Pocas veces escribo sobre un artista
joven, lo que no significa desconfianza, sino más bien exigencia y prueba de la
evidencia estética, un universo en el que la complejidad es un crisol donde se
mezcla formación, experiencia, reflexión, diálogo, habilidad, creatividad y
sobre todo una conciencia artística reveladora de una realidad artística y de
una realidad. El arte, es eso, realidad en la más pura tensión; no importa la elección del artista para discursar, desde
los géneros clásicos hasta el eclecticismo contemporáneo donde expresiones y
plataformas pasan ese puro horizonte material que a veces es sólo excusa de la
conceptualización o de la idea artística.
A pesar que sus estudios específicos
en Parsons University son en grabado y que bien pudo tratar de exponer fuera
del país, Julia Galeano, decidió regresar a Honduras y que su primera muestra
fuera de pintura en un espacio independiente e inédito, hablamos del “Festival
Gracias Convoca” realizado por la Cámara de Turismo de Gracias y el Proyecto
USAID Pro Parque, con la idea de visualizar de manera sensible el destino
Gracias, Lempira. Y en cierto modo se entiende, pues la artista viene de una de
las antiguas familias de la ciudad de Gracias y su relación con esta ciudad es
vital y entrañable, se fue allá cinco meses a trabajar en su muestra que se
exhibe actualmente en el salón del Edificio de la Mancomunidad Colosuca,
antigua Escuela Normal Mixta Justicia y Libertad.
“Historias en blanco” de Julia
Galeano se apropia de la noción del instante dentro de un transcurrir caótico y
violento. Estos cuadros intentan aprehender la naturaleza efímera que va más
allá de la circunstancia contemplativa; en cierto son fantasmas que tratan de
construir una memoria; sus personajes, o se desvanecen en la blancura del vacío
o reaparecen de él; poco sabemos de ellos, apenas que vienen de las fotos
espontáneas con que la artista los captó en sus recorridos por Honduras y que
luego fueron material de su reflexión y metáfora de su texto pictórico.
Esta es una pintura entre fronteras,
deudora de la visión academicista y experimental, arraigada aún en la materia
prima del dibujo y en la composición tradicional, los vínculos a la figuración
y esos trazos que justificados por la inundación de las luz desbaratan
contornos y detalles; sin embargo hay una trasmigración de los elementos
clásicos al vincularlos al vacío y al acentuar cierto sentido minimalista, el
uso de colores fríos, unas texturas ponderadas y los grandes espacios en blanco
permiten edificar un mundo donde la sobriedad eslabona una levedad reflexiva
que indaga, porque la pintura de Julia Galeano no intenta representar al mundo,
sino cuestionarlo desde una perspectiva más existencial que política, más sutil
que estruendosa.
Julia Galeano es uno de esos casos
interesantes de los nuevos rostros del arte hondureño, joven aún, armada de una
buena formación académica, pertenece a una generación de artistas que no sólo
conocen el lenguaje academicista, sino que están influenciados por el ruido
contemporáneo de la hibridez de la artes visuales universales, la publicidad,
el animé, el cine y la televisión. Arduo camino le toca recorrer, pues de
entrada estamos ante una pintura cuyos códigos son novedosos dentro de nuestro
contexto, y no sólo eso, le toca, como a muchos, ser testigo y autora de un
tiempo que exige del artista compromisos estéticos superiores, a veces más allá
del mero ejercicio cultural, pues se debe hablar con la verdad de nuestra
belleza y de nuestra desgracia, de los ejemplos dignos y de las gusaneras
patrias, tareas humanas, aquí en la tierra y no en los laureles del Olimpo; ser
artista es dar respuestas al mundo desde un lenguaje consolidado y auténtico.
En la ciudad de Gracias, ha comenzado
Julia Galeano su camino; con certeza digo que es una promesa de nuestro arte y
le exigimos lo que la primavera exige: presteza al llegar y carácter para
apropiarse de la verdad, esa pequeña vela que ilumina a la historia y a la que
temen aquellos que desean que el oscurantismo sea ley y pan de cada día.