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Néstor Ulloa, poeta de los espejos



Poesía de una sutil construcción verbal, no simplista, sino precisa y que no quiere tratos con lo ufano. La idea de verse o de ver siempre resulta tentadora, primero por la inquietud narcisista y después por el placer voyeur. Pero las cosas, las veamos o no, existen; nosotros, incluso, nos vean o no, existimos; somos el aliento dejado en los espejos de los instantes, un fluir hacia el abismo que también no depende de quién lo ve, lo presiente o lo imagina, pues igual existe. Tal es la versión de Néstor Ulloa en Los espejos de Carlos, libro que da fe de un salto de su autor a una forma poética más depurada y profunda, respecto a su poemario anterior, soldemedianoche

Las tres partes en que se divide este libro se complementan. En la primera, Los espejos de Carlos, se observa una familiaridad de recursos poéticos bajo la estructura del lenguaje narrativo; el lector puede asumir esta primera sección como un poema unitario o como poemas independientes. El poeta devela un personaje casi encerrado en sí mismo, pero en conflicto con las percepciones o las explicaciones que le llegan del exterior y quieren dibujarle un mundo que es difuso, pues se estructura bajo los reflejos, las dudas o la alienación. Esta visión poética del mundo explora al hombre que observa la realidad; es decir, esta vez, no responde el poema como evocación, sino como conflicto. No está el poema dialogando directamente con el mundo, permanece leyendo al hombre que está ante el mundo; en ese sentido, las cosas que el poema cuenta tienen como identidad el reflejo. Y como la inmortalidad siempre ha sido un juego de mortales, Ulloa roza su espacio a través de la insular vida de un personaje y de una criatura poética (léase, voz poética) que vela y debate la exploración de la vida cotidiana de ese personaje que aspira a un estatuto mayor, al asomo a un mundo trascendental que existe en la memoria o en la razón y los sentidos, pero sujeta a su situación en el mundo: No creas, Carlos,/ que las lumbreras del techo siempre son estrellas. / A veces, / no son nada más / que simples agujeros., poema con que inicia el libro y al que le sigue otro poema con igual estructura formal, que parece contradecir al primero. Sin embargo, el conflicto no radica en la contrariedad que puede existir entre un poema y otro, ni en la oposición del personaje y la voz poética, sino en el juego de reflejos de la realidad y en juicios poéticos que son sorpresivos como los siguientes versos que enfrentados a los primeros no quieren dar una respuesta, sino abrir el universo de las sensaciones, de los presagios sobre algo que siempre escapa a una mirada definitiva: la vida. Pero no creas, Carlos, / que las lumbreras del techo/ siempre son simples agujeros. / A veces también son estrellas Más allá de ese juego con las palabras, ambos poemas pueden ser una puerta de entrada al mundo de Carlos, un nombre cualquiera, o un personaje cualquiera, máscara o arquetipo; no importa, pues es un atavismo que bien puede ser de un hombre común o esa dualidad entre el creador como hombre y el yo poético ante el acto creador.





La segunda parte, Con los ojos en sepia, incluye poemas breves, casi cercanos al monólogo y a la confidencia. Hay en ellos una fuerza que pretende establecer una relación orgánica entre el creador y su mundo para que el poema no resulte, en este proceso, un mediador o una excusa que raye en el artificio, y que los demonios no se liberen, sino que el poema sea el límite de la libertad que el creador les permite. En esta parte del libro aparece el poema Némesis, personalmente creo que es un poema de gran belleza; poco valdría hablar de su acompasado tempo y sus imágenes, a veces de referencia oscura y envidiable plasticidad; hay que sumar la capacidad de introspección a un mundo subjetivo, perdido, un mundo donde ya nada se puede juzgar o reconocer, pues todo lo que se podría evocar de él se destruye; una suerte del destino de quién en si mismo se ha perdido para borrarse de una vez o para ya no comprender ese instante cuando el agua ha devorado su frontera y la nada espera como la mayor pertenencia en ese reino interior donde la arena se pierde tras las huellas”.



La tercera parte del libro, Otros espejos de Carlos, es la salida del mundo interior de ese yo poético o de ese personaje para dialogar con la realidad social. Por supuesto que no hay familiaridad con una catarsis inocua del individualismo a ultranza, ya que la referencia al sujeto con sus batallas ante el sistema de poder, ante la norma y la febril muralla social, pasa con sutileza de la experiencia propia a un estatuto universal donde el poeta habla, ponderado, lejos de creerse un espíritu en el que golpea todo el dolor o un mensajero político, sino más bien es la evidencia de si mismo y de los fragmentos de su vida y de la vida de los otros. La poesía de Ulloa, está más allá de una poesía de denuncia crasa, es una poesía que hace de la confidencia un arma para curarse del silencio, ya sea este un umbral para la reflexión o una reja impuesta para que no hablen los hombres. Hago referencia aquí a poemas como Audiencia, Profesión de fe, Lo que se multiplica y Síndrome de Estocolmo.

Que esta voz de nuestra poesía actual hable por sí misma, por ello entrego una selección de poemas del libro Los espejos de Carlos de Néstor Ulloa. Seguro los poemas son mejores de lo que se pueda decir de ellos; así es la buena poesía, cercana a lo que Ulloa ha nombrado “la ternura del abismo”.


Salvador Madrid


POEMAS DE NÉSTOR ULLOA


NÉMESIS

Por dentro,
el agua ha devorado su frontera.

El mar pende de las ventanas
que abrimos en mitad de la noche
y se traga las lunas
que oscurecen la garganta de los lobos.

Por dentro, la arena se pierde tras las huellas.

Un viento poblado de mariposas violentas
acuchilla los misterios encerrados en los escapularios.

Por dentro,
el fuego torna los arados en espadas.



PROFESIÓN DE FE

Existo
porque aún conservo la idea
de ser un animal de soles y de sombras,
con el instinto apretado entre los dientes.

Soy la bestia que escondo:
Caín de mi sombra
o peor aún,
pescador de lunas desde el puente del mediodía.

Vivo
porque creo a pie juntillas,
que un día despertaré con la certeza
de que ha muerto el domador del circo.



AUDIENCIA

Vengo a que resucités desde mis cruces;
a que redimás
los mundos gravitantes en los agujeros negros.

Vengo
a que rescatés los peces
que quedaron huérfanos cuando se multiplicaron los charcos.

Vengo por mi pan.
Por que sí se vive de pan de donde vengo
(y hasta se muere)



SÍNDROME DE ESTOCOLMO

He abierto mi ventana
y he sentido el nauseabundo olor de lo cotidiano.
He desgarrado mil voces,
tratando de decirle al vecino
que lleva una luz en el pecho.

He salido a la calle
y comprobado
que nos quebramos en los espejos
y nos tragamos la luz para esconder las escorias.

He sucumbido muchas veces
al indecente deseo de una adulación intravenosa
y a la orgía derivada
de la acupuntura de ojos en mi piel.

Pero a pesar de todo
he abierto mi ventana
y bendecido el aire que me fecunda los sueños.



AUSENCIA

Hemos partido.
Nos hemos dejado abandonados,
silbándole al aire
la canción que aprendimos de los árboles
o leyendo versos cansados de navegar memorias.

Nos hemos quedado
demediando el terror de la calle;
garabateando pecados en la ternura del abismo.
Nos abruma
un criptograma de caricias
en el algoritmo de los pasos.

Atrás quedó
la ausencia conjugada en nuestros verbos:
palabras dactilares
que confundieron sus laberintos
en el sepia abandonado de las miradas.



(FRAGMENTOS DE LA PRIMERA PARTE)

***
Una plaza es un país sin nombre, una tierra de nadie donde lo único tuyo se diluye en la arena.

Los relojes de la catedral te sangran las entrañas y te llenan la mirada de agujas como para que jamás olvides el sepia triste de la fotografía gastada que señala la página del poema que te gusta.

***
Esta ciudad, estas calles que te abren el pecho, estos edificios burlando la primavera, este aire ebrio de humores que te muestra los dientes y te ladra y muerde tu sombra y te acorrala. Solo, buscando estrellas, sextantes y astrolabios en el fondo del verso que recién te quemaba las manos.

**

Sé perfectamente quien soy.
Llego. Abrazo las paredes. Repito el llanto de mis pasos. Asesino el aire limpio para que se silencie la ausencia.
Tengo un nombre. Pero llamame como querrás para no resbalar en palabras raídas. Confieso que escondo sueños bajo la cama y los repaso en noches de insomnio. Amo la lluvia que desmiente al cielo y lo desciende en un bosque de pinos.
De vez en cuando tomo a la vida como rehén y le aplico ley marcial; pero a la muerte siempre le exijo que jamás olvide mi nombre.
Llevo un atrapado entre las teclas mudas de la tarde que me fabrica un barco con naufragios atados al mástil y me navega en sueños.
Sé perfectamente quien soy.
Soy mis paredes, mi puerta y mi cerrojo. La llave es un poema.







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