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Rigoberto Paredes: poeta contra la corriente

Poeta del siglo pasado y de este siglo, su obra es totalmente actual. Poeta que ha sabido llevar consigo las grandes lecturas clásicas, la herencia de la tradición moderna de la poesía universal, y con estoicismo, ha sabido comprender las nuevas manifestaciones estéticas.

Poeta que ha privilegiado únicamente lo que su libertad personal y su conciencia comprometida con el testimonio de su tiempo ha definido, y que de entrada nos ofrece un manejo puntual del lenguaje, con su riqueza verbal expresiva, capaz de llevarnos desde la evocación, la risa, la ironía o el sarcasmo.

Poeta que revitalizó nuestra poesía, la arrancó de las columnas de los palacios y la llevó donde pertenece: a la gente, a la calle, a la vida cotidiana. Poeta que aporta a nuestra poesía ese sentido anti sacro, que la limpió del tufo a academia y a servilleta de primera, que no dudó en tomar el lenguaje de los otros y hacerlo materia de su poesía y que cuando invirtió este proceso e hizo de sus palabras el canto de un pueblo, dignificó su decir y su lengua impura; por eso he dicho en otra ocasión que sus poemas entrañan la estatura del cielo y la carcajada junto a las vísceras del hombre. Su riqueza verbal (que nos sorprende cada vez) lejos está de la banalidad que acuña las palabras de modo que su mezcla termine en superfluos mundos de la sinestesia; por eso cada poema de Paredes es vital, traza algo del hombre, palpa entre su vida y ve con reojo la trascendencia como prueba última del poema.

Años de madurez en su escritura son estos. Su poesía escudriña humanamente la experiencia, las lecturas de su vida, el viaje de la edad, la interpretación de universos literarios y de tradiciones diferentes: desde su exploración de la cultura clásica griega y romana, la tradición francesa e inglesa, la poesía griega del siglo pasado y sus grandes nombres, los poetas italianos, la exploración de la literatura oriental y desde luego nuestra tradición hispanoamericana. La obra de Paredes adquiere con el tiempo el brillo añejado y potente de la buena poesía. Su inalterable sello personal lo signa como una de las voces más destacadas de Centroamérica. Un poeta comprometido con su oficio desde el que celebra, cuestiona, crítica, se burla y embiste contra los monumentos de la confusión y sus insignias vueltas discurso político o ataduras de la tierra nuestra. Estos años han sido de libros que son referentes “Obra y Gracia” (2005), “Segunda mano” (2008), “Lengua adversa” (2011) y acaba de publicar “Partituras para cello y caramba” hace un mes; además tiene dos libros inéditos, listos para salir; esta continuidad no sólo da cuenta del buen ritmo de escritura de Paredes, sino de su salud estética, su tenacidad de poeta pleno con un discurso actual a prueba de todo.   

El humor y el amor, el erotismo, el hastío y la desidia, la amargura de un mundo que niega rotundamente la sensibilidad, y desde luego, la hermosura de los instantes que el hombre, pese a todo, es capaz de robarle a la existencia, son aliciente y cantera de la poesía de Paredes. Quizá entres los héroes Rigoberto Paredes siente estima por Prometeo por robar el fuego, sin embargo se ha quedado a celebrar al ser humano que tuvo el valor de recibirlo e hizo de él su destino, su forja donde todo bulle, donde la lucha es capaz de hacer trizas al destino y a esos mandamientos que quieren imponer al hombre la creencia que su final es la negación.

Poesía, la suya, que destroza el determinismo, que desenmascara la fe, que nos regresa el cuerpo amado, que reivindica el pasado como prueba de hechos realizados por el hombre y no como recuerdo de colección o como un amuleto inservible, pues el tiempo de Paredes no es el de los calendarios, ni el que pleitesía rinde a los relatos oficiales, sino el que el hombre elije para reclamar su lugar en el mundo.

SU NUEVO LIBRO

Bajo el sello de Ediciones Paradiso ha salido a luz en diciembre del año pasado el libro “Partituras para cello y caramba” textos en prosa, desenfadados; unos lúdicos, otros íntimos y aleccionadores por la certeza de su postura ante la vida; la vuelta sobre la reflexión sobre la literatura, los personajes míticos y sus relatos simbólicos, el afán por habitar esa orilla de un tiempo negado por el ruido del progreso y su tecnicismo y develado por la sensibilidad expresada a través de los siglos en la escritura, la reflexión ante el transcurrir; todo esto desde una postura desmitificadora; agregando dosis de sarcasmo y las miradas personalísimas del autor sobre el arte, el amor, la bohemia y la política.
Entregamos hoy una muestra del libro “Partituras para cello y caramba” y recomendamos al lector que lo adquiera y lea a uno de los grandes poetas nuestros.


RIGOBERTO PAREDES Poeta, ensayista y editor. Trinidad, Santa Bárbara, 1948. Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Arte y Literatura 2006. Entre sus libros publicados destacan: En el Lugar de los hechos (1974), Las cosas por su nombre (1978), Materia prima (1985), Fuego lento, antología personal (1989), La estación perdida (2001), Obra y Gracia (2005), Segunda mano (2008), Lengua adversa (2011), Partituras para cello y caramba (2013). Es coautor, junto con Roberto Armijo, de la antología Poesía Contemporánea de Centroamérica, publicada en Barcelona en 1983. Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, francés, italiano y portugués.



POEMAS DEL LIBRO “PARTITURAS PARA CELLO Y CARAMBA”


XXXVII

Destinado estás a hacer el amor con un cadáver. Más temprano que tarde sobre la hierba recién amanecida y un blues de Davis como única cobija.

¿Quién no ha hecho el amor con un cadáver? Lo que cambia, si acaso, es la forma: el cuerpo, el lugar, la música y ciertamente las razones de un antojo así. Único y estrafalario por igual, diría el respetable.

Hacer el amor no es cosa de otro mundo, sea con quien sea. Bien lo hicieron Zeus, deidad suprema, o Poseidón y Proteo, monstruos de la mar.
“Es difícil hacer el amor, pero se aprende”, advertía el poeta. Y preciso es hacerlo algunas vez, como Dalí, con un cadáver exquisito.



XXVIII

Un país, una ciudad, un barrio, una casa. Todo para mí reconocible. No todo entrañable, ni amorosamente unánime. Culpables e inocentes veo allí. Caras, muchas caras conocidas entre las dársenas humeantes de la ciudad que habito.

El barrio, si, bastión de infancias, íntimo dominio de costumbres y querencias. Dejadlo así, en penumbra, sin esa luz artificial que todo desdibuja. Y denle un nombre, el de alguna mujer, un ave, una flor, o ninguno.

Y al fondo, en la colina de encinos y neblinas, en píe quede la casa. Paredes revocadas con cal viva y puertas y ventanas entreabiertas, de cara al viejo arrollo que por allí deambula con su lomo prendado de remansos.
Una casa un barrio, una ciudad, un país. Nada de esto daría a cambio de otro mundo.



XXXIV

Las mujeres de Esparta cegaban a ambiciosos y a locuaces viandantes. Su belleza era tal que sus cuerpos relumbraban en la noche como cristalería al sol. Belleza forjada en la dificultad, en los rigores de la usanza, el poder y la porfía.

Guerreras ante todo, formaban sus hijos en las artes severas y luchaban por igual en defensa de sus pares y sus certidumbres.

El mando y sus innúmeras artes entre ellas compartían, y eran fuertes y amaban, dulces y visionarias, metódicas y tenaces.

Allí nació el dolor, ese mal de patria vencedor de los héroes. En Esparta, y esparcida fue su peste por mares y tierras como semilla vana.
 

XXXVIII

Mirar al sol de frente, como Ícaro, y al mar mismo, eso quisiera. Notar en sus adentros algo distinto a sus semejanzas, nada más que el don de sus esencias.

He buscado, pues sé que toda búsqueda depara un repentino encuentro, nunca pérdida ni fracaso.

Y todo cuanto de frente se mira es victoriosa entrega. Así el sol, así el mar cuando relumbran como el tierno mármol de Paros o como la mecha de una estrella fugaz en las cerradas noches de La Tigra.

Ulises fue el primero en divisar ese deslumbre de las constelaciones, y su genial cabeza encendida quedó por siempre como la del joven Ícaro.

Loados sean los hijos del fuego.


XX

Heródoto, historiador y geógrafo de la antigua Grecia, dejó advertido a sus paisanos y foráneos que nada de lo que él dijese y escribiese fuera tomado a rajatabla. Y esto que destinó buena parte de su vida a recorrer veredas y pueblos, a trabar amistad con personajes griegos y bárbaros, a escuchar relatos y razones en ágoras y comarcas de donde extraía la materia prima de sus historie.

Y lo que este obstinado viajero no podía saber o conocer, lo inventaba y tergiversaba magistralmente sin el menor rubor en sus barbas de anatolio descarado, como aún es manía entre sus pares y acólitos.

Así cualquiera, hasta yo que desciendo de virtuosos perreros santabarbarenses; por cierto, los únicos “padres de la historia” a los que suelo creer a rajatabla.

  

V

Sembré una enredadera en el jardín del Fer. Nada más era que un de zarzaparrilla, frágil y moribundo, doblado por la sed. Pero tocó tierra fértil y alzó vuelo.
A los días volví y el muro ya lucía verdor y en lo más alto unos gajos de flores. Buena mano la mía.

En el jardín de Beto di posada a Totoro, gato feliz y dado a la caza de moscas. Dueño y señor él solo de sus ínfulas de adorno y locamente afecto a los bolsos de mujer y a los almohadones bordados con el Mickey Mouse.

El mundo está plagado de pequeños detalles, no siempre visibles a primera vista. Ajeno yo no soy a estas minucias, y esto, sólo esto es vivir, sabedlo.


XVI

Y pronto rodaron hondura abajo ídolos y estatuas. Los vientos de abril barrieron las plazas atestadas de cadáveres y restos de diversas pertenencias. Nada quedó en píe, salvo algunos peñascos y una que otra florecilla silvestre.

Lugar de mujeres bellas significa Ulaluca en lengua muerta. Yo conocí a una, sólo a una, que se hacía llamar Nefertiti, como la reina egipcia. “La bella ha venido” gritaban los súbditos de Akenatón al verla aparecer tras los ventanales del palacio.

Y yo a solas, último lugareño de Ulaluca, siglos después murmuraría para mis adentros mi bella ha venido, en memoria de ti, la única, la de irrepetible belleza.

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