Mientras
escribo desde la lejanía, aún no lo creo. Aunque de algún modo lo sabíamos
todos: el país que tanto amó le daba el tiro de gracia a unos de los poetas más
extraordinarios de Centroamérica. Mientras escribo el dolor vuelve, la memoria
reconforta porque hay instantes memorables de la vida cultural que hemos
compartido con el poeta Rigoberto Paredes y me asalta esa rabia que nunca
absuelve nuestra tragedia como creadores en este país, donde el Estado mata la
sensibilidad y la intelectualidad con el marginamiento y la negación. Y lo digo
otra vez: el Estado y sus instituciones son una vergüenza cuando se trata de la
cultura hondureña y sus hacedores.
Se nos fue el
poeta Paredes, maestro de la poesía hondureña, entusiasta de Molina y de
Kavafis, de Pound, Eliot, Seferis, Vallejo, Pessoa, Dalton y Cortázar; el que
fue negado por las instituciones de mi país hasta dejarlo desempleado al borde
de la desesperación, la voz más clara de su generación, el fundador de un
estilo único en nuestra poesía en la que se eleva la experiencia humana y se
dignifican los instantes no por sublimes, sino porque forman parte de ese
pequeño mundo de infinitos cotidianos que tejen la vida común y la historia.
Una poesía resplandeciente, con dosis exactas de sarcasmo, humor e ironía, de
una limpieza verbal envidiable lo que desataba a primera vista una admiración
del lector por la impecable claridad de sus recursos de lenguaje, un poeta de
oficio, conocedor del lenguaje, un poeta culto que harto conocía las tradiciones
poéticas universales de distintas épocas. Es así su poesía, precisa y prístina,
impregnada de sus lecturas y de referencias de la cultura poética.
Rigoberto
Paredes se comprometió con causas políticas que dan fe de su espíritu y su
carácter: cruzó la guerra fría y la doctrina de seguridad del Estado, vio y
denunció como desmembraban a una generación bajo la lupa del Estado de
Honduras, el ejército hondureño y de personajes oscuros que hoy se pavonean
como hombres dignos y hasta son llamados analistas políticos y hombres de bien.
Vivió y acompañó a la nueva generación de poetas hondureños en el vacío de la
década de los noventas y cruzó con ellos a la era digital; tomó postura en el
golpe de Estado de 2009, condenándolo y expresando abiertamente la necesidad de
cambiar la vida institucional de Honduras. Y para que quede claro, sobrio y
culto, sin radicalismos pencos y más bien con la certeza que da pensar en el
bien común, fue un hombre políticamente de izquierda, creyente de la
posibilidad que ante el desorden y la barbarie, el saqueo, la corrupción, solo
había una posibilidad: el destino político basado en un mundo democráticamente
socialista.
Nacido
en Trinidad, Santa Bárbara en 1948, amaba su pueblo, se refería a él con una
ternura honda y a la vez con un peso existencial debido a una tragedia familiar
que lo marcó, ambas cosas las descubrirá el lector en sus poema “Memorial” y
“Velaciones”, decía que lo enterrarán allá “donde los muertos viven en una
residencial con vista a la montaña, en ese pueblo de locos y adoradores del
fuego”, estudió literatura en Honduras y en Colombia, viajó medio mundo, hizo
vida de docente y de diplomático; escribió sobre arte y literatura, fue un
pulcro ensayista, magnifico editor; perteneció a los grupos
literarios Tauanka de Tegucigalpa y Punto Rojo de Colombia. Le fue otorgado el
premio It-zamná de Literatura en 1983 por la escuela Nacional de
Bellas Artes y fue finalista en los certámenes internacionales de poesía de
Casa de Las Américas, EDUCA y Plural. Su trabajo como animador cultural es
notable, siendo fundador de los proyectos editoriales Editorial
Guaymuras, Editores Unidos y Ediciones Librería Paradiso y las revistas
Alcaraván e Imaginaria, en 2006 fue galardonado
con el Premio Nacional de Arte y Literatura, el más grande reconocimiento en
Honduras. Entre sus libros publicados destacan: “En el Lugar de los hechos” (1974), “Las cosas por su nombre” (1978), “Materia prima” (1985), “Fuego
lento, antología personal” (1989), “La
estación perdida” (2001), “Obra y
Gracia” (2005), “Segunda mano”
(2008), “Lengua adversa” (2011);
“Partituras para cello y caramba” (2013) y a inicios de este año salió a luz su
libro “Irreverencias y Reverencias”; Es coautor, junto con
Roberto Armijo, de la antología Poesía
Contemporánea de Centroamérica, publicada en Barcelona en 1983. Se
mantuvo activo siempre y en los últimos años asistió a festivales en Colombia,
Nicaragua, México, El Salvador y Canadá, además se hizo presente, a pesar de su
salud, en las actividades culturales nacionales, en el Festival Gracias Convoca
visitó más de ocho municipios y leyó con centenares de jóvenes y público que
llegó a conocerlo.
Ante la
muerte siempre fue estoico, lo define así su poesía, trató a la muerte como una
usurpadora, sin irrespetarla cuando viene de un modo natural y la condenó
cuando abrupta y voraz, surgía con las insignias de la orden superior y de los
banquetes del poder. Fue un hombre digno hasta su último momento, muchos
quisieron hacerle daño, prohibieron sus libros, otros los lanzaron fuera de las
clases en las universidades y colegios y sin duda esos personajes que negaron
su obra, en estos días impregnan de baba su última presencia terrenal. Hoy que
muchos hacen fiesta de su muerte, les digo, está más vivo que nunca; hoy que
muchos hacen lobby para figurar sobre las rosas marchitas en su tumba, les
digo: no pueden, nunca pudieron, ni podrán; no pueden con su testimonio más
claro, el más inalienable y ante todo revolucionario: su poesía. Los carroñeros
se resquebrajarán hasta que sus propias máscaras les acusen. Hoy que muchos
vienen con su asco vestido con saco y corbata, les digo, no está aquí, le fue
dada luz y laurel; le ha apartado la vida de la pudrición de un tiempo que lo
negó y que lo marginó.
Sin duda era
el único poeta mayor de Honduras que siempre tuvo el don de Maestro, siempre
atendió a los jóvenes, compartió sus libros, su vodka, sus historias de
infancia en Trinidad, Santa Bárbara. Mi generación le debe mucho a Rigoberto
Paredes, las memorables conversaciones, los viajes, el vino, los parajes en la
lejanía, su voz en el Café Paradiso, su mordaz sentido del humor o su ternura
con las niñas y los niños que lo miraban con asombro como un patriarca, los
libros prestados y perdidos ya para siempre, sus lecturas de nuestra poesía,
sus consejos, el tiempo que nos dio, su apoyo en nuestras iniciativas
culturales, pero sobre todo su poesía, un legado hermoso que se debe cuidar
porque ahí está lo mejor de él.
Rigoberto
Paredes, poeta monumental, humano entrañable, presencia que no se agota y que persistirá
en la historia posible e imposible de este país “que aún no es un país” como
dice uno de sus poemas. Que no cese su poesía en la inquietud de aquellos
hondureños que soñamos con una patria más justa donde no duela quererla y soñarla
de otro modo. Que sea leve y dulce esa otra presencia que hoy habita, nosotros
en vida como en su adiós no olvidaremos que estamos en deuda con él y en el
fuego diario de la lucha que nos corresponde vamos a recordarlo. Hasta siempre
poeta Rigoberto paredes.
POEMAS “IRREVERENCIAS Y REVERENCIAS”, ÚLTIMO LIBRO PUBLICADO EN VIDA POR EL POETA
RIGOBERTO PAREDES
CONJURO
Poesía,
no me dejes decir
lo que después yo tenga que negar, arrepentido.
Que nunca ponga en boca de metal indeleble
lo que el más leve viento
dispersar podría a ras de página.
Que pueda yo nombrarte
sin esa amarga tinta del resentimiento,
dura, vieja condena de poetas penantes.
Y hazme reír, poesía, de mí mismo, de ti,
de todo cuanto luzca recato y compostura.
Sálvame de las frentes lustrosas y altaneras,
y descreído vuélveme del que a tu puerta toca
desesperadamente, lunático de atar,
candorosa divisa de los faltos de ti.
Y por tu gracia vuélvase mi verbo
Invicto puño y letra invicta ante el espanto,
no aullante, no inocente, nunca en fuga.
En tu nombre, poesía,
has de verme resistir por la herida
SOLITARIOS
No descreo de
las cavilaciones del solitario
ni de sus
desatinos que en las horas bajas
dan por
ciertas entrañables alianzas.
Avezados
todos en las artes del silencio
escrutan en
redor el falso fondo del vacío,
allí donde
otros, no sus semejantes, se avienen
a los
precarios ritos del acompañamiento.
De lejos, día
tras día, ven pasar el tiempo
como un
cuervo en vuelo, abominable o bello.
Igual la vida
ven pasar los solitarios
con no poco
desdén, sin piedad alguna,
sin desdén ni
piedad, en blanco el corazón
y ciegos al
resplandor de las mundanas dichas.
Porque es
otro su reino,
otra su
escrupulosa potestad,
exacta, única
trama de sus arcanos pactos
labrados con
sangre
en cuartos y
tabernas de moribunda luz.
APOLO
Lo ves y no parece lo que realmente es;
como quien dice
tiene cara de pocos amigos,
si no te conoce, estás a punto
de perder tu cuello, o tu pie, o tu rabadilla.
Pesa kilos de amor en esta casa,
y su único defecto es que él lo sabe.
Telémaco parece cuando espera a su ama
y cancerbero de mil cabezas
se vuelve de noche, cuando el diablo anda suelto.
Pareciera que ha venido de otro mundo,
¿de dónde más puede venir un bóxer blanco?,
terco a veces como un toro enamorado,
y pagado de sí mismo el muy bribón.
Aquí lo tratan a cuerpo de rey,
mejor que a mí.
Un día de estos voy a ladrar
y comeré Eukanuba
para que me quieran igual.
SOLILOQUIO DEL SOLO
Y no serán los dioses quienes puedan salvarte.
Ellos la están pasando peor que tú
por más que se ufanen de un poder
que deja en entredicho sus fragilidades.
Vuelve, si quieres, si no tienes dónde.
Todo regreso es pérdida, y cuanto dejaste,
otra Ítaca, otra Penélope serán.
Otra es la tierra, tu planeta que nunca has
conocido.
Y no serán los dioses quienes puedan salvarte.
A orillas de ese río duerme la doncella
que agoniza de amor.
Cobarde. Tú, cobarde.
¿Partir así, a escondidas? Los adioses
nada tienen que ver con dejaciones ni desgracias.
Y no serán los dioses quienes puedan salvarte.
Desgraciado. Tú, desgraciado.
Marcharse sin volver la vista a tus mayores,
como un animal hostigado por la muerte,
como un pobre animal.
Así quisiste, y ahora el dolor punza tu memoria,
Ícaro sin alas, perdido
entre los callejones de Tegucigalpa.
Y yo, muerto de risa escruto tu agonía,
tu plumaje de ángel viejo, desplumado,
malherida fiera. Así me gusta verte,
saltando de una acera a otra,
la mirada sin fondo y tu semblante ido
como el de un ajusticiado
que presiente la íntima caricia de la soga.
Cabrón, ¿y toda la maldad que destilabas,
y tus cochinas pócimas contra el buen amor?
Lo peor de todo es que hayas vuelto aquí.
Sólo a un derrotado se le ocurre volver a Ilión
vencida.
Y tú el primero, el irredento,
el que no halló donde más sentar cabeza.
Y no serán los dioses quienes puedan salvarme.
AUTO DE FE
Hace años juré abandonar la poesía,
dejarla a merced de los condenados al olvido
o de las fieras que mis páginas en blanco merodean.
Confieso que hice todo lo posible;
la negué, la injurié, la eché de casa
como a una huésped indeseable,
la maldije, la puse en tela de juicio
ante amigos y enemigos.
Pero nada.
¿Adónde podría ir? ¿Quién le daría
casa, comida y servidumbre
sólo por estar mintiéndote al oído
que uno es el mejor, el único, el sin par?
Y sigue aquí esta cara dura,
maullando como gata en celo
mientras los ratones hacen fiesta en mis narices.
Un día de estos tendré que matarla, rematarla.
¡A saber si los tiros me vayan a salir por la culata!
SOBREAVISO
Inquieta mis sospechas
esa mujer con sus piernas cruzadas,
a media asta su falda vencedora;
de armas tomar parece, en posición de ataque,
y resuelta a cumplir muchas noches
de desarreglo y encantadas glorias.
Yo no la quiero de otra forma, comparable,
digamos, a un paisaje estepario.
¿Quién dijo que un paisaje estepario
es más inquietante que una mujer semidesnuda?
Ya sé que toda gloria trampa es
de incautos, insalvables;
advertidos que fueron
por un vagabundo que vino de regreso.
Pero ella ciertamente es caso aparte
con sus piernas cruzadas
y sus pechos a punto de soltar amarras.
Aquí me quedaré, soñándola despierto,
como un fauno en brama y de malsano juicio.
PETICIÓN DE PARTE
Hoy fingiré estar loco,
un loco de matar, puerco y solo,
armado con un palo
presto a romper cabezas y escaparates.
Un loco de verdad,
con un costal al hombro, lleno de calaveras,
y bien puesta esa mirada ingrávida, perdida
de los locos de verdad.
Qué susto habrán de llevarse mis parientes;
tan serios ellos, tan disimulados
con los loquitos de la familia.
Esta ciudad necesita más locos de verdad,
sueltos en plazas y en oficinas públicas.
¡Libertad para todos los locos
escondidos tras lujosos tapiales
en casas de abolengo y abundancia!
¡Libertad!
Que lleven flores a sus locas,
que escuchen a Sabina y a La oreja de Van Gogh,
ah, y que no les hagan fraude
en las elecciones presidenciales
para que ganen por mayoría absoluta.
¡Este país necesita estar en manos de locos de verdad!
Tal vez así, tal vez así.
TERCERA EDAD
Mañana cumpliré cien años,
¿o los cumplí hoy mismo, o ayer
sin darme cuenta?
Uno más, uno menos; a estas alturas
todo es igual a cien
y no echaré a perder toda una vida
por ganarme la gloria de una suma exacta.
De momento, aquí estoy en mis cabales
desplumando una margarita,
poniendo de vuelta y media a mi reloj de arena,
dándoles algún quehacer y más dolores de cabeza
a cabalistas, augures y sibilas.
Cien años bien cumplidos, los primeros,
con mi buen corazón de loco irremediable
y mi cabeza recamada de trofeos de guerra.
¡Y bueno!, que mañana y pasado
venga lo que venga.
A otros con ese cuento bíblico de Matusalén.
La juventud, ese divino tesoro, es mi novia secreta,
cara y cruz de la concupiscencia y la locura.
Mi señorío de los cien no tiene fin, como esas arboledas
donde pacen y braman los lascivos faunos.
¿Y quién no conoce el quid del ars amandi,
el arcano deleite de dos cuerpos?
Escucha, escucha la voz de la experiencia:
si anhelas cumplir siquiera cien
cúmplelos mañana, hoy mismo o ayer
sin darte cuenta.