No puede ser de otro modo, la pintura de Rendón, o
más bien, su lenguaje, le viene de una amalgama primaria que lo define no sólo
técnicamente sino conceptualmente: si uno ve su proceso encontrará sobre la
tela esa mancha violenta, brusca, sucia y en continuo movimiento, escarbando la
sorpresa y el desasosiego, hasta volverse un basamento en que luego el dibujo
de un trazo grueso consolida y que se perfecciona con otras capas de pintura de
colores casi sombríos a excepción del amarillo que no se deja ver de una manera
pura en ese crisol del lienzo.
Este proceso creativo nos confronta con un universo
de personajes cuyos contornos desaparecen, se funden entre trazos libres o se
impregnan de una acumulación casi matérica de la pintura: miradas vacías,
evocaciones, conjuntos cuyo ritualismo es impuro, disposiciones narrativas
dadas por fondos o disposición de elementos; unas veces el lenguaje nos devela
lecturas directas que resuelven un diálogo plano o una narrativa lineal; sin
embargo, en otras ocasiones, el lenguaje de Rendón se interna en distancias
subjetivas más cercanas a la contemplación, un lenguaje enmarañado y denso;
surge así la interrogación reflexiva que exige más del espectador. Esas formas
de personajes casi como paisajes desolados, melancólicos, incapaces de
comunicarse unos a otros, cercanos a la máscara y no a los rostros, otros
sospechosos, algunos casi carnavalescos, pero todos ausentes son una forma de
mutismo que los delata y los dispersa, aún cuando parecieran que están tan
cerca.
Rendón pertenece a esa generación que configura la
pintura hondureña y cuya formación académica se vio enriquecida por
experiencias culturales que serían determinantes para nuestro arte como los lenguajes de la
Vanguardia europea, las lecturas del Boom Latinoamericano, las novelas de Ramón
Amaya Amador o la poesía de Roberto Sosa, por ejemplo. Pintores que imprimen a
la pintura de las últimas tres décadas del siglo pasado sellos tan
personalísimos y riesgos experimentales que muchas veces fueron mal
interpretados desde los puritanismos académicos; lenguajes nuevos para
nosotros, pero que ya formaban parte de la tradición europea; sin embargo, la
característica vital de estos pintores es que no sólo supieron resolver
técnicamente aquel primer reto de “encontrar su lenguaje” sino de dialogar e
integrar nuestra realidad como tierra: llámese paisaje, situaciones, tradición,
acciones, política, simbología, historia, injusticia social, en fin, más que
aquel calificativo de conciencia social, arte constestario o programa estético,
fundaron lenguajes pictóricos universales desde nuestra realidad, lo que se
puede definir como pintores que realmente “fundaron
una realidad estética” y que dispusieron la posibilidad de un futuro que
parió a la nueva pintura contemporánea y al Arte Contemporáneo.
Rendón nace en 1941 en Gracias, Lempira, una ciudad
colonial y de una fuerte tradición ligada a la presencia de los descendientes
de los lencas; al sincretismo, al cacicazgo y la violencia de inicios de siglo;
romántica y salvaje, una ciudad marcada por el mito de la maldición de El
Bulero, la migración de sus antiguas familias, la llegada de otras que
hospedadas por el signo político configuraron una riqueza basada en la
acumulación de tierras y bienes de los que surgiría una producción agraria de
café y los granos básicos, el compadrazgo político cerril y voraz, un mundo
rural que miraba más a la Edad Media que al futuro y del que surgirían drásticas
referencias del conservadurismo; en esa ciudad de extraña belleza, de una paz
casi sospechosa, pero que sin duda prometía inocencia se desarrolla la infancia
del artista que goza de la provincia y sin duda se empapa de imágenes que en la
etapa de madurez de su pintura serán determinantes, especialmente las que tiene
que ver con las tradiciones locales que luego extrapola y desarraiga de su
origen, induciéndolas a formar parte de la vida contemporánea expresada en sus
lienzos, sin perder aquel primer significado, creando así una pintura ecléctica
con una fuerza narrativa remarcada, el uso de símbolos de la tradición
mesoamericana especialmente de la cultura olmeca, azteca, maya y lenca.
“Guancascos” es una muestra que se exhibe en
Gracias, Lempira y en palabras del pintor “es una forma de la nostalgia”, pero
esa nostalgia no es pasiva, pues aunque el guancasco representa un pacto
pacificador entre dos pueblos, en este caso estamos ante la suma de encuentros
entre el artista y su mundo o los mundos posibles de la realidad y su vida; de
este modo el guancasco se desarraiga de aquella primera noción y se eleva de
ser experiencia colectiva a una experiencia individual muy íntima. Un artista
ante la memoria y ante el devenir. En este recorrido la pintura posibilita
ingresar a un imaginario artístico retrospectivo que marca una etapa de la
pintura hondureña y que desde luego expresa su consolidación a través del
oficio.
Nos queda celebrar el regreso de Cesar Rendón a la
ciudad de Gracias para entregar por dos semanas a su gente una magnifica
muestra pictórica y rememorar su trabajo y su vida. La ciudad puede sentir ese
orgullo que a veces pierde o que infla demasiado al sólo producir espumajo
político, puede recordarle al país su hondura más auténtica, la expresión de
sus artistas, y esta vez, este diciembre del año dos mil catorce, recordar que
sus tres grandes artistas respiran en sus calles: Mito Galeano que recién cerró
su genial muestra “Pichinguitos” y trabaja su nueva exposición; Byron Mejía,
que a inicio de año expuso su brillante “Apología del Poder” recién ingresado a
la Colección de la UNESCO y César Rendón, referencia permanente de nuestra
pintura que hoy nos brinda su exposición “Guancascos”; ellos y dos jóvenes
artistas más que prometen: Julia Galeano que tan buena expectativa ha
despertado con su muestra de pintura contemporánea “Historias en blanco” y
Porfirio Benítez de quien esperamos noticias después de su exhibición de
escultura en pequeño formato “Indagaciones al barro” discursan en este
permanente aquí.
A estos artistas, la vida intelectual me ha permitido
acompañarles y tengo por cada uno respeto y gratitud. Yo digo que vale la pena
ver sus obras, escuchar sus inquietudes y beber ese café en los viejos
corredores coloniales de la antañona Gracias.