáculo final
de la carne
carne palpitante y explosiva
sudoración
carne tenue que sentía el frío y la molienda del
tiempo
como suele ser cuando no hay testigo ni
testimonios.
Soy un hilo que dejó de seguir la trama, rompí los
mapas
y así hago
mi camisa
con la que salgo varias veces al día
imantado
cubierto del polvo de los tornos
hecho a mano por un grafito gigantesco
que sólo marca lugares, rutas
o bosquejos.
Soy un punto, tal vez.
La conversación no era de poesía.
Era del silencio.
El
sur queda a la izquierda,
el norte a la derecha.
A la derecha la osa polar
al sur la cruz del sur.
A la derecha las señales de no acelerar,
las estaciones solitarias,
el frío retén de los inmigrantes.
El sur tiene siempre fronteras con otro sur
y los pájaros lo saben
y no descansan hasta dar con él.
Yo siempre elijo las ventanillas que dan al
sur.
Por la derecha suben siempre los policías,
por la izquierda
emigran los pájaros.