Desde hace más de 15 años he ido
conociendo la obra del poeta Antonio Colinas, poemas sueltos, libros: “Jardín
de Orfeo”, “Noche más allá de la noche”, “Sepulcro en Tarquinia”, “Libro de la
mansedumbre”… una obra que es como la orilla donde la luz y la sombra envuelven
las interrogantes que al hombre acompañan.
En el año 2004, conocí al poeta
Antonio Colinas en Salamanca, España; sabía yo que estaba ante uno de los
grandes poetas de nuestra lengua, su voz reposada, su mirada signando cada
cosa, los brazos cruzados en el pecho, la devoción con la que escuchaba y la
certeza mansa de sus opiniones. Estos días he terminado de recorrer su obra
completa, editada por el Fondo de Cultura Económica, 650 páginas de poesía,
cuando se lee, uno puede emplear vastos calificativos “monumental”,
“fundacional”, “inmensa”, sin embargo poco alcanzaríamos a decir con eso; en mi
caso apenas quiero hacer mención de las mismas palabras del poeta, pues el
libro viene con una presentación de Antonio Colinas, yo no quise leer esa
presentación, hasta que finalizará de cerrar mi primer ciclo de lectura de su
obra, pues una lectura reposada y puntual como la que he hecho, sólo pronostica
una acción más que sin duda me llevará años: la relectura de la obra de Antonio
Colinas (quizá la verdadera lectura), ese atemporal vínculo, esa
consanguineidad de los significados, la reflexión, esa señal de la vida que
levanta sus pactos entre un lector y un creador, ahí donde uno reconoce la
condición humana, donde uno logra acercarse a la reflexión, donde lo secreto ya
no es metamorfosis lingüística, sino un signo abierto que obedeciendo sólo a su
absoluta causalidad nos abre paso al laberinto de otros signos de un mundo que
desea revelarse, esa es la lección de leer a Antonio Colinas que recorre la
vida en su poesía y su vida en la presentación de su poesía; de nuevo vuelven
los lugares, la edad, la necesidad, la filosofía, el mediterráneo, la oscura
palpitación de las estatuas encontradas, esos nombres que estuvieron cerca de
él: Aleixandre y María Zambrano, su memoria y encuentro con Pound, las lecturas
de Hölderlin, Rilke, Valery, Quasimodo, Seferis, Ritsos, Espriu, Riba, nombres
que son signos del tiempo, la evocación de Perse, de una isla en Italia, de la
habitación en el acantilado, de la vid en los campos decapitados por la
penumbra… al final de esta presentación de su obra completa, Antonio Colinas
escribe unas palabras sabias, dignas de los grandes lectores, de los grandes
poetas; pero también son una lección de vida y una noción ética y espiritual
totalmente memorable; dice el poeta: “Cierro
las páginas de esta edición que estoy preparando, cierro tantos años de poesía.
Es pleno verano. Detrás del ventanal, en el patio de la vieja casa, se ha ido
la luz de fuego de las piedras ferrosas, pero si uno se acerca al muro y pone
en él la mano, aún lo notará cálido. Es el milagro que ha hecho a lo largo del
día la luz sobre la piedra. Como la palabra lo ha hecho en el poema, “paso a
paso”, a través de tantos años. La poesía acaso sólo sea eso: un poco de tibieza
o calor contra la dureza de la vida o de la muerte; huellas de una luz que nos
enseñó a ser y a conocer, a vivir en lucidez y en plenitud, a sanarnos y a
salvarnos un poco”.
UN ACERCAMIENTO A LA POESÍA DESDE LAS PALABRAS DE ANTONIO COLINAS
“La poesía es para mí una vía de conocimiento. Es
decir, un medio para sentir, interpretar y valorar la realidad y nuestra propia
experiencia humana. Pero no sólo esa realidad aparente que los ojos ven, sino
la que yo he llamado en otros momentos una realidad transcendida o
trascendente. Creo que a la poesía no le está destinada la misión informativa
que, de manera más concreta o “fotográfica”, nos ofrecen otros géneros
literarios, como el ensayo o el periodismo. En el poema, la palabra se
caracteriza porque es y debe ser, ante todo y sobre todo, palabra nueva.
No basta con copiar o repetir la realidad, o los temas
de la tradición. Hay que hacerlo con palabra que se distinga, con palabra
nueva. Es la novedad que ofrece la palabra poética –su necesidad de fulgor, de
intensidad, de emoción, de pureza formal-, lo que distinguen al poema, lo que
hace que el poema sea tal poema y no prosa cortada engañosamente en trozos.
Estas son algunas de las características que yo le exijo al poema para que sean
verdadero poema.
La poesía es también algo estrechamente unido a la
vida, a la experiencia de ser, al viaje exterior e interior de cada creador. No
concibo un mundo sin poesía y no concibo, por ello, que ésta no vaya
estrechamente unida a la experiencia cotidiana. Bajo este punto de vista, la
creación poética tiene mucho que ver con lo que Jung reconocía como proceso de
individuación, es decir, el que nos lleva a cada uno de nosotros al pleroma: a
ser lo que cada uno de nosotros queremos y debemos ser, a la plenitud. Por eso,
la poesía se manifiesta a través de un lenguaje que nos sitúa en un alto grado
de consciencia y que nos pone en ese camino que conduce a la plenitud de ser.”
POEMAS DE ANTONIO COLINAS
que en el norte de Hispania alguien manda grabar
en piedra un verso suyo esperando la muerte.
Este es un legionario que, en un alba nevada,
ve alzarse un sol de hierro entre los encinares.
Sopla un cierzo que apesta a carne corrompida,
a cuerno requemado, a humeantes escorias
de oro en las que escarban con sus lanzas los bárbaros,
Un silencio más blanco que la nieve, el aliento
helado de las bocas de los caballos muertos,
caen sobre su esqueleto como petrificado.
Oh dioses, qué locura me trajo hasta estos montes
a morir y qué inútil mi escudo y mi espada
contra este amanecer de hogueras y de lobos.
En la villa de Cumas un aroma de azahar
madurará en la boca de una noche azulada
y mis seres queridos pisarán ya la yerba
segada o nadarán en playas con estrellas.
Sueña el sur el soldado y, en el sur, el poeta
sueña un sur más lejano; mas ambos sólo sueñan
en brazos de la muerte la vida que soñaron.
No quiero que me entierren bajo un cielo de lodo,
que estas sierras tan hoscas calcinen mi memoria.
Oh dioses, cómo odio la guerra mientras siento
gotear en la nieve mi sangre enamorada.
Al fin cae la cabeza hacia un lado y sus ojos
se clavan en los ojos de otro herido que escucha:
Grabad sobre mi tumba un verso de Virgilio...
***
Aquí, en estas riberas,
donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón. No pasará otra onda rumorosa del río,
no quedará este chopo envuelto en fuego verde,
no cantará otra vez el pájaro en su rama,
sin que deje en el aire todo el amor que siento.
Aquí, en estas riberas que llevan hasta el llano
la nieve de las cumbres, planto sueños hermosos.
Aquí también las piedras relucen: piedras mínimas,
miniadas piedras verdes que corroe el arroyo.
Hojas o llamas, fuegos diminutos, resol,
crisol del soto oscuro cuando amanece lento.
Qué fresca placidez, que lenta luz suave
pasa entonces al ojo, que dulzura decanta
el oro de la tarde en el cuerpo cansado.
Hojas o llamas verdes por donde va la brisa,
diminuto carmín, flor roja por el césped.
Y, entre tanta hermosura, rebosa el río, corre,
relumbra entre los troncos, abre su cuerpo al sol,
sus brazos cristalinos, sus gargantas sonoras.
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, miro arder todas las tardes
las copas de los álamos, el perfil de los montes,
cada piedra minúscula, enjoyada del río,
del dios río que llena de frutos nuestros pechos.
Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón
***
CANTO XXXV
Me he sentado en
el centro del bosque a respirar.
He respirado al
lado del mar fuego de luz.
Lento respira el
mundo en mi respiración.
En la noche
respiro la noche de la noche.
Respira el labio
en labio el aire enamorado.
Boca puesta en la
boca cerrada de secretos,
respiro con la savia de los troncos talados,
y como roca voy
respirando el silencio,
y como las raíces
negras respiro azul
arriba en los
ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a
sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis
venas toda la luz del mundo.
Y yo era un gran
sol de luz que respiraba.
Pulmón el
firmamento contenido en mi pecho
que inspirando la
luz va espirando la sombra,
que nos anuncia el
día y desprende la noche,
que inspirando la
vida va espirando la muerte.
Inspirar, espirar,
respirar: la fusión de contrarios,
el círculo de
perfecta consciencia.
Ebriedad de
sentirse invadido por algo
sin color ni
sustancia y verse derrotado
en un mundo
visible por esencia invisible.
Me he sentado en
el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en
el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar,
mas soñaba profundo
y, al despertar,
mis labios musitaban despacio
en la luz del
aroma: “Aquel que lo conoce
se ha callado y
quien habla ya no lo ha conocido”.
***
Después, mientras dormía aquella noche,
me pareció oír un grito negro, un alarido
que brotaba de lo arcano del océano,
por donde vino
(después de otras sangres, las de los sacrificios
con los cuchillos de obsidiana)
un vendaval de espadas y caballos,
oleada de cruces,
la idea del amor, que amordazar no pudo
la avidez ardiente
por el fulgor del oro.
¿O que sí pudo?
¿Será acaso el amor
el oro de los pobres?
***
Lo digo porque cuando iba ascendiendo,
de lo negro a la luz,
por las piedras del tiempo,
me encontré con un pobre mendigo,
con un muerto en vida.
Nada sabía él de héroes ni de guerras,
del ayer o el mañana.
Y, sin embargo, quien no era nada
pudo entregarnos con su labio herido,
desde su ruina enferma,
una señal del todo, al decirnos:
“Dios le guarde”.
¿Será el oro del pobre el amor,
la raíz de una luz quizá perdida?