Esta
mujer que ve los árboles en una plaza de la ciudad de Gracias no es la que
imaginé cuando leí sus poderosas crónicas y descubrí la manera en que narra
magistralmente nuestra patria desde detalles muy simples de la vida y postula
la indagación del devenir en conversaciones que parecen no tener importancia y
en verdad son los hilos que hilvanan nuestra historia.
Antes
la imaginaba con una mirada sentenciosa, en cambio hoy que la veo de frente,
anoto mi primera impresión “tiene una inteligencia fascinante que sabe llevar
sin pedantería cuando habla” y luego más tarde en su conferencia, volví a
anotar “una organización vital de instantes, todo lo conecta con naturalidad a
través una prosa muy diáfana”.
Janet
Gold, desborda con su buen oficio de escritora; nos permite la comprensión de
un mundo tan nuestro que a veces sentimos ajeno, pero en sus crónicas, Janet, regresa
cada cosa al lugar que le corresponde en la memoria personal y colectiva. Es
así como deben leerse los imaginarios y se debe enfrentar la historia literaria
que será siempre posibilidad y no ley, acto esencial y no dato, deriva y no
dogma.
Su
libro “Crónica de una cercanía” es una bitácora excepcional de nuestra cultura.
No sólo su prosa exquisita, sino esa leve forma de narrar su trajinar por la
Honduras literaria, sin atavismo, sin gravedad, sin ampulosidad y vastos
adjetivos.
La
buena prosa de una crónica posee la majestuosidad del oficio y la vital
sencillez de hacer calzar las historias dentro de los universos que se bifurcan.
Janet Gold es dueña de ese don, de ese oficio: descifrar el país desde la
lluvia en Santa Lucia; recordar la mirada del poeta Roberto Sosa entre el
paisaje de Nueva Inglaterra, contar el olvido de las mujeres escritoras de
Honduras desde un libro que le regaló un desconocido en Tegucigalpa y a quien
jamás volvió a ver; acercarse a la poética de José Luis Quezada desde la
percepción del lector y su testimonio esencial o esa sincera imagen de ella
llorando por la salud del escritor Roberto Castillo ante sus alumnos de
literatura en la Universidad de New Hampshire.
Pocas
veces un país se cuenta de un modo tan hondo, yendo por los acontecimientos con
una mesura implacable que nos recuerda la brillante permanencia de los hombres
y mujeres creadoras de Honduras que, a pesar de la ingratitud y la injusticia,
insisten en la cercanía que aún permanece entre nosotros.
Es
seguro que si alargamos la mano o abrimos un poco los ojos podremos sentirnos cercanos
y acompañados en el camino hacia las utopías. Así lo siento cada vez que leo o
recuerdo a Janet Gold.
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