Néstor
Ulloa es un poeta de hondas indagaciones conceptuales desde una sutileza verbal
sobria y certera. Pocas veces el oficio de la escritura logra un equilibrio
entre la sencillez del decir y la abstracción evocada. De ese modo entramos en
la transparencia de una poesía que tiene su asidero en lo hosco del espíritu y
la tentativa por ir más allá de un monólogo o de algún misticismo trasnochado.
Los centros de “Detrás de la sed” están en deuda con la voz total del poeta en
otros libros suyos ya publicados: la íntima soledad, el discurso asceta de la
esperanza, el tiempo que transcurre, la contemplación del vencido y sobre todo
la imposibilidad de habitar un mundo donde no hay espacio para la sensibilidad
humana.
Néstor
Ulloa es un auténtico representante de su generación, su nuevo libro está a
punto de salir de la imprenta. La Doctora Carmen Ruiz Barrionuevo se refiere
críticamente a la obra del poeta en un texto que reproducimos aquí, sin duda alguna un mérito para nuestra poesía
joven.
Detrás de la sed de Néstor Ulloa: El hallazgo comunicativo
Carmen Ruiz Barrionuevo
Es este un poemario
signado por la premura de la palabra precisa, por la urgencia que viene dada
por su intento comunicativo, por sus imágenes, por el deseo de romper moldes
establecidos, por su ritmo declarativo. Tal es el impulso que mueve los versos
del tercer libro poético de Néstor Ulloa; en una pugna por el diálogo necesario
para todo poeta, porque como dice Hans-Georg Gadamer: “El poema tiene que
mantener un diálogo con el lector. Pero el poema no dialoga solamente con el
lector, el poema es en sí mismo un diálogo, un autodiálogo”, y un diálogo que
contiene además una propuesta, la de expresar esa realidad que fluye en el
entorno del poeta. Porque la lírica, el arte primero de los pueblos, que intenta
expresar lo incomunicable, nos obliga a profundizar en nosotros mismos, a reflexionar
con nuestro propio yo, sin olvidar que nos relaciona con los otros en el uso
del más necesario acto de comunicación en el que la palabra se hace instrumento
del conocer.
En todo poema
las palabras son propuestas, son lecturas que expresan el conflicto con el
mundo. Ello sucede desde el comienzo en Detrás
de la sed, que se abre con cuatro
breves poemas que solicitan la atención del lector con potentes imágenes, signos
también de una declarada postura frente a su entorno. Las palabras golpean con
la eficacia de símbolos y esa “campana atada al cuello” que abre el poemario, nos
puede recordar esa urgencia, y el reconocimiento de que la aventura del hombre
no es inútil, en la tensa gravitación de la imagen que acompaña el esfuerzo
negativo. Y frente a esa imagen otras, como la del viento, espíritu y
clarividencia, aunadas al gesto del pájaro que se eleva hacia el infinito. Aún
más, el feliz encadenamiento de las imágenes continúa al asociar los tañidos de
campana con los girasoles ciegos y prolongarse hacia otros versos: Girasol como
fuerza y divinidad, con lo que al final logra imponerse el optimismo. Campana,
viento y girasoles, orla de imágenes que signa este comienzo e impulsa el resto
del libro. Es potente la simbología del girasol, sobre todo después de que el narrador
español Alberto
Méndez ofreciera en su colección de cuentos Los girasoles ciegos (2004) la explicación, -quién
sabe si fruto de la ficción- de que “La Biblia, para referirse a quienes se
hayan desorientados, dice de ellos que son como los girasoles ciegos, no ven la
luz del sol, andan perdidos”. Lo cierto es que esta imagen cala también en este
libro e ilumina su parte positiva al desembocar el verso postrero de este friso
inicial: “llueven campanadas y girasoles”. Ello se
prolonga en el brevísimo poema “Los girasoles ciegos” que
apuntala la misma metáfora al potenciar el hacer poético en su parte positiva y
solar: “A los girasoles ciegos que me habitan el pecho, hoy los he descubierto
construyendo un faro para señalarle a Ícaro el camino de regreso a casa”. Porque
Detrás de la sed sugiere esa
búsqueda del que intenta una proyección en su entorno y pretende superar, sin
lograrlo, el abismo de lo cotidiano. Tal vez esa es la razón por la cual no
existe en el libro más que un encadenamiento de poemas en los que las temáticas
se abren a lo amoroso, al entorno de la ciudad y al propio conflicto
metapoético. Y estas materias se van forjando o se van tejiendo con elaborados
engarces que potencian cada uno de los temas sin
olvidar el gran marco de fondo expresado en “Cronos corpore”,
donde el reloj como imagen de lo temporal rige la vida en el entorno vegetal, los
pájaros, la lluvia, la noche, la abuela y los huracanes: “Llegará puntual la noche, / cerrando los ojos
a los muertos olvidados en el armario / Y entonces, / ese péndulo de reloj
triste que me habita / volará / hasta el último llanto de campana”. En ese
ámbito acotado el poeta consolida su intento en la percepción de que los hombres
continúan el sendero de otros hombres ya idos, como lo sugiere “La voz de los
muertos”, asociando de nuevo imágenes tan inquisitivas como la campana de
cristal y el barco de papel. En este medio el poeta hereda una voz, un eco del
pasado, intenta sin lograrlo ser lúcido en el camino, pregunta e inquiere. Ello
se constituye en urgente tarea que es una constante en su gesto. Amor y
proyección pueden parecer incompatibles, pero enseguida percibe su
convergencia, por eso al final se nos abre el diálogo amoroso en “Los otros”
donde se renuncia momentáneamente a ese diálogo para buscar “la cara oculta de
las cosas, porque también las cosas guardan sus propios secretos”. El poema sin
embargo se rehace con un homenaje a un clásico del Siglo de Oro, pues Quevedo
asoma en la acertada variante de una de las mejores imágenes de nuestro idioma:
“Pero vos, vos sabrás que lo que los otros digan acerca de este puñado de polvo
vuelto / asombro enamorado; todo eso no significa nada, si no es tu voz la que
dispara”. Por otro lado poemas como “Patente de corso” o “La voz” son impulsos
surgidos del diálogo que proyecta el yo hacia los otros (“He seguido la voz que
me llama y me he descubierto desafiando el amor de las luciérnagas”). Es así
como esta poesía no se ensimisma sino que se realiza en una proyección de su
acto.
Aparentemente,
por tanto, el libro se presenta como una estructura lineal en la que el lector
debe ir modulando los hallazgos y sintiendo la comunicación de la palabra. Una
parte importante lo ocupa el tema del ser humano no exento de algún carácter
apocalíptico como lo sugiere en “La voz
de los muertos (en off)”, “una suerte de onírica ausencia que habita la luz de
las estrellas”. Aunque también la visión del ser humano se carga de ironía en “El
puro mito” con el recuerdo de Sísifo y con la serie de poemas iniciados por “Alguien…”
que acota las distintas caras del poliedro en la temática humana que podemos
llamar metafísica: “Alguien canta a mitad de la noche” con la oposición del bien
y del mal; “Alguien recuerda una tarde de lluvia con barco de papel”, con el simbolismo
del barco que se impregna de incertidumbre; “Alguien decide morir triste” con
el respeto a la propia voluntad; “Alguien escribe una nota” en el que la
escritura se yergue como necesidad y revierte en el tema metapoético, como
también “Alguien no escribe una nota”, que incide en la dificultad de plasmar
lo poético; y “Alguien mira atrás y regresa” donde apunta las razones por las
cuales es necesaria la recapitulación de lo andado. Como vemos en esta serie ya
aparece el repliegue metapoético, más evidente en algunos momentos, como en “De
poeta a poeta o receta rápida para el suicidio” donde el desdoblamiento paródico
se resuelve en la quijotesca imagen del poeta que se prolonga en la autoironía
final. Más incisivo y doliente es “Ars herética” en el que la queja y el dolor
se proyectan hacia lo físico, o “Mea culpa” donde el autoanálisis desemboca en
la sorpresa de la imagen final: “hasta que comprendí / que los aullidos eran
míos”. En el trenzamiento temático que el poeta persigue, un poema como “Poética”
traba la página en blanco con el tema amoroso con una brillante imagen onírica que
combina en la noche la inhóspita selva blanca y el sendero de las hormigas. En
ella se inserta no solo la imagen del poeta, con su trágica estampa, un poco romántica,
sino la pertinencia del amor porque “sólo a tus árboles vuelan mis pájaros
mudos”. Desde luego que el tema amoroso asoma en muchos de estos poemas como
feliz proyección del yo. Es el caso de “Insomnio”, de “Máximas recurrentes”, o
de “Teoría”, pues en el fondo son efluvio del hacer necesario, y “Ciudad
ausencia” que combina la melancolía urbana, la percepción del mal, la
indagación, la clausura, la pregunta sin respuesta, y concluye en la convicción
de la ausencia dolorosa del vos dialogante. Esta temática se amplía y quizá culmina
en “Retrato”: “Tu imagen llega lenta, / como agua hermosamente adormecida”.
En el impulso
hacia lo exterior se impone en su poesía, como otro tema necesario, el tema
urbano, porque el poeta convive y siente en una colectividad, analiza y sufre
cuanto compone ese pacto de convivencia que constituyen las ciudades. Ya en el
comienzo del libro aparece como ámbito y temporalidad en “Caballo de Troya”, en
el que inserta su percepción bélica de este espacio con sus componentes de soledad, silencio, miedo, sin resignarse a
aceptarlo, de ahí las imágenes lumínicas, expresas en los rayos de sol que
culminan en su negación: “Hoy / la ciudad es un eclipse de sol”. Distintos
motivos construyen en el libro este ámbito, como “Sueños tendidos”, donde los
fantasmales zapatos se erigen en guardianes de unas calles que “esconden los
girasoles que nadie ve”. Como se puede observar, hilando la trabazón de
imágenes, el poeta recurre a ese símbolo de los girasoles que tan potentemente
construyó al comienzo del poemario. Y la ciudad es también la construcción
moderna del “Mall”, lugar en que habita la orfandad y las contradicciones de lo
artificial, “es un hormiguero de seres inmensamente solos”, cuyas vidas
alimentan “al caníbal del espejo”. Es esta otra de las metáforas recurrentes en
el libro, espejo como vanidad y ostentación, el reflejo de lo efímero e
inconsistente. No olvidemos que su anterior libro se titulaba Los espejos de Carlos (2006) y que sus
versos finales tienen mucho que ver con la propuesta que ahora presenta. Pero
la ciudad es también “Toque de queda” en el que se condensa la violencia y la
impresionante amenaza diaria. Algunos de estos poemas son cortos o cortísimos, de
muy selecta palabra, como también lo evidencia el excesivo y eficaz tono
anafórico de “La paradoja del fénix” o el impactante “Raza de Caín”. Poemas todos
que van apuntalando la visión del mundo centrada en la intensa interiorización
que rechaza la falsa publicidad en la silenciosa actuación que “Urbanidad” nos
parece sugerir como pauta del vivir urbano.
Aparentemente,
decimos, el libro se presenta como una estructura lineal en la que el lector
debe ir modulando los hallazgos y sintiendo la comunicación de la palabra, sin
embargo es visible, como al comienzo, el final tripartito en el que tres poemas
redondean el libro. “Recuento” vuelve a ser un poema largo. Es un acto de vida,
un examen del presente en el que se establece un propósito, un mirar hacia
adentro, un revisar los escombros, para proponer, retomando la imagen inicial, “una
torre con campana en mitad del pecho”, o lo que viene a ser una renovación de
su trayectoria vital. El segundo poema, “Manifiesto”, se centra en el acto de
voluntad del poeta que se propone querer serlo para diseñar un repaso a las
esencialidades de la vida y de la muerte. Irónico y magnífico, como cuando
habla de los enemigos, en un apresamiento del pasado y del presente entraña un
plan de vida, un proyecto de cuanto se ha sido y se desea ser. Todos esos
motivos constituyen elementos cruciales para interpretar el libro. Y como
colofón, “Adiós oscuro”, imagen marina, homenaje
nerudiano que procesa con una personal ficcionalización. Este final pone un límite
inquisitivo, dubitativo, pero en definitiva abierto, a un libro esencialmente
comunicativo, poesía que dice y urge por inquirir, por inquietar al lector, por
hacerlo un consecuente confidente de cuanto encuentra y percibe.
Salamanca,
abril de 2014