A partir del año 2007, he realizado una serie de entrevistas a los poetas más jóvenes
de Honduras; un trabajo inacabado aún, que tiene por objetivo escribir un libro
que incluya obra y opinión de los autores de su generación y de las
generaciones cercanas que se entrecruzan. Queda mucho por explorar aún. Honduras
es un país de grandes poetas, aunque pocos son leídos. Leonel Alvarado, es un
magnifico poeta y académico, con una obra reconocida en el exterior, pero poco
difundida en Honduras. Publico parte de un cruce de opiniones y preguntas sobre sus dos primeros libros de
poesía “Casa vacía” y “El reino de la zarza” una conversación
de hace cinco años, que merece ser leída para acercarnos a Leonel Alvarado, uno
de los grandes poetas hondureños que este año recibió la segunda mención del
Premio Casa de Las Américas por su libro de poesía “Retratos mal hablados”.
“Casi siempre las ideas son más interesantes que lo que uno acaba escribiendo”
SALVADOR MADRID: “Casa Vacía” se publicó en 1991, es el poema
que abre otros caminos en la poesía actual del país, es un libro que se aleja
del canon establecido por el realismo social en varias décadas en nuestra
poesía ¿Qué lo llevó a tomar ese riesgo?
LEONEL ALVARADO: En ningún momento me planteé el libro como propuesta.
Es decir, el libro era un fin en sí mismo, no una toma de posición frente al
canon literario nacional. Por lo tanto, no había un afán de ruptura. Por eso
confieso que esta relectura que usted me plantea, me sorprende, pues le
confiere a este primer libro una importancia generacional que para mí no ha
tenido. Como se sabe, en muchos casos, hay libros que salen de tomas de
posición, con miras a poner a prueba un discurso, sociopolítico o meramente
literario. Mi libro quizá se aleje de esa actitud más por omisión que por
intención.
S.M.
Usted comenta en una nota al inicio del
poema, que fue escrito entre enero de 1988 y noviembre de 1990, y que entre las
dos partes del poema hay un pálpito temporal de casi tres años. Es un texto
reposado, en sus propias palabras es una “unidad sobre el vacío”.
L.A. Esto tiene que ver con la pregunta anterior, pues
lo que sí hay de premeditado en el libro —si es que todavía me acuerdo, porque
ya nos vamos acercando a los 20 años— es la intención de escribir un poema orgánico,
un solo poema que mantuviera su unidad sin menoscabar la independencia de sus
partes. Esto era, al menos, lo que me interesaba lograr, y todavía no sé si el
poema y yo salimos bien librados. Lo que sí pude pasar en claro fue esta idea
del poema unitario, que después intenté poner a prueba en “El reino de la zarza”. Aquí hay que admitir que casi siempre las
ideas resultan más interesantes, al menos en la cabeza de uno, que el producto
final. Por otra parte, el libro era una forma de enfrentarme a una pérdida
personal.
S.M. ¿Qué tan deudor es “Casa vacía”
de la poesía oriental?
L.A. Completamente. Se trata de una deuda definitiva que
todavía tiene su saldo sin pagar y que a veces reconozco en cosas posteriores.
Después de todo, lo que hay en la concisión de la poesía oriental es una
brevedad prolongada, algo así como la exageración del miligramo, como dice un
maestro mexicano.
S.M. Hay un apego a la técnica y a los elementos formales ¿Qué tan
importante es para usted esa aspiración?
L.A. Aquí volvemos a la desdicha de la intención, es
decir, a esa gran idea que se tiene antes de escribir, pero que no siempre
resulta como se quería. En este caso se trata del querer evitar el desperdicio.
Es decir, no desperdiciar ni siquiera una línea y volver a cada palabra hasta
que ya no se pueda más. Pero, sí, como usted dice, es una aspiración, tanto en
la poesía breve como en los poemas largos; estos últimos, como diría Barthes,
deben gozar de la misma economía que las pirámides de Egipto.
S.M. Siguiendo un verso del poema: “hay temas obligados/ hasta en poesía” quisiera preguntarle ¿cómo fue recibido el
libro? Hay en mi interrogante dos historias que la motivan: muchos poetas de
generaciones anteriores no comparten esa poética, pero entre las generaciones
jóvenes, es un libro respetado del que he escuchado muy buenos comentarios.
L.A. El libro fue recibido como casi todo libro es
recibido entre nosotros, es decir, no fue recibido. ¿Por qué tenía que ser
diferente? Aquí me apresuro a decir que sí fue recibido por los amigos, esos
compañeros necesarios, y es aquí donde entra el prólogo de Fausto Maradiaga.
Ese texto siempre me pareció una extensión de las conversaciones que los dos
manteníamos por esos días, las que no sólo tenían que ver con el libro, sino
con preocupaciones y obsesiones compartidas; el diálogo era tanto con el texto
como con su autor. Obviamente, en ese entonces yo no podía darme cuenta de lo
valioso que este trajinar de ideas sería para mí. Tampoco podía vislumbrar que
ese primer libro sería prácticamente rescatado por otra generación de
escritores.
S.M. Su otro libro de poesía “El reino de la
zarza” ganó el premio centroamericano
EDUCA ¿Cuándo fue escrito y cuáles son las motivaciones para edificar tan magnífico
poema?
L.A. Recurro al lugar común para decir que ese poema fue
escrito de un tirón a principios de 1991. El libro surgió de un verano en
Copán, sobre todo, de una imagen que no podía sacarme de encima: las piedras
sobre el llano calcinado. A pesar de que en otras ocasiones la grama se veía verde
y bien cuidada, me perseguía aquella visión del llano tostado alrededor de los
monumentos. Pero la culpa no sólo es del llano sino también de la forma en que
yo leía el Popol Vuh, pues al caminar
entre las ruinas y al pasar sobre el campo de pelota sabía que directamente
debajo de esas piedras estaban los Señores de la Noche , echando chispas en
Xibalbá porque, arriba, alguien les quitaba el sueño; conste que eso lo dicen
ellos, no es invento mío.
S.M. En este diálogo desde lo contemporáneo con
la cultura maya o más bien con lo que queda de ella qué descubrimientos hizo
como creador.
“Lo que queda”, como usted dice, no son las ruinas,
convertidas en patrimonio de la humanidad y, claro, en atracción turística. Si
hablamos de esa “cultura” es porque, seguramente, “nosotros” tenemos “nuestra
propia cultura”. Lo que esto evidencia es que hay una gran distancia no sólo
histórica sino ontológica entre lo que sería la cultura hondureña (¿existe?) y
esa otra cultura que está allá, a 400 kilómetros del
centro. Ese es un gran error. Quizá yo no haya descubierto nada al escribir ese
libro, pero sí presentí para mis adentros que había una distancia ontológica
desde la que escribía.
S.M. En “El reino de la zarza”,
usted vuelve a lo simbólico de los relatos mayas, pero luego al
vestigio
arqueológico, y es partir de ahí que irónicamente evoca ese mundo nunca poseído
¿Hay en el texto una intensión por desnudar la alienación del mestizo respecto
a la cultura originaria?
L.A. No. ¿Con qué derecho tratar de convencer a los otros?
Como dije, lo que buscaba era pasar en claro mi propia relación con Copán, no
sólo como lugar, sino como sitio de encuentro, como encrucijada histórica y
cultural. También dije que antes de sentarse a escribir casi siempre las ideas
son más interesantes que lo que uno acaba escribiendo; así que la certeza está
en manos del lector. Además, no creo que se trate de alienación, sino de un
desconocimiento producido por esa distancia ontológica de la que hablábamos. Lo
que más me llama la atención de su pregunta es que usted hable del mestizo
porque, precisamente, el libro no es más que la visión o, mejor dicho, la
alucinación de un mestizo; la única diferencia quizá sea que este mestizo
reconoce los límites de su ignorancia y quiere, como dije, pasar en limpio sus
propias dudas.
S.M. Esta vez su poesía habla de la orfandad del hombre, de su desarraigo;
hay en toda esta tensión una profunda crítica a la formación del hondureño y a
la actitud del visitante. Es el primer poema hondureño que no celebra el patrimonio
maya, que no lo ve idílicamente y que niega ese falso entusiasmo por los
ideales de pertenencia.
L. A. Aquí nos estamos metiendo, no en un hoyo, sino en un
cenote. Se me ocurre que Copán no es parte de Honduras, al menos no es parte de
la hondureñidad. Por eso, la distancia entre la periferia —porque Copán es la
periferia— no es sólo física (400 kilómetros ), sino, sobre todo, cultural.
Antes mencioné lo de la distancia ontológica. Me parece que para la mayoría,
Copán es un enigma. Bueno, no exageremos. Es sólo patrimonio, un sitio
turístico que, de paso, no puede competir con las playas de Tela. Así que en el
libro no me interesaba ni celebrarlo ni verlo como patrimonio. A propósito,
Copán o, en términos generales, la “cultura maya” no es una presencia muy
frecuente en la poesía hondureña; esto quizá se deba a las distancias tantas
veces tironeadas en esta entrevista. Pero sí tengo presente el poema “Los mayas
en Copán”, de Fausto Maradiaga, en el que hay una aproximación, desde un texto
barroco, a un misterio que en última instancia termina siendo humano; éste me
parece que es el gran acierto del poema.
S.M. Recuerdo una parte del poema donde la tensión estética se rebasa a sí
misma en un dialogo imposible, que ya en el texto es como un monólogo; es el instante
cuando una niña ofrece una artesanía del Altar Q a un personaje o al yo
poético, en todo caso la consumación de esa acción es imposible. ¿Cómo logró
mantener una actitud tan contemplativa cuando escribía el poema? No hay
sentimentalismo, ni frenesí. (“Nada tengo que ofrecer a esos dioses”)
L.A. Es la percepción de un mestizo, ¿no? Lo que hay es
una distancia que el simple acto de comprar y ponerse el collar no puede
suprimir. Recordemos que para entrar al “parque arqueológico” hay que pagar;
así que bien podría decirse que el entrar a Xibalbá se reduce a una transacción
comercial. Además, entre las ruinas, el exótico es el turista, con su Minolta y
su T-shirt. Por eso es que, en el poema, la transacción revela una falta, una
fisura, un desencuentro entre dos identidades que no se reconocen.
S.M Cuánto ha aportado la
experiencia académica a su poesía.
Ha aportado muchísimo porque me ha permitido
sobrevivir o al menos medio pagar mis deudas; ésta parece ser una de las
ventajas del trabajo a tiempo completo, ¿no? Claro que, como decía John Lennon,
la vida se va mientras uno está ocupado en otras cosas. Este viaje, que ya va
para largo, ha sido de relectura de autores que siempre me han importado y de
nuevos deslumbramientos; uno de los más significativos ha sido, sin duda, la
lectura detenida de la poesía de Edilberto Cardona Bulnes. Este diálogo se ha
convertido en una búsqueda a la que no le han faltado sus extravíos necesarios
y sus regresos a las Honduras.
L.A. Hay planes de reedición de “Casa vacía” y “El reino de la zarza”
Sobre todo del
segundo porque está hermanado con algo que he estado tratando de pasar en claro
en estos años.
S.M. En qué trabaja actualmente. ¿Hay un nuevo libro de poesía? Esperamos
noticias suyas desde hace más de catorce años.
Dicho así, el
número me espanta. Tantos catorces en un solo cuerpo, decía Vallejo. Pero, sí,
hay dos libros que en algún momento saldrán. En esto de operar en solitario hay
una gran lección de paciencia, que no siempre es voluntaria.
Entrevista de Salvador Madrid
Poeta y Gestor Cultural
PERFIL
Leonel Alvarado, San
Jerónimo, Copán (1967). Doctor en Literatura Hispanoamericana. Ha publicado los
libros “Sombras de Hombres” Premio
Centroamericano Rafael Heliodoro Valle (ensayos) y los libros de poesía
“Casa Vacía” (Editorial Universitaria, 1991) y “El reino de la zarza” por
el que recibió el Premio Centroamericano EDUCA, 1993; Diario del Odio, Premio Letras de Oro y el
libro biográfico y crítico “Bulnes, el
memorioso” (Editorial Universitaria, 2007) Finalista del Premio de Poesía Casa
de las Américas 2013 por su libro “Retratos
Malhablados”, es Catedrático de la Universidad de Massey, Nueva Zelanda, es uno de los
autores más cultos y conocedores de la literatura hispanoamericana.
FOTOGRAFÍA: Leonel Alvarado, frente al poema Icarus in the Backyard (Icarus en el patio), colocado en una de las paredes de una biblioteca.
FOTOGRAFÍA: Leonel Alvarado, frente al poema Icarus in the Backyard (Icarus en el patio), colocado en una de las paredes de una biblioteca.