Martín Cálix es uno de nuestros poetas valiosos. Simple y
transparente como la primera frase de este texto no hay que buscar dobleces en
él, pues su autenticidad creativa y humana es bien conocida por su generación y
por quienes hemos tenido la oportunidad de compartir conversaciones, ideas y
lecturas con este creador.
Su trabajo poético ha puesto en el mapa internacional a
nuestra poesía, bueno, y digámoslo de un modo ciudadano: le ha dado un nombre a
Honduras, ese nombre tan opacado por la crueldad social y política de estos
años.
Un jurado de renombre otorgó al libro “El año del armadillo” el Premio Internacional Martín García Ramos 2015 que se otorga en España; el libro contiene dos partes, en la primera ganan los poemas
de trazo narrativo, quizá los más valiosos; en la segunda parte gana el poema
de verso libre, desde mi perspectiva menos logrado, pero qué encabalgados en la
totalidad se vuelven guiños y alusiones a momentos de tensión de los poemas de
la primera parte, y claro, están en ese capítulo algunos poemas en prosa que
son los que terminan de rematar la tonalidad del libro, honda y marcada por una
ternura que borra todas las fronteras.
En Gracias, Lempira, en un breve instante, el autor me
confesó que el poema era una integridad que tenía un sentido de homenaje a sus
ancestros familiares, esa noción de Cálix en nuestra conversación, no indicaba
una arista de lectura sino más bien un dato clave de sus memorias en la
vorágine de un presente complejo desde donde este magnífico poeta edifica sus
discurso.
Poemas sustentados en la evocación, en esa anáfora que provee
hilos poéticos, huellas, causes, indagaciones y aristas que sostienen al
poemario en su totalidad; y es así, analizando la estructura que se aleja y
regresa al mismo lugar (Ese lugar sagrado no por pertenencia sino porque nos
descubre la pérdida) de un tiempo que ya no es el de los paraísos perdidos pues
en el regreso el poeta no encuentra lo querido o alguna esencia que lo aliente,
más bien se enfrenta a un voraz presente que destruye todo aquello que puede
ser habitado por la nobleza humana o por lo que creímos casi sagrado por ser
real y salvarnos de la orfandad.
Ese trazo leve cuya esencia se sostiene en la evocación, en
lo que llega de la memoria, en lo que el olvido se permite no devorar para que
sirva de harapo a la esperanza, ese trazo simple, es la columna vertebral del
libro “El año del armadillo”.
Sin embargo la estructura no es tan unitaria como se percibe
de entrada, ni su transparencia indica ingenuidad, pues el poeta ha sabido
elegir qué recordar y entretejerlo con el presente; si bien el viaje de ida es
lírico, hondo y cercano a un ritual, el regreso al presente es caustico y
agresivo. Lo interesante es la resolución del poeta (de oficio narrador
también) que ha sabido transpolar entre el texto poético varios trazos
narrativos aislados, ideas inacabadas, imágenes oníricas de nuestra realidad
inmediata tratadas con la sorna de la prosa y si uno se arriesga las puede
identificar como cabos sueltos cuya existencia y libertad no irrumpen el
devenir del poema, sino más bien lo habitan desde un presente.
En cierto modo podríamos decir que lo de Cálix se niega al
sólo calificativo de prosa poética y más bien se estructura desde un sentido
contemplativo que no desea escribirse con la pasividad y por eso recurre a
estructuras narrativas que introducen acciones, datos y a veces un humor
absurdo.
Digo que si la esencia del poema es evocativa, gana más en
cuanto que la voz poética que se oculta en el texto es narrativa, ojo con esto,
no sucede igual en mucha poesía que elije esta estructura verbal para mostrarse
pues siempre hay en el tono un afán casi ritual o de sacerdocio, una
omnisciencia lírica que lo determina todo, que magnifica o borra a través de su
voz, en este libro no sucede así, la voz (el yo poético) no es homogéneo en el
sentido qué una veces lo sabe todo y otras veces lo describe todo porque no
sabe más y entonces recurre a tratar de representar lo que de la realidad le
interesa (¿o es una voz que se transmuta?
¿O son dos voces: la del poeta que reclama la memoria y la del narrador que
revela el presente?).
Este libro es otra de esas evidencias de la buena poesía que
se escribe aquí, es lección para los incrédulos, es destreza dispuesta entre la
literatura que no se trafica entre la decadencia de las academias y las
denuncias desesperadas de las momias que gustan de la miscelánea cultural, tan
estúpidamente talladas en el márquetin de quienes tiene por oficio la negación
como resaca de su terrible aburrimiento y mediocridad. Enhorabuena, Martín
Cálix, la poesía elige y toca, ese es el premio del silencio creativo y la
constancia de una generación que ya comenzó a “salvar la poesía quemar las
naves” como Zeller lo dijo entre la ferocidad de la nada, ese canto íntimo y
colectivo.
Martín Cálix, poeta hondureño
Martín Cálix (Honduras, 1984) Ha sido publicado en la revista Mera
V (3ra. Edición Febrero, 2012), en la 1ra Antología de cuento y poesía de La
Fonola cartonera, Chile (2013), en el Dossier de poesía centroamericana
comprometida de la Revista Hispanoamericana de Cultura OtroLunes, España (2013),
en la Revista Ombligo, México (2014) y en la antología de poesía «Todos los
caminos» (Atrapados en azul, 2014). Es ganador del XIV Certamen Internacional
de Poesía Joven Martín García Ramos, 2015. Ganador del XXX Juegos Florales de
Santa Rosa de Copán, 2016. Es autor de los libros «Partiendo a la locura» (Ñ
Editores, 2011, segunda edición para Casasola Editores, 2012), «45°» (Ñ
Editores, 2013), «Lecciones para monstruos» (90s Plaquettes, 2014) y «El año
del armadillo» (DIFÁCIL, 2016) en España.
Portada del libro "El año del armadillo"
Fragmentos del libro
“El año del armadillo” del poeta Martín Cálix
8
Entraba el viento del norte a nuestras cocinas, y con él,
arrastrándose despacio, como llevando cadenas enormes, venía dejando regada la
Vía Láctea por todas nuestras cocinas
aquel feroz armadillo.
Fue entonces cuando las viejas de donde nací, cuando entraba
este viento, decían que estaban pensando en nosotros los muertos, hacían tres
cruces al aire y guardaban silencio. Silencio, era todo lo que podíamos hacer en ese momento.
Ellas arreglaban de prisa sus altares, prendían veladoras y
rezaban. Decían que así hablaban con
ellos, que nada bueno traía este viento. Luego ellas barrían el suelo con sus
largos pelos negros. Sus ojos, oscuros como el sonido de los cadáveres
amontonados en las afueras del pueblo, habían quedado fijos en el crepitar de
la tarde.
Y en esa tarde sentenciaban ellas que los espíritus que daban
felicidad a los nocturnos sonidos del
tiempo no morirían. Rezaban: Nacerán nuevamente y volverán a morir y otra vez
nacerán. Y nunca, nunca dejaran de nacer, porque la muerte es mentira. Jamás
esa promesa se hizo verdad.
Pusimos flores en las ventanas para que la estática no fuera
a invadir nuestros corazones. El almendro comenzó a quedarse mudo, de repente
ya no quiso dar frutos y sus hojas cayeron todas, el viento, despacio, lo asfixiaba.
Las viejas salieron al patio y todas vieron como el almendro
moría. Nadie sabe, solo las viejas lo
vieron, pero él fue el primer muerto ese año terrible y frio.
9
La tarde en que murió el almendro una lluvia cayó sobre mi
pueblo. Su olor, ahora de muerto, nos invadió por la noche.
El armadillo era un ser alado que iba dejando tirada la Vía
láctea por las casas. Entraba por las cocinas y ahí dejaba una estrella gigante
a punto de explotar. Pero la primera vez que lo vimos no fue en una cocina, sino matando al almendro de nuestro
patio. Y nos quedamos mudos frente a su sombra de esqueletos hambrientos,
viendo como lo asfixiaba.
Comprendimos entonces el significado de la palabra muerte con
cada hoja que caía de él. Luego de eso todos corrimos a escondernos y vos
partiste. Yo tuve que recorrer este territorio vacío en medio de la peor
intemperie que jamás vi, buscándote.
El armadillo se colgó de los sueños que teníamos y nadó su
sombra entre los restos del amor. La fuerza de su latido era el réquiem de los
pájaros de alas rotas en sus secretos de alambres electrificados bajo el tiempo
del frío y un inventario del pánico antes de su llegada.
Nos escondimos por temor a su mirada, porque su color nos
cortaba la sangre como se abre un hoyo en la tierra.
13
Los ríos enfurecieron.
Los días, agotados y trises, se fueron quedando atrapados en
la en la risa dormida de los ríos. Ellos provocaban que el corazón se
escurriera todito, y entonces pudimos sentir que realmente estábamos vacíos.
Vacíos como los segundos luego de que los relojes se
suicidaran todos y los segundos se declararon huérfanos, y nunca un minuto o
una hora tardó tanto en nacer. Temimos entonces no volver a oír cantar a los
grillos mientras conversaran los
espíritus del bosque, los tiernos lenguajes en que se comunicaban los árboles.
Fueron ellos los primeros en plantar un signo de resistencia
aunque nadie entendería lo que insinuaban las alas dormidas de una estampida de
hojas y el murmullo que hizo quebrar los cristales de la casa de la muerte.
Cuando los cristales de la casa de la muerte adornaron el
vientre del último sueño caído comenzó la guerra.
14
Este pequeño territorio de incertidumbre, adolorido por los
escombros de la felicidad y por la
húmeda mirada del armadillo es devorado de repente.
Desde sus entrañas salen los hijos blancos de las arenas. Las
almas de los árboles son pequeñas aves de vuelo esparcido por las pestañas de
una mujer hambrienta.
La lluvia de muertos invadió la ciudad y los edificios
empezaron a romperse.
La lengua de las iguanas se ha secado de tanto lamer la
vorágine y el recuerdo del frío, ahora
todo yace en una pequeña desolación ubicada en la boca del estómago. Se ha
escrito la palabra “miedo” como primer
registro de un nuevo alfabeto, nos heredaron la muerte y de ella hemos
hecho una casa para habitarla en medio de un sueño.
Las ancianas vieron el cielo y callaron, una luz profunda
atravesó sus corazones, y ardieron todas, nuestras memorias incendiadas, la
piedra solar que anclaba nuestros cuerpos a la tierra, y desde ese día
comenzamos a flotar en la oscuridad.
15
Iba dejando la Vía Láctea regada por las cocinas. Iba
barriendo las cosas hermosas para borrarlas.
Solo él podía hablar con el fuego.
Corría el año del armadillo, corría tan de prisa con su
sombra de esqueletos hambrientos que el mundo está de luto desde entonces.
Cayeron mil almas con sus rostros a enterrarlos en el suelo
húmedo.
Después de la muerte de todos los brujos, nadie más supo
cuidar a los muertos, y los perros entonaron sus ladridos para acomodar los
cuerpos en el cementerio.
Terminó así la más profunda contemplación del frío y la
última lluvia del año se precipitó sobre nuestra ternura.