Se trata de
volver a otra esencia, más real, actual y sutil; digo sutileza lindando con un
universo poético donde el lenguaje se entreteje con la experiencia plena y
surge un diálogo que indaga instantes, dudas, pérdidas; y quizá sea la pérdida
la que cala más fuerte en ese diálogo, la que orada y señala en el mapa íntimo
de la poeta, esas cosas que todos amamos porque no nos pertenecen: la ciudad,
el amor, una estación donde se dijo adiós, el papel que una vez elevó el viento
ante nosotros. Digo sutileza y no delicadeza, pues lo sutil gusta de agudizar
con profundidad las cosas, y la sutileza de la poesía de Oyuela cumple su
misión en la transparencia del poema: no usa un lenguaje rebuscado, un yo
poético que conversa sin esconderse y que cuando se sustrae nos lleva de la
mano, cierta inquietud narrativa y sobre todo la percepción que hablar de algo
es necesario en cuanto que el poema deja ser espacio del poeta y es espacio de
todos, es la voz que permite las voces. Sus formas poéticas son simples, las
construcciones verbales lindan con el coloquio cotidiano pero se encabalgan en
laberintos casi surrealistas; sus poemas son imágenes puras, rondan el
simbolismo y la alegoría y en ello no hay un afán retórico ni artificioso, sino
una base mucho más trascendental y es la capacidad intuitiva de la poeta para
poseer los instantes valiosos de la vida. Es esa intuición, vital, íntima y resplandeciente
que sirve de crisol al poema.
Cuando Oyuela insiste en la ciudad, sus poemas son
sencillamente memorables; pero la ciudad de Oyuela en cierto modo es nuestra y
en cierto modo no lo es: es la ciudad fugaz apenas atesorada en un chispazo, en
un rumor; una especie de máquina del capitalismo que muele la memoria
individual y colectiva, es una ciudad pérdida, alienada, fantasma, aunque en
ella se planifique en este momento el próximo crimen, se limpien los muros de
la protesta, nazca un niño o se borre de los archivos la vergüenza pública del
señor burgués oloroso aún al humo de la traición. Lo otro es que la ciudad de
Oyuela es poética en cuanto a la forma en que sobrevive y no por su existencia,
pues Oyuela no nos da una descripción física de la ciudad, sino una honda
mirada interior, la ciudad de Mayra Oyuela está adentro de ella, adentro de su
más pura voz poética, adentro de las palabras secretas de la ausencia, adentro
de la columna sucia de la esperanza, en los frisos mugrosos y vetustos que
sobreviven en los acantilados del tráfico que bulle en la memoria de la
creadora. Y hay una fuerza en esta poesía: es el testimonio vivo, es la autentica
mirada del habitante. No recurre Oyuela a ser maldita para lograr la pose ya
transitada por muchos en los temas urbanos; pues antes de ser maldita es poeta,
una maldición que en su basamento primario es signo y brújula de los elegidos:
se es maldito por vocación no por adquisición o falsa rebeldía.
La poesía de Mayra Oyuela desborda humanidad; en ella
la furia es una necesidad que redime; la solidaridad es palabra que resguarda
los pasos hacia ese posible encuentro con el otro; el amor es letal, aún así la
poeta lo asume y arriesga sus límites más personales: el deleite y la pena. Una
poética que sugiere instantes, relatos de deseos fosilizados y la lucha por su
condición humana que salta entre las rosas y la carroña.
Su primer libro “Escribiéndole una casa al barco” es
un retablo donde la inocencia sobrevive en el hastío de una ciudad, donde la
poeta señala ese otro decir que está en las palabras; en cierto modo la poesía
interpreta y traduce el lenguaje del ruido, del afán, de la intemperie y de la desesperanza.
En un poema reciente, “Tranviaria”, la ciudad se ha borrado como paisaje, como
objeto de observación: la poeta es la ciudad, la poesía es su voz y las voces;
convertida en tranvía, en línea férrea, en muro, en túnel, en afiche, en
silencio, en dolor, transita las vísceras de Tegucigalpa “…con los puños cerrados en señal de auxilio y no de defensa /cerrados
para llevar en ellos el resto de aire /que no supo caber en mis pulmones…”.
Pocas voces de la poesía joven hondureña guardo en mi
memoria, entre ellas está la de la poeta Mayra Oyuela. Lo digo de otro modo:
entre ellas está la voz de la ciudad de la poeta Mayra Oyuela.
MAYRA OYUELA, nació en Tegucigalpa en 1982. Ha publicado
los libros de poesía “Escribiéndole una casa al barco” (il miglior fabbro
2006), “Puertos de arribo” (Casa de poesía, Costa Rica 2009) Sus poesía aparece
en varias antologías nacionales e internacionales en entre las que destacan
“Papel de oficio” (paíspoEsible 2006), “Puertas abiertas” (Fondo de Cultura
Económica, México 2011). Ha participado en festivales de poesía en España y
varios países de América Latina.
POEMAS DE MAYRA OYUELA
TRANVIARIA
Llevo al mundo
como pendientes en mis orejas;
rozo con mis
pestañas a los desconocidos,
beso manos de
transeúntes
(hormigueo en los labios).
Qué alguien me
aborde,
soy el metro que
esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mí
todos los años,
en mí el
transcurrir,
en mí la palabra
ventrílocua de cada estación,
en mí la espina y
el diente que muerde la rosa de lo oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.
Qué alguien me
aborde,
sé cuál es el
principio y el final de este cuento.
Qué alguien suba y
se detenga en mí;
mis ojos son
túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes
para reposar en lo oscuro,
mis brazos
sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo
íntimo en mí,
he de saberte
andar, mundo,
con los puños
cerrados en señal de auxilio y no de defensa
cerrados para
llevar en ellos el resto de aire
que no supo caber
en mis pulmones.
En la imperfección esta lo bello.
No necesito ser el
poeta sino el poema,
la belleza está
por encima de la lógica de cualquier poeta.
Necesito andarte
despacio, camino,
no me detengo en
el asombro de saber llegar, mundo:
en tus barrios,
tatuadas están las paredes de calcárea sumisión,
en tus barrios fue
donde aprendí a defender el descenso.
Soy el metro que
esta ciudad jamás conoció;
en mí las volantes
con fotos de desaparecidos,
en mí túmulos de
palabras que alguien no supo barrer bajo la alfombra,
en mí el
transcurrir.
Que nadie venga a
preguntar por qué no te describo, esperanza,
yo hablo de esa
otra belleza que no está en lo bello.
Abórdenme
predicadores de la tarde,
zanates,
pirueteros, estudiantes: no olviden el punzón
y escriban en la
oquedad de mis vagones
teléfonos para
citas de amor,
DJ, bartenders y
todos con título de extranjerismo en su profesión,
suban carniceros
del San Isidro, conserjes y putas,
albañiles vengan a
devolver la sonrisa
a las princesas de
los domingos.
Mujeres: describan
con su carmín la caricia que no les tocó,
suban, fresitas de
las High School, madres solteras, suicidas,
docentes, vengan a
traficar perfumes traídos del Canal de Panamá.
Vengan a abordarme;
en mí el transcurrir, todos los años,
el suspenso del
que anda a tu lado, a pesar de su humanidad.
Sé quién soy,
basta una palmada
en el hombro
y retorno a mis
pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada
en el hombro
y retorno a mí,
al anonimato,
a la flatulencia,
a la humana que soy.
¡Abórdenme!
soy el metro que
esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen
mis pies
ya que nunca
podrán calzar mis zapatos.
SAL
La sal
fue la bebida de tu infierno,
indefensas
a la hora del bullicio
tus
mejillas no eran rosas por el rubor,
ni por
la bofetada que palpó levemente tu ironía.
Vos
Desnuda al crepúsculo
ahogada
en la sed del reptil que llevas atado a tu pie.
Haciendo
de tripas sangre,
de
vísceras olfato,
de
carne olvido.
Nadie
encontrará tus pasos bajo la argamasa.
Soltá
el arma, encendé la vela,
la cuidad
es una bestia que tirita de frío en tu ombligo.
Ya no
hay más que esperar
no hay
llantos de niños que se raspan las rodillas,
esos
niños saltaron la orilla de tu cama y ahora son hombres.
Que
los recuerdos no retocen como perros afeitados
lamiendo
la piel que se mezcla con el polvo
de una
habitación ajena
con
hedor a cerveza,
a
caricia que sabe a jabón de hotel,
a
manos que atraviesan pubis
de esa
otra, que despertó al lado de su abismo
socavando
en su cuerpo la sabia mordaz de otra fosa.
Lejana
es la piel de ese hombre
con el
que despierta en silencio y muerta de cansancio.
Que
sean otras las que cobardemente acepten el reclamo
de un
-hasta que la muerte los separe-
no
tengas miedo
que
hasta la más bella guarda en su memoria
una
mañana insegura en los brazos del hombre equivocado.
AHORA
Ahora que todo es invierno
ahora que la melancolía corroe la escalera de lo incierto
ahora que fracasamos en lo íntimo
y el café fue ceniza fría
que llevaron en sus pies los astronautas.
Un almendro frondoso es mi memoria
anidada en él está toda la luz que nos habita.
Mi cuerpo aún es arena invicta
y sobre él
no existen barloventos
que disuelvan tus pasos.
Acá no existe el milagro del retorno
acá sólo la humedad de un tronco encallado
acá sólo el salitre pegado a las persianas
acá la brisa que lava tiernamente la barca que aprieta mis pulmones
acá todas las noches
un beso húmedo de laberintos
me cierra los párpados.
BALLENA DE SAL
Una ballena de sal
apareció muerta
en la Plaza
Central de Tegucigalpa.
Nadie sabe nada;
la expectativa a
puerta cerrada
y el miedo como
una piedra torcida en la mano
se abalanza sobre
el crepitar de los pasos.
Rifles despuntando
esperanzas,
palabras cuánticas
midiendo injusticias.
Se ha levantado un
triangulo de humo
sobre la plaza y
perfora a cuadros
el grito glacial
de la multitud.
Una sustancia
violenta ronda las esquinas,
hombres verduzcos
con bombas tragapalabras
llenan alforjas de
desesperación,
cuento común para
empezar el día.
Sólo seis heridos
pronosticó el diario.
Nadie vio nada,
nadie sabe nada,
y la ballena de
sal vuelta piedra,
por la impotencia
de rostros
que siempre serán
ajenos.
ESCRIBIÉNDOLE UNA CASA AL BARCO
Esta casa vuela,
su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines más blancos de la locura.
Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.
Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.
Esta casa vuela,
su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines más blancos de la locura.
Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.
Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.