“En el principio la fábula” es un libro del que se
hablará mucho en nuestra literatura. Destreza narrativa contemporánea,
conocimiento del oficio, inmersión en códigos del relato poco explorados en
nuestro contexto; pero sobre todo la mutabilidad de los relatos en un universo
donde se funden las formas clásicas y los trazos modernos de la
intertextualidad, la meta literatura, el humor y esa mirada anti tradicional de
rituales narrativos esquemáticos que sin duda han estancado a mucha de nuestra
narrativa o se han vuelto aburridos moldes creativos o concesiones del
facilismo o trampas de buena fe para “comunicarse” con los lectores.
Como tal la fábula ha sido considerada un género
literario menor; sin embargo, la fábula, no sólo ha demostrado su capacidad de
trascendencia temporal, sino que ha entrado con buen píe a la contemporaneidad;
y a su versión tradicional de relato moralizante, usado como recurso pedagógico
o formativo, se agrega la incursión de magníficos escritores que le dieron un
vuelco como Augusto Monterroso. Las fábulas contemporáneas en la pluma de finos
narradores se introducen en ese mundo de la mini ficción, se vuelven textos
llenos de referencias cultas, gustan de la intertextualidad, la parodia, superan
aquella base ética primigenia y se vuelven universos narrativos mucho más
complejos, provocadores y en cierto modo su potencia lúdica rebasa la evidencia
de los lugares comunes, volviéndose laberintos mentales más complejos, no sólo
por la temática, sino porque hay una fascinación creativa que exige un juego de
inteligencia del escritor y del lector. En cierto modo la fábula contemporánea
o la mini ficción están más allá de la destreza de la economía de lenguaje (un
reto para todo escritor) suponen la magistral autonomía del relato como tal y
la inmersión a un mundo de referencias más complejas o cultas en una supuesta simpleza
narrativa.
Y las fábulas de Felipe Rivera Burgos, en verdad son
una revelación creativa como pocas noticias en nuestro contexto, guiños
narrativos universales, relatos que al fin saldrán publicadas en los próximos
meses bajo el sello editorial il miglior fabbro.
El poeta Carlos Ordóñez en un texto sobre “En el
principio la fábula”, hace un observación certera: “Vale decir que lo más interesante de las fábulas de Rivera Burgos ‒y
que lo diferencian del resto de narradores hondureños‒ es su capacidad de crear
historias privilegiando el humor y prescindiendo del carácter obvio y
moralizante, así como de cierto pintoresquismo narrativo que por muchos años,
salvo algunas excepciones, ha producido en Honduras narrativas de talantes
tardíos o muy malos refritos del boom latinoamericano.”
No se trata de una reinterpretación de la fábula, ni
de la astucia de quien oficio narrativo posee, es la indagación literaria de
uno de los mejores narradores de nuestro país que de pretexto les ha llamado
fábulas a unas creaciones memorables por el abordaje de las historias, por la
elegancia de su ironía, el sarcasmo sobre la vida y sobre sus lecturas; esa
fusión entre realidad y meta literatura, donde los personajes bien pueden ser
humanos en un festival de disfraces de la periferia mental de un tiempo
confuso, o donde, virtuosamente, el zoo ha decidido al fin revelarse contra los
seres humanos y en un aquelarre de astucia hacer preguntas claves sobre la
existencia.
Bien pueden ser anti fabulas o fabulas contemporáneas
o artilugios narrativos para los lectores de culto, dados a coleccionar relatos
geniales que no encajan en las clasificaciones; y el autor es feliz de este
suceso, pues en este libro nos juega una broma literaria aguda, brillante y
mordaz.
Felipe Rivera Burgos, nos estrega un libro ingenioso,
lúdico y reflexivo, con unos códigos narrativos totalmente frescos y
contemporáneos. “En el principio la fábula”, es un conjunto de relatos donde el
absurdo, la inteligencia, la sutileza y el desenfado se citan. Un libro del que
se puede hablar con entusiasmo, sin temer juicios y formalidades, que aquí
quedan a discreción del lector.
RELATOS DEL LIBRO “EN EL PRINCIPIO LA
FÁBULA”
EL RINOCERONTE ANTROPÓLOGO
Cuentan que un día el Rinoceronte decidió escribir
un tratado sobre las especies menores -movido por la incesante labor que
algunos pájaros y otros extraños animales terrestres realizaban debajo de su
cola-, a fin de legar a la humanidad el erudito conocimiento de costumbres tan
nobles y también porque estaba interesado en dirigir un museo. Planteó su plan
al Mono, que era bibliómano y traductor de lenguas muertas y buen consejero. El
Mono traductor elogió los nobles intereses del acorazado animal, pero le
previno que, una vez descubiertas las secretas y sublimes motivaciones de
aquellas extrañas criaturas, pronto otros se interesarían en domesticarlas -el
Hipopótamo, por ejemplo- y merodearían por ahí, invadiendo su ciénaga palaciega
con el rabo levantado. Y, además, aseguraba que esas curiosas criaturas tenían
tendencias mercenarias, ya que las garzas, según informes fidedignos, mantenían
una relación adúltera con las vacas. El Rinoceronte se sintió tan triste por no
poder realizar su obra magna, pero en vista de retener para sí todo el
conocimiento, le dio por meditar largas horas en la conducta de aquellos
animalitos tan divinos, y todos -excepto el Mono- lo tuvieron por místico.
EL BURRO QUE DECIDIÓ SER
BURRO
Cuentan que el Burro, aburrido de intentar convencer
a todos los animales de que era inteligente, luego de largas meditaciones
solitarias y de las charlas de autoestima en una pastoral, por fin decidió ser
burro. Llegó a sentirse orgulloso de su naturaleza asnal, de algunas dotes
preternaturales y hasta de la extraordinaria dimensión de sus dientes. Los
animales, viendo la increíble paz que trasmitía, lo invitaron a dar
conferencias al aula magna, al auditórium, a las recepciones de las embajadas,
y todos se admiraban del estoicismo con que aceptaba su condición burril.
Pronto, por ser un burro convencido, recibió todo el reconocimiento que antes
no pudo lograr, al grado que su primo el Caballo -que para entonces era
Presidente- lo nombró ministro de Educación.
EL CABALLO QUE QUERÍA ENTRAR
EN LA HISTORIA
Cuentan que un día, el caballo
Rabo, que le había dado por la escultura y se declaraba admirador del estilo
griego, por aquello de que los griegos habían cultivado la escultura ecuestre y
porque frecuentaba la amistad del burro Ruperto, decidió crear el más grande
monumento a caballo conocido en la historia de la Humanidad. Como
todos sabían lo voluntarioso que puede ser un caballo escultor, pronto se vio
asediado por las más diversas especies que buscaban convertirse en modelo de
tan magna obra. Así pasaron frente a él caballos de crines doradas, de morros
turbios y de grandes patas velludas, al igual que minúsculos y delicados especímenes que
parecían perros. Los fastos jardines de Rabo -que, como buen esteta, hacía
alfombrar con terciopelos de colores tropicales y mandaba a tejer coronas con
hilos rubios sobre las densas amapolas (los lotos los prefería desnudos)- se
vieron amenazados ante los toscos habitantes y pronto se convirtieron en un
campo desierto. Pero a Rabo no le importaba. Por el contrario, una vez desolado
el páramo y viendo a las hermosas bestias correr desenfrenadas, le dio por
organizar veladas, festivales y concursos, y, cuando vio que ya no le quedaba
dinero para mantener a tan bellos ejemplares cerca de sí, entonces invitó a
unos burros banqueros, que por entonces gobernaban el país, y así nació el
hipódromo.
DE DONDE SE DERIVA QUE EL
USO DE LAS
PRENDAS FEMENINAS ES UN ARMA
DE DOBLE FILO
Movido por lo que él consideraba una conspiración
fraguada en una buhardilla por unos rapazuelos franceses que le crearon una
fama de tramposo y desalmado, el Lobo sólo obtenía papeles de villano en todos
los cuentos de niños, al grado que la humanidad entera lo detestaba y temía.
Muy triste, se refugió en un convento, donde purgaba
ayunos y largas romerías en aras de que la gente viera en él algún dechado de
virtud. El San Bernardo, que tenía una extraña obsesión con las causas perdidas,
viendo la consagración del animal, lo recibió en la comunidad cristiana y le
dio los hábitos de fraile. El Lobo, sabiendo que la gente le da mucha
importancia a la ropa y en especial a los sujetos que usan esas vestimentas
femeninas, salió al bosque a meditar, hasta que una multitud, al verlo con
aquel atuendo, lo acusó a gritos de pervertido incurable, de continuar con su
costumbre de vestirse de abuela y de pretender consumar otro de esos crímenes
virginales.
POR QUÉ AL KOALA NO LE GUSTA
CONSULTAR EL DICCIONARIO
Al Koala la bibliotecaria ha enseñado que tome todo
cuanto no entienda de los libros y lo lleve al Diccionario, en el centro de la
sala, para que éste le diga el significado. Pero el Koala no hace caso. Resulta
que cada vez que encuentra una palabra nueva o un trazo o un gesto (porque los
libros están llenos de gestos) los esconde en el bolsillo, en el morral o los
mete en la cajita de colores y los lleva a casa y ahí, en secreto, despacio,
abre la puerta del sótano y los pone en un enorme estante al lado de otros. Ahí
tiene, por ejemplo, el pneuma, que a veces, cuando apaga la luz,
resplandece con distintos tonos verdes. Ahí conserva también el mapa de Xipango,
del que a veces se escapa el ruido de una cascada. Ahí está el ser usado
por Sastre, que a veces se mueve de manera extraña y es tan parecido y triste
que los otros, y a veces se parece a Samsa. Pero el más extraño de todos es el
saco de cutíes de Coetzee, porque a veces los cutíes mueven su
cola amenazante y a veces parecen caracoles de cabellos resplandecientes. Y
entonces el Koala permanece sentado en las gradas del sótano durante horas, con
las luces apagadas, pensando que nadie dirá nunca el significado de eso y
maldiciendo el momento en que tuvo que sacar, como un animal muerto, el opúsculo
de Borges.
LA GALLINA QUE QUERÍA PONER
HUEVOS DE ORO
De donde se deriva que el
fascismo
no es una doctrina absoluta.
De donde se deriva, también, que
el fascismo tiene
un estrecho vínculo con el
adulterio y la nutrición.
Por culpa de la sobreprotección que sufren estos
animales apenas rompen el huevo, la
Gallina estaba convencida de su alta composición genética y
esperaba de un día a otro poner huevos de oro. Lo único que necesitaba, según
decía, era una pareja de altura, algún príncipe dorado o una estrella de rock.
Cada día se paseaba por el vecindario, altiva, diferente de tantas señoras
vulgares que no paraban de poner huevos vulgares que venían de un Gallo vulgar
que gobernaba la pequeña república. Se decía estas cosas cuando vio entre las
ramas un pájaro tan bello, espigado, que la miraba tan fijamente, que pensó que
por fin había llegado el momento de inaugurar una raza avícola superior, y lo
vio venir a su encuentro con las alas extendidas.
Más tarde, en un nido altísimo, mientras alimentaba
a sus crías, el Halcón seguiría intrigado por la incomprensible conducta de la Gallina, pensando si no
les haría daño a sus hijos, si no estaría enferma, que quizá debería procurarse
animales más inteligentes.
LAS OBRAS DE LAS URRACAS
Se jactan las Urracas de ser ellas las que
inventaron las fábulas, a fuerza de observar a los otros animales con el
desinteresado propósito de reír de sus defectos e ilustrar a las futuras
generaciones a no imitarlos. Así es común que citen entre sus mejores alumnos a
Esopo, Lafontaine, Monterroso, y algunas no dejan de señalar su influencia en
todo lo que la gente cuenta de padre a hijo, de maestro a alumno, hablado o
escrito, en verso o en prosa, en todos los idiomas conocidos y desconocidos.
Dicen que detrás de un gran autor hay una Urraca muerta de risa. De tal modo
han dejado su impronta en todo tipo de libros que a menudo recitan como propios
incluso fragmentos de La guerra de las Galias, como este: Los más
valientes son los belgas, debido a que… se encuentran muy cerca de los germanos,
y ríen de buen modo cuando recuerdan los nombres que dictaron a Julio César. Eres
un alóbroge, dice una Urraca; eres un sécuano lacónico, contesta
otra, y todo mundo se echa a reír, porque se ha esparcido el rumor que la mitad
de aquellos pueblos no existía. Igualmente ríen de lo bien que imitan a los
hombres los animales de Kafka. Las Urracas huyen de la verdad porque, según
ellas, no oculta nada bueno. Dicen que buscando con fervor debajo de un metro
cuadrado de realidad cualquiera encontrará mentira, verdad, alegría, tristeza y
todo lo que busca. Por eso cuentan las historias libremente, para que cada
quien tome lo que necesita y se largue.
EL ZÁNGANO TRABAJADOR
De donde se deriva que la labor
es un círculo vicioso.
Resulta que el Zángano pasaba leyendo la Enciclopedia Británica
y haciendo consultas en el Webster Dictionary, degustando de vez en cuando unas
gotas de miel, haciendo anotaciones en una libreta para un posible libro de
cuentos de ficción, cuando lo llegaban a importunar las abejas para que
cumpliera las exigencias de la
Reina, labor que ya no ejecutaba con ardor, lo que molestaba
en gran manera a las abejas, que lo acusaban de ser un mantenido, cosa que, a
su vez, dejaba furioso al Zángano, que gustaba repetirle a un psicoanalista
amigo suyo que por ésas y otras interrupciones nunca terminaba de escribir esa
pieza maestra en la que trabajaba día y noche… y se sentía inútil.
EL KOALA QUE NO SE PERCIBÍA
A SÍ MISMO
Pasa con los Koalas que son despistados y se duermen
casi siempre al aroma de las hojas de eucalipto que mastican las veinticuatro
horas que el día y la noche se dividen por la mitad, y por eso al Koala se le
hacía difícil la clase de crítica literaria, que como siempre era brindada por
un Elefante al que le gustaba recordar nombres rusos. Y repasaba una y otra vez
el Koala la teoría:
S
O R
Y cuando el Elefante le preguntaba respondía
aturdido: Bueno, hay un objeto (O) que requiere una referencia que lo delimite
(R) y un sujeto que lo perciba (S). Bien, decía el profesor paquidermo, ahora
explíquela. Y el pobre Koala lo explicaba así: Supongamos que yo tengo este
libro de animales que es O y conozco al autor y a los personajes y el momento
de la historia cuando fue escrito que es R y entonces el sujeto que es S… y el
pobre Koala miraba y miraba alrededor buscando quién de todos podría ser el
Sujeto ese que dice Bremond.
EL MONO QUE PERDIÓ EL
INTERÉS POR TODO
El Mono se inició en las artes con un bello volumen
de poemas que, como ninguno entendió, recibió el elogio de toda la crítica. Más
tarde publicó un modesto libro de cuentos, que siguió el camino alfombrado de
los poemas. Después organizó una exposición pictórica, donde mostró tanto
dominio de todas las técnicas y de todas las teorías del color que los más
atrevidos lo consideraron neorrenacentista y los más conservadores lo llamaron
posmoderno. El Buitre, que para entonces ocupaba un modesto gabinete en la
oficina cultural, le ofreció una carta de recomendación y la rectoría de la
escuela de arte, pero el Mono, considerando que eran instituciones poco útiles,
muy dignamente las rechazó. Finalmente, con los beneficios que le reportó la
fama y la firma de spots publicitarios, el Mono construyó él mismo una mansión
como había soñado, colocando en el jardín una megaestatua a su ingenio que él
mismo trabajó en bronce. Cuentan que un día, luego de filmar una película sobre
su vida, se paseaba por la terraza de cristal de su palacio cuando de pronto se
convenció de que ningún arte en el mundo tenía interés para él. Entonces
decidió ir a comprar unas donas al parque y, de paso, visitar al Buitre para
decirle que, finalmente, sí.
EL ORDEN DE LOS SUMANDOS ¿NO
ALTERA EL PRODUCTO?
Mucho tiempo hubo de pasar para que la Iguana entendiera que aquel
camino era un atajo hacia la playa.
—¿Quieres decir -le decía a la Ardilla- que si me voy
por aquí llego al mismo sitio en menos tiempo que si me voy por detrás de la
montaña?
La Ardilla repetía que sí.
Y la
Iguana no dejaba de reír, satisfecha, porque ella no creía en
la magia.