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Mito Galeano, poesía de la tierra




Sus cuadros son cuentos, trazos narrativos de la leyenda, del decir, de la condición de los seres humanos anónimos que en el lienzo se vuelven personajes envueltos en auras míticas, mágicas o descubiertos de manera directa en sus afanes diarios.

Mito Galeano nos devela a los habitantes de la deriva. Si bien el universo de sus seres humanos posee las características de la fabulación, tiene que ver a veces con el ojo del espectador o con el exotismo que convocan; sin embargo, sus tareas: contar, mercar, bendecir la cosecha, rezar las oraciones de los espíritus, forman parte de sus actos vitales, y en eso Galeano ha sido preciso al llevarlos al lienzo no como seres extravagantes, sino como mensajeros de un tiempo, de una realidad, de una tierra.



Este proceso, digamos, poético y hasta cierto punto idílico, es mucho más rico que su sola representación, pues materializa el imaginario de la evocación de un mundo complejo, de antípodas que aluden su realidad, pero tamizado en las mil interpretaciones de las interrogantes y explicaciones de sus seres que buscan un lugar en el mundo. Esos seres necesitan contar el mundo y que el mundo los cuente; pero sobreviven en la vocación del silencio, se saben hacedores y víctimas; su permanencia deambula entre la fábula y la realidad; por eso los cuadros de Galeano, a diferencia de la búsqueda visual del efecto, del intento por captar los sentidos o de recabar en lo conceptual, prefieren el trazo narrativo. A veces los seres de su pintura miran largamente, otras son devorados por la selva o por cierta arquitectura donde más que habitantes se vuelven reliquias.  





Hombres que son sujetos del mito y hacedores de su descendencia. Hombres sencillos, ancianos, niños; rostros que Galeano a registrado en las miles y miles de fotografías y en su memoria de los viajes y exploraciones por las comarcas y montañas; gente que en su pintura deja de ser paisaje, tarjeta postal o festín del falso turismo para volverse el silencio que delata su necesidad, porque esa es la esencia de la pintura de Mito Galeano: la necesidad cotidiana, la que en la práctica no aspira a trascender, sino simplemente a respirar, a fraguar la lucha por la sobrevivencia y que luego en sus cuadros, se materializa como esencia figurativa que nos ofrece una lectura más allá de la mera representación y dictamina miradas más profundas; es decir, la pintura de Galeano es académica por procedimiento y elección y totalmente relevadora porque los signos elegidos pertenecen a una memoria que no quiere reconciliarse con la vida, sino indagarla, abrir el mito como relato y sal de la creencia, pero también unir los fragmentos de la alucinación oral, del testimonio del hombre común para anteponerla al relato oficial o a la historia que es falsete y orden superior de los andamiajes del poder.




Mito Galeano habita la imaginación de los hombres y mujeres de los pueblos indígenas lencas, una imaginación más real que los estudios antropológicos o que los legajos de la historia; por esa condición, encuentro en el trabajo de Galeano las posibilidades de una lectura superior, y él mismo es así: sabe mucho y es silencioso, hombre de pocas palabras, yo digo que no habla, susurra, como el rumor de su casona antigua en Gracias, Lempira, a la que ha dedicado su vida entera para restaurar y en la que está organizando talleres de cerámica, serigrafía, escultura, pintura para que todo aquel que quiera aprender tenga la oportunidad; es un hombre de costumbres, su siesta es sagrada, más de algún presidente de la república se ha quedado sin verle por llegar a esa hora. La casona, entonces, cambia de color, quedan los pájaros en el jardín silenciosos como el cielo del pozo de malacate cerca de su estudio y se pueden contemplar las formas del bochorno aleteando entre los trazos de la somnolencia. Mito Galeano hace la siesta y nadie jamás lo despertará.




Los motivos frecuentes de los cuadros de Galeano son señales que nos llevan al universo de sus seres: vasijas, guacales, canastos, tambores, máscaras, flautas, redes, lazos. Hay además un juego  sincrético de los relatos tradicionales indígenas, mezclados con los criollos o con otros relatos de culturas lejanas, escogidos por Galeano quizá porque encuentra relación con las historias locales, con sus mensajes, moralejas o por su intertextualidad.



Respecto al sincretismo histórico, Galeano no eligió a la mujer y al hombre para juntar en su rostro los rasgos de dos culturas, sino que prefirió la arquitectura: indígenas entre las casonas coloniales, siempre están llegando, o van de paso, o están a punto de partir, mercan y desaparecen; se sabe que no pertenecen ahí, que en ese ahí serían sólo decoración, tarjeta postal o motivo naif, ellos pertenecen al relato oral, a la fabulación y son huéspedes de honor nada más en los trazos de Galeano, que no los inventa sino que los invita, los dignifica desde el arte, desde la memoria de la necesidad, parados en el tiempo frente al fantasma de sus pesares.

Hay que agregar que Galeano celebra al hombre y a la mujer que trabajan o que narran, pues en su pintura, narrar es trabajo, delicado y noble trabajo, ya que implica no sólo transmitir la historia real, sino transgredir la historia oficial. En la pintura de Galeano la religiosidad vale como ritualismo a la tierra, como un culto ecológico donde los seres sellan pactos de respeto con la naturaleza y pesa en ella más que los signos del catolicismo otros objetos que dictaminan un peso histórico ligado a la imposición; es así que uno encuentra en los cuadros los yelmos del colonizador y las espadas, sin embargo, es interesante que estos objetos que simbolizan poder no están abandonados o herrumbrados sino límpidos, en perfecto estado, contrario a las herramientas de trabajo del indígena que están casi desvencijadas, una lectura bastante actual de la condición del indígena y el poder, del hombre sencillo que no espera venganza, sino justicia.




He visto su pintura de nuevo, su esencia, esa gente sencilla, esas mujeres cuyas vestimentas son burdas y simples, pero que parecen sacerdotisas de la vida cotidiana; pensé en la dulzura y en las adversidades de mi país, en un cuadro donde Diego, el duende, convoca a los espíritus del bosque. Pensé si esos seres humanos son reales porqué no pertenecen a ninguna parte y sólo encuentran una tierra en los sueños pictóricos de Galeano. Claro, obvio,  podemos empezar aquí el monologo político e histórico, pero ¿No son suficientes los años de historia mestiza inventada e impuesta a los pueblos indígenas? ¿No son ya demasiados los monumentos a un tiempo que no nos representa y que nunca nos representó? No tengo respuestas, sino preguntas al ver la pintura de Mito Galeano, testimonio alucinante de un mundo complejo y feroz, de la belleza y la injusticia, de los seres simples que dan su pelea diaria por su luz y su pan: los lencas, habitantes milenarios.






Salvador Madrid


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