Ir al contenido principal

Byron Mejía, “Apología del poder”




De la voracidad del poder, su decadencia y de la alienación de la masa como núcleo que aborta las periferias más irracionales del capitalismo y sus espíritus, de ahí le viene a Byron Mejía la metáfora del desgarramiento.


De la dentellada que el artista reta con la fuerza y el temple de su idea estética. De una intimidad blindada por los signos de sus colores sepias y negros que fortifican su pintura y que signan la evolución artística de Byron Mejía, en su nueva propuesta “Apología del poder”


Pero lo de Byron Mejía, no es grito, ni desperdicio de farsante que juega a ser pintor o artista, es la suma de los lenguajes de la pintura, el aprendizaje de lo universal y la prueba rotunda del manejo técnico, llevado ahí, donde destreza y concepto se vuelven uno, donde se termina la habilidad y comienza el arte.


Artista de un devenir heterogéneo. Procede de la academia, magnifico dibujante, se internó en los lenguajes multidisciplinarios, arte objeto, video, fotografía y arte conceptual; ha cruzado lejos de la moda y las poses; conserva del oficio, un compromiso personal del que da cuenta sólo a sí mismo; sin embargo no hablamos aquí de arrogancia, más bien de autenticidad, pues su sentido utópico del mundo pasa por ser un hombre progresista y la respuesta estética a esta postura se manifiesta en asumir la evolución de los lenguajes contemporáneos, pero no aquellos que la beligerancia política lleva de bandera para sellar la frente de la militancia. Tampoco es Byron Mejía, lacayo de las instituciones culturales de Honduras, de su decadencia adornada con siglas de oro o con letras minimalistas, de sus curadores de mentira y sus bonos de cooperación; no ha permitido ese bautismo de su obra en los bemoles del carnaval de los permisos de operación en bienales, concursos, borracheras conceptuales, antes y post golpe de Estado. 


En su nueva fase “Apología del poder” los fondos de los cuadros tienen esa fuerza neo expresionista, pero con un estilo personal bien definido, con el carácter de esa vocación por el trazo fuerte, ese denso bregar entre el automatismo psíquico y la arbitrariedad de romperlo desde la conciencia. Un lenguaje que se construye desde la destreza de la técnica, pero que se rebasa; es ahí, en el pulso de los trazos, en la dispersión de las formas y en la consolidación de un azar violento, donde Byron Mejía, intenta eso que lo salva de la simple acción estética y es lo que yo llamo poética del descubrimiento, pues sobre esa superficie comienza un ejercicio de descodificación de los fantasmas del impulso del artista y se entabla una nueva relación de diálogo con la pintura. Es decir: el artista crea su mundo, luego se aleja de él, lo indaga, lo confronta y vuelve sobre él desde una certeza más consciente; sin embargo este ejercicio visual no queda varado en las asociaciones abstractas, sino más bien condensa y sirve de plataforma para una acción más consciente y elaborada: el dibujo.


Y cuando el artista dibuja sobre los pigmentos lo hace con trazos gruesos, expresivos, aludiendo a la violencia de la forma primera donde los materiales usados como el carbón, la ceniza, las tierras de color y los desechos orgánicos son los que ejecutan un ritmo antiguo que convoca los orígenes y el caos, la caverna milenaria y el asfalto del nuevo siglo; y es sobre ese mundo de matices primogénitos o de ecos contemporáneos, donde se mimetiza un palpito antropológico, un reino que bien puede ser la plataforma para el dibujo, pero es un dibujo que se revela inacabado, sugerido, que flota sobre la rasgada verdad de las texturas, es un dibujo que aspira a insinuarse desde el fragmento, no desde el hilo figurativo, sino de la ruptura de la línea. La mutilación, literalmente lo pare para que se apropie y habite o engendre otra vez su violencia en la violencia de las capas primarias que sirven de soporte.


La poética del descubrimiento en Byron Mejía, no es idílica, no resplandece como los reinos soñados de la ternura; no es sinfonía, sino escupitajo, desnudez bárbara de la soledad e indagación del poder. No le interesa el camuflaje sino exponerse. Es voraz como la más celebrada de las fiestas en el infierno y bizarra como el juramento incumplido de los dioses.


El informalismo que acumula el lenguaje abstracto de los fondos de la pintura de Byron Mejía, la fuerza de los contrastes cromáticos y el cierre de ese mundo que aunque caótico se organiza figurativamente, edificando signos que crean o desmoronan o catapultan la fuerza del dibujo, nos revelan la ira, la alucinación de la saña de las órdenes superiores: más que la ejecución o el cementerio clandestino o el quejido, uno puede interpretar la carcajada del déspota.


Todo confluye en los fondos, trazos de magistral destreza, núcleos violentos; en las capas superiores el dibujo nos esboza sus mutilaciones, sus heridas que son escaleras hacia el espíritu, la revelación sórdida que reta el leguaje académico, no lo niega: lo irrespeta, lo trastorna y lo transforma, lo sacude y sobre él vuelve, pues aún en los cuadros más violentos y caóticos, en las primeras capas del fondo y entre la maraña del dibujo, yacen puntos de anclaje como la profundidad, el balance y la composición.


Una pintura que es profecía del escenario después del desastre, la cita perfecta con las mordazas, el matadero donde la inocencia se duerme a esperar la mañana: manchas que se tocan, dibujos que se manchan y manchas que quieren ser dibujo, pigmentos que son base matérica y a la vez trazo, eslabón de acciones que denotan fuerza física creando o destruyendo y a la vez son extensión del espíritu que las crea.


Hay mucho que decir de esta propuesta, tendríamos que visitar el informalismo abstracto, pensar en la elección de los colores, ligados a la tierra, en el uso del color negro, más allá del sentido del recurso (magníficamente utilizado) y usado simbólicamente. Visitar las etapas anteriores de la pintura de Byron Mejía, y no sólo eso, recordar la multiplicidad de lenguajes que ha usado y descubrir a uno de los grandes artistas de Honduras, que hoy desde la pintura expresa su visión de la vida: totalmente actual, crítica, reveladora y sobre todo con altura y conciencia estética, lo digo de una vez: un artista auténtico.



Salvador Madrid

Entradas populares de este blog

Alex Galo, el hacedor entre los espejismos del arte nacional

Hacia el cuerpo de Alex Galo , cuya   presencia, a nivel simbólico, es la muestra de arte que representa el último eslabón de la escultura hondureña, se realizó en 1996 en el Instituto Hondureño de Cultura Hispánica , bajo la curaduría de Geovany Gómez Inestroza . La muestra es una piedra angular de la escultura hondureña, y para el desarrollo del arte posterior, una inevitable lección. (Para que mi opinión quede radicalmente definida, digo, que es la mejor muestra de escultura de las últimas décadas, antecedida por el trabajo de Obed Valladares, y que, pueden permitirse un diálogo con ella obras de algunos salones de exhibición, me refiero a las esculturas realizadas por Jacob Gradíz y Cesar Manzanares) Recordamos de Hacia el cuerpo el designo del dialogo con el cuerpo desde la paradoja de la mutilación como asunción de la vida, el erotismo del que cae desde el cuerpo a sus laberintos mentales o a los otros cuerpos que habitan la cercanía o la ausencia , la vuelta a ver (

Armando Lara y los herederos de la caída

Hay una obra de Armando Lara en la que siempre pienso. Se trata de “Nacimiento de Jonás”. Es una imagen tan poderosa que una y otra vez insiste en dialogar cada vez que pienso en la pintura hondureña. Me cautivó su perfecta resolución, la destreza técnica, no sólo de lo que se supone es una obra cuyo basamento es el dibujo, sino el movimiento ascendente que logra una armonía anatómica perfecta, además de su impresionante cuidado de la sutileza. Cuanto más pasa el tiempo y veo la obra de Armando Lara, es más clara la audacia de una pintura que realmente es lenguaje contemporáneo entre los latidos de la interiorización de la tradición, su bagaje con rasgos renacentistas y una atmosfera artillada por la abstracción. “Nacimiento de Jonás” representa un pez transparente en ascenso con un hombre adentro (o un hombre con la piel de un pez, o un viajero en el tiempo). Siempre indagué una y otra vez este trabajo y a partir de él hice muchas de mis lecturas y conexiones con el re

Poemas de mi libro "Mientras la sombra"

Estos poemas cruzan varios años de mi vida. Cada uno posee la marca de su tiempo; pero no hay un hilo conductor entre ellos, y si existiera, allá donde el reflejo se pierde y el lenguaje es apenas límite entre la incomprensión y la realidad, yo diría, que es la fragmentación de los instantes que aspiran a descifrar y su salto mortal a los abismos de la memoria y sus laberintos, ahí, donde todo puede evocarse, pero no todo puede ser poseído. Algunos de estos poemas pertenecieron a proyectos de libros inacabados; otros, a la necesidad de diálogo con unos días que tienen una marca inconfundible para mí: el testimonio de mi condición de poeta en un país donde el poder y sus máscaras borran la sensibilidad crítica con el marginamiento o la persecución y quieren convertir el arte en política institucional, decoración o aliciente de una falsa cultura de participación democrática, y donde, toda expresión auténtica es considerada antítesis del orden; postulando así un arte de moda,