Digo que ese hombre de mirada triste
y algo parca, solitario por vocación, buscador de buen café, hondo lector; ese
huraño que en sus conversaciones suelta ciertos guiños sobre Dennis Arita (otro
solitario y nuestro mejor narrador de inicios de siglo), digo yo que es una de
las mejores plumas de la poesía hondureña.
Y no hay riesgo alguno: sus dos
libros “La blanca hierba de la noche” y “La secreta voz de las aguas” más que
una evidencia del oficio de un poeta, son referencias necesarias para los
lectores y creadores hondureños. Hablamos aquí de Marco Antonio Madrid “un poeta de poetas” que escribe “un lenguaje que se mueve, con gran
versatilidad y eficacia, entre la gravedad y la transparencia” como escribiría de él Leonel Alvarado en la
introducción de una publicación sobre la nueva poesía hondureña en una revista
norteamericana.
Marco Antonio Madrid ha publicado
esos dos libros de poesía, sin escándalo alguno, sin privilegiar la espera
tampoco, simplemente a cumplido a ese llamado de su propia voluntad; y de ese
modo, en estos años, se ha ganado el respeto como poeta. El reconocimiento le
llegó por “La blanca hierba de la noche” publicado en el año dos mil, donde
indagó el mito clásico griego, su poética se eleva universalmente, en tanto qué
el mito deja de ser una referencia que se visita con cierto cultismo o como
hilaridad narrativa, y el poeta desde su realidad contemporánea indaga esa
realidad antigua a la que apela la simbología mitológica; es en cierto modo
preguntar desde la aséptica soledad del hombre contemporáneo sobre la esencia
perdida, sobre la orfandad misma, ya extraviada en los laberintos de la salvaje
soledad del hombre antiguo.
Tuvieron que pasar diez años para
tener noticias de Marco Antonio Madrid; en el año 2010 aparecería su segundo
libro “La Secreta voz de las aguas” donde hay referencias a las preocupaciones
constantes del poeta: la soledad del hombre, lo efímero, el amor, el
pensamiento humano ante lo eterno; pero también entra en escena la memoria
personalísima del poeta, sus recuerdos íntimos, tratados con magistral
universalidad y ternura, sin mancharlos de esa nostalgia ingenua, chauvinista,
cursi o de romanticismo pastoso, más que un homenaje a un tiempo o de
sacralizar los instantes que la memoria elige para ser combustible de nuestra
vida, el poeta funda un mundo particular donde sobreviven en imágenes las
nociones de ese primer tiempo, de esa inocencia que libre e intacta se arriesga
a dar los primeros pasos ante el laberinto del tiempo que invita a perderse de
una vez en las grandes preguntas de la caída o a ver el sol desde las ruinas
resplandecientes.
POEMAS
DE MARCO ANTONIO MADRID
ÍCARO
No
escuches el esplendor de ese cielo.
Tu
destino está junto al polvo de este sueño.
Voraz
es el camino donde el hombre
ha
perdido la inocencia.
Nadie
asciende con una mancha de limo en su costado
REMANSO
El
hombre pasa.
Su
palabra queda temblando
un instante sobre el agua,
un
instante,
después
es una lágrima.
Un
instante nada más,
un
instante sobre el agua.
El
hombre pasa.
El
sol es alto en sus pupilas
y
el viento robusto
en
su mirada.
¿No
escuchas el incesante batir
de
unas olas en su sangre?
¿El
canto transitorio de las aves
surcando
la memoria?
¿El
reproche de unas huellas,
el
antiguo rencor de sus pisadas?
El
hombre pasa.
El
sol se apaga dejando un remanso de sombras
en
sus labios,
y
no hay sueños,
ni
mundos que pueda redimir,
ni
credos que lo salven.
Tan
sólo hay una herida
que
sangra en su costado,
y
sus palabras,
lágrimas
disueltas sobre el agua.
JUNTO AL
ÚLTIMO SOL
Hundo mis manos
en la última luz de la tarde.
Busco en ella
quizá tan sólo
el fervor de un
recuerdo.
El fruto que nos
llama desde el fondo de las aguas.
La huella feliz
que espera a lo lejos
el retorno de mi
planta.
La luna colgada
en los naranjos.
La soledad de
aquellos patios.
Hundo mis manos
en la última luz de la tarde.
¡Y todo está
aquí!
Felizmente
impalpable.
Como el fuego
que yace en la memoria.
Como el vuelo
reposado de las aguas.
Como el tiempo
que me sueña
junto a la
palabra que desciende
y me nombra.
DESDÉMONA
A Juan Ramón Molina
No despiertes,
Desdémona.
Deja el amor
volver a sus orígenes
como el vuelo
pequeño de las aves o como la brisa
de una llama
inexpugnable.
No despiertes,
aquí tan sólo hay arenas.
Arenas para el
tálamo insufrible, arenas para el reino,
arenas
inasibles. Si, sólo arenas tan vastas como el mar.
En vano será el
afán de buscar otros nombres.
De una vez para
siempre es Orfeo quien canta.
Viene y se va.
Reiner Maria
Rilke
Habrás
llegado tú, tierna Eurídice,
limpia
ya de toda sombra.
Habrás
llegado a palpar las llagas del vencido.
En
las frías alamedas, mi cabeza
es
tan sólo la lejana contemplación de algún astro.
Me
defiendo de la noche
tratando
de esquivar la marea de esas hojas
que
el viento arrastra hasta mis ojos;
el
agua estallando en la osamenta del mundo
es
tan frágil en mis huesos.
La
lluvia cae, y mi mano
roza
la piel de algún camino.
Nada
soy entre infectadas amapolas,
sobre
esta corriente humana
que
se hunde en el tedio de la urbe.
Entre
el asfalto y la vendimia,
sobre
la crueldad del fiero mármol,
no
escucharé, el dulce canto de la lira.
El
fuego lunar de las Ménades ha gastado estos muros.
Devastados
los imperios,
muero
y sueño junto al rumor espeso de los siglos.
Muero
en el sueño de esa boca núbil
que
ardorosa remonta la corriente
y
me llama y me sueña.
El
amor une en ti mis pedazos, tierna Eurídice,
limpia
ya de toda sombra.
VIENTO DE MAYO
Hoy la nostalgia
tiene el color
de estos barcos
que han vuelto
para morir en la
soledad de los muelles.
Hoy es mayo, hace
frío y el viento
esparce la lluvia
de ayer que ha quedado
prendida en las
hojas de un árbol.
Yo escucho el agua
que vuelve,
la gaviota que
cruza como un pensamiento
lejano, yo escucho
la tierra y el rencor
y el silencio que
muerde el corazón
de la niebla, la
bandera de un sueño
y su amarga ceniza
y quisiera un
fuego, una hoguera
para incinerar la
tristeza, una brizna
de ti junto a este
mar de la infamia.
Pero sólo escucho
el golpe del agua entre el cielo
gris de las
piedras.
Y entonces dejo
fluir tu nombre en mis labios
como un río
lejano, como esa lluvia
de ayer, como ese
viento de mayo.