Armando Lara y los herederos de la caída



Hay una obra de Armando Lara en la que siempre pienso. Se trata de “Nacimiento de Jonás”. Es una imagen tan poderosa que una y otra vez insiste en dialogar cada vez que pienso en la pintura hondureña.

Me cautivó su perfecta resolución, la destreza técnica, no sólo de lo que se supone es una obra cuyo basamento es el dibujo, sino el movimiento ascendente que logra una armonía anatómica perfecta, además de su impresionante cuidado de la sutileza.


Cuanto más pasa el tiempo y veo la obra de Armando Lara, es más clara la audacia de una pintura que realmente es lenguaje contemporáneo entre los latidos de la interiorización de la tradición, su bagaje con rasgos renacentistas y una atmosfera artillada por la abstracción. “Nacimiento de Jonás” representa un pez transparente en ascenso con un hombre adentro (o un hombre con la piel de un pez, o un viajero en el tiempo). Siempre indagué una y otra vez este trabajo y a partir de él hice muchas de mis lecturas y conexiones con el resto de la pintura de Armando Lara. Pienso que es una de las metáforas más intensas que he observado. Antes de ver ese trabajo, supuse que las dimensiones del cuadro eran muy grandes, sin embargo es un formato pequeño, así que su sentido monumental tiene que ver con su fuerza alegórica que es una de las grandes vocaciones de la pintura de Armando Lara.


En mi libro “Derecho de réplica” donde aparecerán mis trabajos sobre el diálogo con artistas y poetas, asoma un texto que lleva por título “Armando Lara y los herederos de la caída”. Es verdad que en el umbral de la pintura de Lara resalta el cuerpo como urdimbre semiótica de un discurso, pero también es verdad que el vacío habitado por los cuerpos expresa o concatena los ecos que se desploman. Si bien los cuerpos son las letras, es el vacío el que eslabona y ordena el mensaje final; por eso no existe el sentido de acumulación en la pintura de Armando Lara, sino el de aliteración.

El cuerpo arde en la herida de sí mismo: en esa laceración simbólica y espiritual surgen las más dramáticas interrogantes, intentan encontrar en la desnudez su sentido de existencia; asisten al lienzo convocados por la soledad, y en cierto modo, descubren que no los une la multitud sino el vacío. La levedad no los amalgama, no se atraen unos a otros, solo vibran en un íntimo alejamiento.


Más que metáforas sangran las alegorías. Los cuerpos, entonces, son una magistral sintaxis técnica de un maestro de la pintura para urdir lecturas o mensajes mucho más complejos sobre la existencia. 


La universalidad no se logra por la elección de códigos comunes a los observadores, sino porque el artista crea un lenguaje y muta, una y otra vez, hasta expresar con mayor riqueza el idioma de la imposibilidad, esa zona donde quien lee insiste en preguntar, en suponer, en ahondar en la confusión con el objetivo de lograr la clave de toda inteligencia: hacer preguntas esenciales. Esa es una virtud de la pintura de Armando Lara: nos pregunta, nos ausculta.

En pocos casos, vocación y oficio, propician un arte depurado y definitivo como en la pintura de Armando Lara. Su vuelta a las formas clásicas bajo la tutela de una mirada contemporánea, supera lo figurativo y tradicional.


Los cuerpos de su pintura son herederos de la fuga, de los ritmos de un movimiento que ya sucedió y por eso es difícil definir si flotan o si permanecen, si ascienden o apenas se imponen a sí mismos para caer.Son intemporales. Cuerpos que podrían tocarse o poseerse si el espectador descubre los ojos que esconden, o lo que aspiran a mirar o palpar con sus dedos imposibles. 


El universo del fondo puede ser apacible: una veladura que oculta al caos o que a veces lo delata con trazos abstractos que evocan ese universo del anonimato, la plusvalía existencial de la desesperación del hombre contemporáneo y su duda: cuerpos que se acercan para devorar la conciencia que creen poseer y tratar así de sobrevivir, errantes, en busca de una memoria que los salve.


En tiempos de farsas y voraces espejismos, siempre es bueno entablar diálogos con artistas que como un ancla nos sujetan a las visiones esenciales del arte. Armando Lara es una referencia legítima y trascendental de arte. Su sentido del oficio, su habilidad, su conocimiento del lenguaje plástico y su proceso, denotan una ejemplar disciplina que le ha permitido comprender su vocación para crear e innovar desde la pintura un idioma propio, universal y contemporáneo. 



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