La pandemia del coronavirus ha apresurado las discusiones
pendientes para plantearnos la idea de un futuro donde todo fluye a través de
la conexión en la red, volviéndonos parte del gran juego virtual, totalmente
desterritorializado, con un lenguaje común, nuevos códigos y símbolos. Una
suerte de universo estandarizado, es decir, la gran promesa de la democracia,
pero también el gran señuelo de los totalitarismos y del fascismo.
En el Siglo XX la ficción proponía miradas de lo
tecnológico como una prolongación del cuerpo, también propuso lecturas de
vericuetos más complejos, por ejemplo, la vigilancia social, la perdida de la
privacidad o de la intimidad, el control obsesivo, la duda de las fuentes de
conocimiento, el pánico social como anzuelo para que creamos en la necesidad
del Estado y de la existencia del poder.
En estos relatos sociales hay un poder, visible o
camuflajeado, que manipula la vida: en la “Trilogía de los sonámbulos” de Broch
es la transición del capital y la transformación de la clase dominante, en “El
castillo” de Kafka es el sistema social y cultural minimizando al individuo, en
“1984” de Orwell es la vigilancia, la manipulación política, la morbosidad del
poder, y en el panóptico de Foucault es el poder que gestiona su
control invadiendo o permeando todos los aspectos de los seres humanos (no sólo
sociales, culturales, sino sexuales) hasta aplastarlos por el miedo que
finalmente no le permite al hombre y a
la mujer liberarse y más bien autorregulan su comportamiento para no ser
“castigados”.
Si usted no cree esto, vea Honduras en la actual
crisis sanitaria: los políticos suplantan a los científicos, un activista que
no terminó la educación media desautoriza a un estudioso con dos doctorados en
ciencia, el gobierno no protege, manipula y aprovecha la crisis para controlar,
violenta los Derechos Humanos, los laborales, extrae miles de millones de
lempiras cuyo destino nunca será fiscalizado, impone la desinformación, el
terror, y las pocas ayudas que llegan a las comunidades sólo se entregan a los
correligionarios del partido de poder. En conclusión, hay una manipulación de
conciencias que no nos permite ver que la gran peste que estamos sufriendo los
hondureños no es el coronavirus sino la putrefacción del régimen más obsceno y
corrupto de la historia de Honduras. En la crisis no se toman medidas para
proteger los derechos sino para debilitarlos.
No importa el dios que se levanta y manipula, lo
cierto es que la red también puede ser un gran panóptico con la diferencia que
el futuro nos sorprendió pronto y que ingresamos a la red no por alguna condena,
sino por voluntad propia. Si, la hemos admitido o invitado a ser nuestro ángel
de la guarda.
La idea de estas palabras no es satanizar la
tecnología, ni la virtualidad, ni mucho menos decir que es mala, sino más bien
reflexionar en la medida de nuestras posibilidades, cuál será el nuevo mundo en
el que nos moveremos: viviremos en la red, viviremos con la red o viviremos en
red, tres opciones que son determinantes para comprender y dimensionar cómo
será el futuro.
Vivir en la red significaría ceder toda nuestra
humanidad y ser maleables, piezas que otros mueven, deshumanizarnos totalmente
a cambio de un falso mundo hedonista.
Vivir con la red implica negociar con el poder y
aceptar la vigilancia como seguridad. Esto es letal, pues la vigilancia no certifica
la seguridad o la consumación de la perversidad, seguiríamos siendo ratas de un
gran laboratorio social como somos hasta el momento.
Si vivimos en red, tendremos la oportunidad de
resistir, ser exploradores, aventureros, ser idóneos para crear, cambiar, interactuar,
sabiendo que somos un universo en relación con millones de universos, capaces
aún de brillar como estrellas independientes y como constelaciones, junto a
otros, cuando sea necesario, creando lenguajes universales con las palabras y
símbolos de nuestro origen. Tan hermosa será una aurora boreal virtual como una
artesanía lenca, un cuento oral en lengua garífuna como un poema experimental
en lengua francesa, porque las comunidades que viven en red interactúan, y
desde luego, disienten entre ellas y con el poder que no tendrá espacio para el
silencio pues la información será un bien común. Es un mundo utópico, quizá,
pero porque no arriesgarnos, igual de utópica es la democracia y aquí estamos
soportando a los tiranos con la esperanza que un día del futuro las mujeres y
hombres de bien liderarán un mundo más justo.
Hasta hoy, saber utilizar la red es un privilegio de
una clase social que tiene acceso a los bienes de la educación y la cultura. Además,
aunque gran parte del mundo tiene acceso a internet y a los móviles, muy pocos
comprenden su naturaleza y casi siempre se utiliza de forma irresponsable,
basada en distracción, entretenimiento, una pérfida inquietud de desperdiciar
el tiempo y la vida.
La madre red nos ha traído grandes relatos del mundo,
nos abrió otros espacios, acortó distancias, tiempo, nos dio acceso a lo que
era imposible: bibliotecas virtuales, arte, ciencia, manuales para hacer
cualquier tarea, universidades virtuales, espectáculos, pero también vino con
su séquito de pornografía infantil, fraude, tráfico, superficialidad o mediocridad
informativa.
La audacia de la red aún no ha podido suplantar la
presencia del hombre y la mujer como los grandes hacedores de relatos, símbolos
y el orgánico poder de transmitir cultura, sino de ser solo su soporte. No ha
garantizado totalmente el acceso a los bienes universales del conocimiento; la
gente ve lejana esa idea que la red también es cultura, que ahí hay un universo
que no sólo entretiene, sino que puede formar y hacernos seres humanos luminosos.
La red tampoco ha mejorado la calidad de la
información y en materia de cultura o arte, a pesar de la pirotecnia, de la
democratización y la apertura a la expresión (al menos como canal) no ha rebasado
la autenticidad y la calidad; es decir, por muchos “like” y reproducciones,
usted podrá diferenciar entre un poema de Zurita y otro de un farsante.
Olvidan quienes se ven como pulpos virtuales clarividentes
que hay que cultivar la tierra, procesar la leche, hacer llegar la
electricidad, construir sus casas, dar mantenimiento a sus conexiones y
plataformas, mantener bien equipada la nevera para los miles de lectores
volátiles que se desesperan queriendo llenar su vacío existencial con recreos
virales o con datos fáciles de la pseudo ciencia o la pseudo cultura. O quizá
se ven a sí mismos al servicio del poder como los nuevos dioses u oráculos por
sobre la multitud. Eso es preocupante, pues en vez de avanzar a desterritorializar
el mundo virtual estamos creando guetos virtuales, submundos de barbaros
especialistas, clanes tecnológicos, grupos de juego, privilegiados culturales,
clubes de gente bien, guerrillas virtuales, una suerte de bestiario del futuro
donde el divisionismo será peor que en estos días y donde el verdadero
conocimiento y la genuina información estará oculta entre laberintos de datos
inútiles, ya que unas pocas personas sabrán como obtenerla con el objetivo de
acumular autoridad.
Creo que la reflexión también debe orientarse a la
nueva conceptualización de trabajo, a las relaciones de dominio, al peligro del
lenguaje instrumentalizado, al surgimiento de nuevas versiones del fascismo que
ha mutado y se ha apropiado del idioma de la justicia: no es raro que las
derechas tengan agendas cuyo vocabulario se construya con palabras progresistas.
El obrero no será reemplazado sino convertido en una suerte de esclavo con una
conceptualización de “derechos” más cercano a la extorsión institucionalizada,
custodiada por grandes corporaciones militares, cultos religiosos y adeptos a
nuevos relatos y símbolos propios del fascismo. (Todo fascismo, todo totalitarismo,
toda dictadura, jamás promete la muerte, promete el cielo, la liberación y la
igualdad).
La realidad seguirá siendo la materia prima de la
ficción, aunque los humanos nunca viviremos en la ficción. Es posible (como sucede
en algunos procesos psicológicos donde nos inventan recuerdos y luego creemos
en ellos y hasta tenemos nostalgias reales) que nos convirtamos (¿ya lo somos?)
en seres manipulados, ya no sólo por el márquetin, el sistema de pensamiento o
la religión, sino desde la cibernética; es probable que la siguiente transición
sea así y que no tenga resistencia de parte de millones de personas. Pero si
conocemos la ficción, si hacemos de la creatividad y de la imaginación parte de
nuestros productos de sobrevivencia, tendremos la oportunidad de transformar
nuestro mundo cotidiano y mental para no perder la prenda más hermosa de
nuestra vida: la conciencia, esa mayor virtualidad humanizada, siempre en
evolución, que nos ha permitido sobrevivir en diferentes crisis y contextos. En
la red no será diferente.
(Ilustración de portada: pintura del pintor hondureño Blas Aguilar)
(Ilustración de portada: pintura del pintor hondureño Blas Aguilar)
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