He leído artículos con enunciados en
contra de los poetas hondureños, especialmente sobre la generación que se
consolida por su obra y que asumirá el relevo generacional en los próximos años.
Comprendo que no todos los poetas
comparten formas de ver la vida, la política o la poesía. Pero eso es normal.
Nadie debe asustarse: fue, es y será siempre así. Tampoco hay que
escandalizarse por algunos excesos de esos seres un tanto anárquicos, odiados o
amados, que aún en medio de las mezquindades ofrecen en sus palabras una
posibilidad de lectura de nuestra circunstancia en el mundo.
La poesía hondureña contemporánea pasa
uno de sus mejores momentos. Es difícil visualizarla a plenitud por el ruido y
la broza que la cerca intencionalmente con la idea de suplantarla. Hablo de
esas miles de almas decadentes que se autodenominan y se auto validan hoy en
día como “poetas” y no sé que más cosas. Nunca antes ha habido tantos tecnicismos
y tecnócratas para la poesía. La fiebre contemporánea del primer mundo, que
allá es hermosa, llegó aquí y mutó en una peligrosa enfermedad tropical al
mezclarse con el lumpen y los hipsters con plan prepago en el móvil, creando
una generación de locos con causa, un movimiento digno de cualquier
especialista en fenómenos bizarros.
Pero decíamos que hay una generación
que se establece con características diferentes a las generaciones anteriores,
donde el canon y el proselitismo ideológico generaba un espíritu un tanto
homogéneo que la volvía totalmente moldeable o predecible, y fueron muy pocos
los casos (brillantes para suerte de nuestra historia literaria) que dieron un
salto estético superior.
Es un país de pocos poetas; lástima que
el abuso del enfoque sociológico, la falta de lecturas, la ideología y el
proselitismo político, nos crearon una idea absurda: Honduras está llena de
poetas. Eso es falso. Está llena de gente loca que se cree poeta. Lo que sí es
cierto es que en Honduras hay poetas extraordinarios, no son multitudes, pero
son esenciales y uno puede detenerse en cualquier lugar del mundo con sus
obras, y es más que seguro, que saldrá bien librado de cualquier valoración.
En la actualidad, nuestra poesía es
plural; se abre a otras experiencias, no sólo a las políticas; pues explora con
otra óptica viejos temas literarios y nuevos afanes del mundo contemporáneo. La
era digital, a la que de algún modo se resistió, le favorecerá en el futuro. La
mayoría de estos poetas son migrantes digitales, algunos optaron por estudiar o
vivir en el extranjero, poseen altos niveles académicos y los que no, son
magníficos lectores y están enterados de cuánto sucede, no sólo en la
literatura, sino en la política, en la filosofía y en la ciencia.
Yolany Martínez, poeta y académica hondureña
Es importante destacar que es tiempo de
hacer revisiones a fondo de la historia de la poesía hondureña y darles su
lugar a las poetas. Durante mucho tiempo fueron literalmente borradas. Más allá
de las discusiones de género (que son importantísimas porque nos recuerdan la
búsqueda de la justicia y la lucha contra la exclusión) son voces referenciales
que permanecen y permanecerán, aunque haya un empeño intencional de
determinarlas como hacedoras de orden menor.
Dentro de la generación joven, cuando
se habla de poesía con mayúscula, con gravedad y seriedad, un buen lector o
alguien que se precie de ser crítico y que tenga referencias universales de la
literatura, dará una opinión asertiva sobre la poesía escrita por mujeres en
Honduras. El hecho que no las tomen en cuenta no le resta a importancia a su
producción, y al momento de hacer análisis literarios se debe ser más
responsable. No se trata sólo de apuntar a la igualdad numérica, sino al
reconocimiento de una sensibilidad que posee su propia fuerza y más allá de la
caracterización, nos permite asumir un lenguaje que siempre ha estado ahí. No
se debe negar que el canon se ha establecido para resaltar y marginar. Igual ha
sucedido con la producción centroamericana marginada por el canon europeo;
bueno, no digamos europeo, español al menos. Lo importante es generar reflexión
desde un ejercicio crítico para alejarnos del maniqueísmo, que al verse descubierto,
intenta, desde la estética del canon “dar un espacio a las mujeres”, eso es
perverso y mediocre.
Cuando se trata de poesía, el tema también
da para ser responsables. Es un país de muchas imposturas e impostores: la
poesía no se salva de eso. Es un país de pocos poetas y de muchos locos, he
dicho antes. Incuso los locos se podrían clasificar: hay algunos que estudian
literatura, se vuelven profesores universitarios o de educación media y se
transforman en tecnócratas.
No hay nada más complejo que una loca o
un loco que se crea poeta (eso es peor que un poeta loco). Terrible cosa:
exigen toda la atención posible, se suman a todas las causas, las posibles y
las imposibles, se auto victimizan para validarse; cada mediocridad o estupidez
que se les ocurre debe respetarse y celebrarse porque de lo contrario te
etiquetan como un germen al que debe destruir la libertad inquisidora que
prolifera en estos días.
Perla Rivera, poeta hondureña realiza una lectura en el FILPC
Veo o escucho a "poetas" que
dicen "mi obra" y ni siquiera han publicado un libro o al menos una
muestra representativa en la web. No tienen ni un poema que sea trascendente.
Veo que hacen hasta cien lecturas al mes, que hablan con una propiedad
monumental e insisten cada día en banalizar la poesía como si este arte sólo
requiere hipo inspirador, pujidos románticos, indignación a rajatabla, cuchicheo
con música de fondo, mostrar las nalgas o proyectarse en la panza un video, enojo
con espuma en la boca, enjuague ideológico, enlazar palabras, chisporrotear sinestesias
baladíes y hacer piñatas de palabras a las que llaman poemas.
Cuando pienso en los grandes poetas de Honduras,
los veo casi anónimos y silenciosos. Sus libros son piezas de culto, gente que
trabaja y lee, con los que se puede sostener brillantes conversaciones. Sus
lecturas son memorables, tienen una conciencia absoluta de sus habilidades y
van más allá de ellas; son asombrosos y su rebeldía es resplandeciente, no sólo
pueden escribir, sino que saben leer los libros y el tiempo que habitan. Paradójicamente
no dan talleres de creación literaria, casi nunca leen en público sus poemas,
no hacen proselitismo para ser invitados a festivales, no piden premios, pocos
son docentes (no sé si admirarles o reprocharles, pues deberían estar en
espacios culturales y educativos del país), no pierden el tiempo en naderías,
no fotocopian el realismo sucio y saben que ser malditos va más allá de leer al
buen Bukowski.
Tiempos raros estos donde si no eres poeta
en facebook no eres nadie. Pero no hay que preocuparse; en el fondo las redes
sociales pueden hacernos caer en un espejismo de la democracia. Si se piensa
bien, apenas son un placebo de la libertad, y por supuesto ese universo placebo,
permite a muchos locos creerse poetas.
Lo importante, estimado y culto lector,
es que usted valore y conozca a los grandes poetas de Honduras, le aseguro que
con un poco de reflexión y paciencia le será fácil, y lo mejor, le causará
alegría y esperanza.
El gran poeta León Leiva Gallardo, una de las voces de la diáspora hondureña, vital y esencial en nuestra poesía
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