No se trata de ideologizar las ideas o mucho menos la lectura de la realidad; pero es latente la apatía del Estado respecto al apoyo a la producción y el fortalecimiento de políticas o plataformas de gestión cultural pública y privada que sean mediadoras para proveer el acceso a la creación sensible del país. También es evidente el marginamiento y la negación de los creadores, artistas e intelectuales.
Se desconoce aún la riqueza
del arte nuestro, pues en el mayor de los casos el Estado ha sido incapaz de
organizar estructuras institucionales efectivas que garanticen siquiera el
conocimiento básico y el acceso al patrimonio nuestro. Hay que agregar que a
esa paupérrima estructura existente únicamente se le ha maquillado con
atavismos simbólicos forzados, artificiosos, visiones de la cultura demasiado
conservadoras, medievales y jirones de aquellos remiendos históricos del
liberalismo y sus reformas. Y otra cosa grotesca, los administradores de esas
estructuras son personas o grupos sin formación, sin conocimiento en gestión
cultural, políticas culturales; no poseen herramientas teóricas, ni participan
en la vida cultural y desconocen nuestro arte, nuestros artistas y la compleja
dinámica de la producción artística nacional.
Tiempos estos de lucha
electoral, de planes sin nación, de reacomodación de escenarios del poder; el
cielo de las promesas es la antesala al infierno de las mentiras; una cosa es
cierta: en los planes de los políticos, la cultura y el arte pasan al margen,
otros quieren maquillar su desinterés con versiones totalmente fuera de lugar,
folclóricas, conservadoras, elitistas y en el peor de los casos instrumentales.
El escenario es casi el
mismo desde el inicio: una Secretaría de Cultura totalmente relegada al olvido,
llena de personas sin formación en gestión cultural, ajena y divorciada de la
producción artística, con su editorial en bancarrota, casas de la cultura
abandonadas, insignificante para inducir debates y mucho menos para proponer
alguna reforma legislativa que permita fortalecer institucionalmente a los
hacedores o a las expresiones culturales.
La Cooperación Internacional
ha fortalecido muchos proyectos de cultura y ha brindado fuentes de trabajo a
los creadores; sin embargo ha potenciado expresiones etiquetadas que a veces
cumplen con un objetivo social con sus enfoques de comunicación, género, violencia
y convivencia; esto se comprende, pues aunque el debate sobre la funcionalidad
del arte se estira y se encoge, sus posibilidades son muchas y deben
aprovecharse; pero hay instituciones de cooperación que son alienadoras y
gustan de proveer ambientes, proyectos y escenarios para el simple ocio y
entrenamiento, especies de clubs sociales pseudo cultos para aquellos que
pueden asistir a sus espectáculos; existe esa versión de la cultura como
espectáculo, alienante y testaruda noción donde el artista se vuelve payaso y
la obra de arte mercancía; sino sólo lean al situacionista Guy Debord y su
texto “La sociedad del espectáculo”. Pero esto no quiere ser un glosario de
citas sobre el tema, fantásticamente tratado por teóricos geniales, sino simple
opinión ciudadana.
El asistencialismo del Estado en cualquier aspecto,
crea bancarrota pública; en el arte la idea de mecenazgo del Estado es una
versión ciega, pues el artista y su expresión no necesitan de favores
institucionales, sino plataformas de gestión cultural, mediación,
accesibilidad, comercialización, protección de derechos de autor, desarrollo
legislativo y recursos para su objetivo. Un poeta o un novelista no ocupan al
ministro de cultura para hacer un libro, un historiador, un artista visual o un
teatrista igual; sin embargo necesitan condiciones para su producción cultural
y que esta se canalice y sea aprovechada por los ciudadanos y en cierto modo
exista una operatividad que facilite espacios donde los productos culturales
sean consumidos.
Ahora bien, esto es posible en un Estado donde hay
aprecio por los creadores y por el arte, y en nuestro caso no ha sido así, los
pequeños logros se deben a que a veces algunas personas visionarias llegan a un
espacio estatal y hacen bien su trabajo, pero no porque existan planes o
estrategias culturales; a veces la cooperación internacional ha potenciado los
nuevos debates y retos, recreando inquietudes que luego, en caso que exista
voluntad política, podrían evolucionar a procesos y acuerdos con bases
participativas reales donde el Estado, las instituciones civiles, los
creadores, la comunidad o los tejidos sociales, pensando en las necesidades,
con amplio sentido democrático, pluralidad y polifonía política, consoliden
canales según la naturaleza social para que los productos culturales, sin
estigma alguno, surjan y convivan, sin imposición y quede a elección de cada
uno asumirlos, reinventarlos, criticarlos o simplemente interactuar con ellos
según el interés individual o común, pero todo ha quedado como cantera de
buenas intenciones. Si el Plan de Nación estuviera bien definido en este
aspecto y permitiera las discusiones del caso, bien pudiera contarnos mejor
esta historia, pero no es así.
Un Estado nulo en materia de políticas culturales, sin
cohesión social, sustentabilidad, no puede asumir los retos mayores de la
cultura como la globalización, la accesibilidad, la diversidad, la
investigación, la dinámica de las redes y nuevas plataformas comunicativas e
incluso la naturaleza del mismo sector cultural. Un Estado que impone
imaginarios culturales está más cerca del fascismo que de la democracia, pues
el arte como expresión libre no puede ser instrumentalizado, todo lo contario,
se trata de conocer, reflexionar, construir los espacios para que las
expresiones que existen fluyan libremente. El mundo contemporáneo es complejo,
el Estado como tal ya no tiene el monopolio de la creación de imaginarios
culturales.
En Honduras hay magníficos poetas, escritores,
intelectuales, artistas visuales, teatristas, historiadores, antropólogos, pero
la infraestructura editorial es mínima y poco permite el mercadeo del libro o
de los productos culturales creativos. Sin embargo existen en Honduras más de
diez sellos editoriales independientes mantenidos con los sueños, el sudor y el
hambre de muchos creadores. En el caso de las artes perfomáticas casi todos los
espacios están dañados, sin embargo esto no ha sido obstáculo para que los
directores y los actores, los artista de la danza, se las ingenien, abran
espacios privados, espectáculos en espacios públicos y proyectos sociales en
las ciudades, pueblos y aldeas del país. Además hay festivales de teatro que
son referencia internacional, impulsados por los mismos artistas con sus recursos.
En artes visuales estamos peor, país de pintores fantásticos, escultores, de
una generación nueva de arte contemporáneo que no tienen lugar donde realizar
sus muestras de arte y los espacios que hay se concentran en Tegucigalpa; queda
agregar que la mayoría de instituciones que prestan estos servicios son
fundaciones, espacios privados o subvencionados por la cooperación
internacional. Hay que destacar las bienales de escultura, pintura dibujo y
arte contemporáneo, los simposios de escultura para espacios públicos
realizados por grupos de artistas en ciudades y pueblos del interior, esfuerzos
también individuales, semiprivados. La promoción de la obra de arte es otro
oficio que hacen los creadores, pues el Estado no ha realizado esfuerzos para
ello; los diarios del país tienen pocos espacios para la cultura, deberían
crearse más espacios para este tema, abrir la puerta a los intelectuales y
capacitar en periodismo cultural. Los textos de la secretaría de educación poco
hablan de la producción artística, si uno los lee parece que hablan de un país
que existió hasta mediados del siglo pasado y el caso de la adquisición de
textos es como una apertura de bulto de ropa de segunda donde se promulga la
mediocridad, ya que al no existir especialistas se compran textos mediocres y
no nuestra mejor literatura.
LOS
DILEMAS DE LA GESTIÓN CULTURAL EN UN PAÍS EN CRISIS
En Honduras la gestión
cultural se basa en el empirismo, pues muy pocos profesionales se han formado
en este campo, y los creadores han tenido que desdoblarse en productores y promotores de obra de arte. La
necesidad ha labrado a esos héroes anónimos y muy pocos han tenido oportunidad
de profesionalizarse en gestión cultural, los otros han tenido que aprender en
el camino.
Si se hace un recuento de
los grupos de arte independientes o alternativos, de su producción, promoción y
compromiso por ampliar los horizontes con plataformas económicas irrisorias y
con poco apoyo, se puede definir, sin pena alguna, que en los últimos diez
años, estos grupos y personas han hecho más trabajo que cinco gestiones juntas
del Estado. Y es que la secretaría de Cultura, Artes y Deportes de Honduras aún
se ve como un apéndice de la administración pública, como un oscuro lugar donde
las posibilidades radican en devorar los recursos bajo la oferta del empleo
burocrático y el favor político.
No se tiene como visión
hacer de la Secretaría de Cultura un mega espacio de gestión cultural, creadora
y ejecutora de proyectos que vengan de los grupos o de los individuos que
producen arte. Y digo de los grupos e individuos, pues nuestro Estado tiene una
deuda ya impagable con los hondureños al ser incapaz de dialogar con los
creadores, y peor aún, de interpretar las manifestaciones artísticas. La salida más fácil es gastarse todo el
presupuesto en empleados, dar pequeños montos para iniciativas pequeñas y
adormecerse en una versión folclórica de la cultura que no sólo es decadente
sino falsa, pues su basamento antropológico carece de un estudio profundo. Por
eso es normal que se siga viendo como enunciado máximo a la cultura popular
bajo el esquema de la expresión inocente de la ignorancia, del nacionalismo
pueril que determina que entre más sencillo es el hondureño, entre más torpezas
y regionalismo exprese, más hay de autenticidad y misterio en ese hombre que
aún no conocemos: el hondureño, una aridez que no deja nacer la versión
contemporánea del hondureño universal que pueda dialogar dentro de un universo
superior: la cultura del mundo contemporáneo.
La gestión cultural no es la
suma de una serie de actividades artísticas sin sentido alguno, de un festival
eterno, sino de una reflexión superior cuya primicia tiene que ver con administración,
mediación y oferta de recursos del imaginario patrimonial. La cultura y su
gestión necesitan de infraestructura, de profesionales que la desarrollen y de
la formación de espacios permanentes.
Se debe entender que al
igual que otros aspectos y necesidades del hondureño, que quizá deberían
suplirse con mayor urgencia, la cultura también es basamento del hombre a
formar. Un país no progresará, ni estará en bonanza espiritual jamás sin un
ideal que interprete el progreso como una saludable condición humana y no como
una ambición sin sentido que le aliena y que le lleva en arrebatada carrera
hacia ningún lugar.
Crear plataformas de gestión
cultural con un sentido empresarial, con la apertura a negociar dentro de un
sistema mayor: creadores, Estado, la cooperación internacional, el sistema
educativo, instituciones culturales, es una meta que deberíamos tener todos
como prioridad, y así, abrir un diálogo donde la naturaleza artística, siempre
contradictoria y por ello hermosa, se funda con una entera democracia.
O nos pensamos o nos
piensan, pero es una pena total renunciar a una posesión como el arte y a las
posibilidades que este ofrece a un país. Es probable que el Estado no necesite
del arte, pero los ciudadanos sí; en ese sentido hay que desdoblarse aún más, a
la versión política de crear un sistema cultural que no dependa ni del Estado
ni de la ayuda internacional, sino de una totalidad y de un ideal tan
prometedor como la democracia misma. Tal aspiración debería estar presente en
los planes de una nación como una vocación clarividente y no como una molestia
marginal, de este modo interiorizaríamos
y conoceríamos mejor nuestro país.
Salvador
Madrid