Esa mañana, en la ciudad de Los Confines, caminé por los
corredores de la vieja casona de los Galeano con una taza de café en mi mano,
aún la luz tenía esa dulzura mansa de las lloviznas leves, crucé el jardín con
dirección al estudio del artista Mito Galeano, me detuve en la entrada porque
el instante lo merecía: hacía mucho tiempo que nadie veía crear a Mito Galeano
y lo encontré dibujando en una libreta; y le hice esa pregunta cuya respuesta
me mantendría ocupado los próximos dos años: ¿Qué haces Mito Galeano? Sin verme
siquiera me dijo: Pichinguitos…
Duende bigotudo
La sencillez, el humor, la versatilidad, la destreza técnica
del artista al recrear un universo tan complejo bajo la premisa del dibujo
infantil, son apenas umbrales a un espacio estético de inagotables
significados. Un hombre dibujando como un niño. Un artista que transforma el
dibujo académico y lo impregna de una imaginación que viene de los niños y que
parece improvisada, pero al contemplarlo con detenimiento nos damos cuenta de
los detalles, de la destreza y de su intensión. Un artista traduciendo el
relato que el dibujo infantil ha escondido en su misma representación. Niños y
artista en franca colaboración, derribando las fronteras de la técnica del
dibujo. Niños de comunidades rurales de origen lenca a quienes el artista les
pidió dibujar sus historias. Un artista que de manera vital renueva el dibujo
de la tradición hondureña con signos tan propios y universales que proponen un
discurso innovador sin que nos parezca desconocido o reciclaje de la cultura de
masas o de la alienación mistificada bajo la piel de lo muldisciplinario o del
programita cultural de los falsos dioses del arte contemporáneo hondureño y su
síndrome de indicadores para complacer las expectativas de quienes desean maquilar
el arte y hacerlo digerible y programático, negando aquello que no huela al
“centro” o sospechando de la periferia y
su asco luminoso o de la provincia y su discurso incandescente.
Lempira con arco
Este proceso de arte comunitario y social es ejemplar; no
sólo implica una tarea de desdoblamiento, sino el intento por auscultar el relato
infantil acerca de la vida; de nuevo surge Lempira, armado y vivo ante el
invasor que es identificado a caballo y con la indumentaria de la conquista,
aunque en algunos dibujos el invasor sea un pájaro con uniforme militar. Se
resucitan las historias orales y sus personajes fantásticos; además de recrear
una lucha entre el bien y el mal, entre los valores de la vida y la
sobrevivencia cotidiana en un mundo lleno de retos y calamidades sociales; en
cierto modo es la representación estética de un discurso infantil real,
esperanzador y soñador, pues en los dibujos claramente se interpreta que gana
la celebración al pesimismo y al silencio, la ternura al sufrimiento. Pero
estos son apenas puntos de partida hacía un mundo más complejo donde la
vocación creativa de Galeano nos induce a un viaje donde hay un planteamiento
estético renovador para nuestro arte, trazado por estrechas relaciones que
están más cercanas al performance y a la intervención, entendidas como
plataformas del arte contemporáneo, con la diferencia que esta plataforma no es
artificiosa como los estratagemas y cuestionarios o la conceptualización
enlatada de mucha producción actual; digo esto porque hay en el gesto de
creación de los dibujos de Galeano el resultado de años de búsqueda de un
lenguaje y la apertura a ir más allá del programa estético personal, pues el
artista se ha permitido explorar el universo de su obra armado de herramientas
de investigación de la antropología, la historia y hasta la arqueología, y en
otros casos la manufactura, los colores, la documentación fotográfica de más de
veinte años y por supuesto el conocimiento vasto e íntimo de la tradición oral.
Cadejo guesudo
Los Pichinguitos de Galeano hacen memoria de una tierra, de
su gente, de la necesidad, de la belleza y la carencia; pero sobre todo de la
imaginación y en este caso la imaginación viene de las niñas y niños que
dibujaron estos personajes que sirvieron de punto de partida para el
artista. Los dibujos de Mito Galeano son producto de talleres de creación
literaria, compilaciones de tradición oral y jornadas de dibujo donde las niñas
y niños se expresan sobre la vida en la comunidad.
El proceso de elaboración no ha sido lineal, es más complejo
de lo que se puede imaginar, pues implica una interiorización de la expresión
del dibujo infantil y a la vez un conocimiento profundo del mundo lenca, de los
rituales, colores y creencias; esa esencia es lo que permite ciertas
características que nos acercan a comprender sus signos más allá de su representación
figurativa. Ningún detalle de estos dibujos es gratuito, ni decorativo, cada
ínfima disposición de colores y elementos posee una fineza conceptual que
determina una actitud creativa contemporánea, totalmente poética y dentro de un
orden conceptual donde el ideal estético signa caminos hacia múltiples
lecturas, las meramente artísticas y otras que se enriquecen al verlas desde el
ojo de la antropología, la historia, la sociología, y por supuesto la tradición
oral, pues estos dibujos antes de ser trazo fueron relato, palabras, historias
comunitarias, signos en evolución de una cotidianeidad.
El artista ha denominado como Pichinguitos, hasta los momentos, a tres colecciones de dibujo; la primera colección “Pichinguitos” consiste en una serie de obras cuyo proceso es el siguiente: se visitaron las comunidades y se conversó con los niños sobre sus intereses respecto al dibujo y sobre lo que deseaban comunicar; en ocasiones se contaron las historias de la localidad y luego se escribieron o se dibujaron según el interés individual.
Españolito matón
Al inicio los patrones narrativos volvían por los personajes
de la tradición oral, sin embargo estos no son los únicos relatos que las
comunidades poseen, hay otros sobre política, religión, cultura, agronomía,
salud, educación y ecología; lo que sucede es que son relatos tamizados por la
escasa formación que se impregnan con una intuición empírica y se traslapan con
ese universo mágico realista que funda acciones y maneras de ver el mundo, no
sólo el tema de lo fantástico, sino del sentido del humor, los juegos de
palabras y el sarcasmo, recrean un laberinto que lógico o ilógico, absurdo o curioso,
complejo o naif, irreal o exótico, se amalgaman para ser la visión del mundo de
la tierra adentro y del campesino de origen lenca. Pues bien, ese dibujo
original, realizado por el niño se toma como un boceto que es redescubierto y
replanteado en el dibujo de Galeano. Esta colección destaca porque hay un
respeto por el dibujo original a nivel de interpretación no de trazo y de
resolución formal; el artista, toma de él los contornos y busca indagar su
trazo y se amplifica en su mirada de artista, es una forma de recreación, una
visita al imaginario de las comunidades y aún hay en esta acción la
preponderancia de la habilidad técnica y conceptual del artista o más bien la
acción académica de su trabajo que le da un destino final al dibujo en el plano
formal, pues Galeano visita ese mundo como artista y entabla con él un dialogo
creativo donde el respeto y el equilibrio son las matrices de lo que sería el
viaje entre los laberintos semánticos y psicológicos.
El señor de los jaguares
En la segunda colección “Bojotillos”, el proceso de creación
de los niños es el mismo, sin embargo el tratamiento del dibujo por parte del
artista cambia, pues el dibujo del niño se interviene directamente; en este
punto se percibe la sutil relación formal entre el personaje del dibujo del
niño y trazo del artista, a nivel de la experimentación en esta colección
Galeano se aleja del grupo de niños y el curador explora el mundo de la
literatura oral, realiza jornadas de creación literaria y les invita a borrar
la línea de la instrucción de la enseñanza donde los niños calcan o copian en
el aula, lo que es absurdo, por ejemplo, los programas educativos les piden dibujar
una planta de maíz o un árbol que yace dibujado en un libro, dejando de lado
que en la comunidad hay miles de plantas de maíz y árboles que bien pueden ser
modelos del dibujo, o lo peor, negar u obviar que el niño ha crecido entre
árboles y milpas y que no sólo posee esa imagen en su cerebro, sino que
alrededor de ellas hay centenares de historias fantásticas sobre el maíz o los
bosques o lecciones de vida de sobrevivencia, trabajo, explotación, maltrato,
trabajo infantil, violencia y marginamiento. Las niñas y los niños de tierra
adentro viven en el filo de la necesidad y es la creatividad y la inteligencia
lo que les permite sobrevivir; en los personajes de “Bojotillos” es donde se
conserva completamente la intención del dibujo del niño, por supuesto que esto
no demerita la primera colección, lo que sucede es que el mapa estético da un
giro, si en los “Pichinguitos” Galeano interpreta el dibujo, lo usa de boceto y
lo recrea, en los “Bojotillos” Galeano únicamente asiste al descubrimiento de
una mirada pura del dibujo que nada más es canalizada estéticamente a un
posible espectador como texto creativo, es aquí donde el niño plantea duendes
que tiene actos sexuales con sus víctimas, animales que se han mezclado entre sí
para engendrar otros animales fantásticos “este
es un animal que vivía en un pueblo triste porque se alimenta de la tristeza de
la gente y la única forma de ser feliz es buscarlo, encontrarlo y tocarle la
cola” dice un cuento de una niña; sirenas que son una flor en los remolinos
de los ríos y al acercarse se roban a los niños. Son dibujos donde los niños
han huido para escapar de un mundo que no es el prometido y donde ellos pueden
decidir “porque tú eres el que decide si
te vas con la sirena, ya que al perderte hay una cura que la comunidad puede
hacer, pero es la niña o el niño el que decide si se queda con la sirena en ese
mundo bonito o vuelves con tus padres” reza un testimonio de un niño de
Cruz Alta.
Los “Garabatos” es una colección de dibujos de los niños que
ilustraron cuentos de su propia autoría y que fueron publicados en el libro “El
barro es nuestro corazón”, en esta serie, que no forma parte de esta exposición,
el dibujo original es intervenido a nivel virtual por el artista que escanea
las obras y luego organiza el dibujo a manera de reforzar la composición y en
algunos casos adhiere o retoca algún detalle; hay una intervención, pero es más
operativa y funcional, es decir hay un aporte técnico del artista al dibujo
original y el proceso es más colaborativo y menos complejo, ya en las otras dos
colecciones hay una simbiosis que va más allá de una versión técnica y nos
expone ante universos más complejos, donde los signos cruzan los límites de la
gramática del dibujo y de la sola
actividad artística.
Para contextualizar los dibujos de Galeano dentro de la
producción nacional, uno debe opinar sobre la práctica artística y no de los
rituales pseudo artísticos y propagandísticos post golpe de Estado; me interesa
mencionar que entre las prácticas de dibujo serias, irrumpe Mito Galeano con
sus dibujos, tan de aquí, tan deudores de la tradición academicista y
figurativa de nuestro arte y tan trasgresores porque su práctica difiere de la
tradición, hay un gesto conceptual en ellos en la práctica misma del dibujo que
tiene que ver con la intervención de un primer plano de apropiación de la
realidad por parte del primer sujeto que los creo: el niño. Este gesto es
totalmente performático donde el artista visita los restos de la cultura lenca
y se cura de cualquier romanticismo e idealización al indagar esa realidad
desde la lectura de un habitante que es hacedor y testigo de su mundo; por
supuesto que del dibujo del niño a la obra final del artista hay un intercambio
sutil, pero muy consciente de subjetividades, ya que hay una intervención del
dibujo guiado por el sentido conceptual que Galeano ha planteado para salir
bien librado de ese universo de complejidades del dibujo infantil, pues la idea
aquí no es interpretar el dibujo del niño o urdir una estrategia psicológica
para comprenderlo, sino conocer la realidad de dónde surge el dibujo, sea esta
realidad el mundo de las comunidades, los sueños o la imaginación de los niños;
una solución magnifica pues es la realidad la que justifica este proceso que al
final se impregna con la formación visual del artista y con los elementos del
mundo del niño sobre los que también el artista ha reflexionado y los ha vuelto
material de trabajo.
En las conversaciones con el artista durante el proceso
curatorial y de observación del proceso de creación, he descubierto varias
cosas, una de ellas es que Mito Galeano posee una capacidad intuitiva que le han
dado sus años de conocimientos de las tierras y las gentes de Lempira, además
de sus lecturas ligadas a la historia, la antropología, las artes visuales y
las culturas mesoamericanas; esta formación le ha permitido indagar con fineza
su dibujo, incluso ha realizado exploraciones del dibujo de niños que están
expuestos a la televisión y niños de comunidades donde casi no hay televisión,
los hallazgos podrían ser de interés para algunos estudiosos, en este sentido Mito
Galeano expresa que las niñas y niños de comunidades sin televisor dibujaban
sus mundos, sus objetos con mayores detalles y con un gran sentido narrativo y
en eso el artista tiene razón pues en el ejercicio de dibujo de niños de estas
comunidades de donde surgen los Pichinguitos hemos percibido que la idea no es
representar el personaje sino contar una historia.
Duende guitarroso
La obra de Mito Galeano supera esa idea de programa estético
por realidad estética; se desborda de la imagen de representación hasta ser un
hallazgo dialéctico: es dibujo y relato, o más bien, expresión del relato,
historia cotidiana antepuesta a la historia oficial. Y es ese hallazgo que
salva estos dibujos de prácticas pasivas o arcaicas; más que armonía, suma una
antítesis y abre el debate sobre otras prácticas que sin ser urbanas están en
el centro de atención pues estos dibujos
evolucionaran a murales, a la digitalización, a la animación y al grafiti, su
vastedad apenas se asoma en estas letras y su significado está más allá de ese
horizonte de la normativización y de la sala expositiva.
En múltiples ocasiones muchos de los especialistas con los
que he conversado sobre los Pichinguitos han expresado incluso encontrar en
ellos aristas sobre la imagen de identidad nacional, sin embargo el artista no
ha tenido esa intención, lo ha expresado abiertamente y tampoco yo me atrevería
a hacer una lectura de ese tipo. Por supuesto que si encajan centros como la
memoria y la resistencia de una tierra, la riqueza de los relatos entre la
miseria, pues esta, la tierra de Lempira, es una tierra que se la prometieron a
todos como postal turística y como mina humana de fuentes de financiamientos
para estrategias de desarrollo que nunca llegaron a los más necesitados.
Lo residual de la representación que plantea lo solamente
artístico o estético se cuestiona con esta obra y nos permite asomarnos a otras
ventanas de discusión como el arte comunitario, la apropiación de las
expresiones populares, el arte social, no colectivo, si social. Los
Pichinguitos vienen de intentos de comprensión del mundo desde la evidencia
empírica que las historias locales forjan en los niños, y hay en esa
“inocencia” una necesidad que exige ir más allá de la evocación, del idilio, de
la postal turística, o de comunicar; por eso es tan esencial comprender su
proceso, ya que esa primera mirada del niño le permite a Galeano operar sobre
un material auténtico de compresión y sensibilidad que establece un vínculo de
respeto entre la expresión del niño y la obra de arte que emerge de esa expresión.
Por supuesto que esa pureza vista como inocencia no sirve para esta lectura, la
mirada de los niños es evidencia testimonial de su mundo o mejor aún de los
relatos de su mundo.
Pienso en nuestro arte cuando veo la obra de Galeano y siento
que su lenguaje encaja perfectamente como expresión contemporánea, no sólo por
las características propias de su dibujo, por esa vuelta sobre la gráfica
infantil y porque en cierto modo su búsqueda es transparente: Galeano abre un debate
sobre el dibujo hondureño, sobre la creación y sus procesos, y es verdad que
mucho tiene que decir aquí la psicología, aunque en el planteamiento de Galeano
no es de las invitadas a la mesa, pues en la búsqueda de su lenguaje y en el
proceso mismo, Galeano quiso ir por las aristas políticas y antropológicas que
le proveen las comunidades.
El ganado del duende
Esta exposición Pinchinguitos, se nos presenta como estadio
de un proceso y no como el final, pues el objetivo mismo no concluye cuando un
artista expone su obra o esta se colecciona, eso es mercado en su más bárbara
depredación, estos dibujos, ya dije, han sido voces y cuentos, antes de ser las
hermosas piezas de arte que son y esa hermosura supone un nivel de aprehensión
no sólo de un lenguaje visual bien estructurado como primer indicio para entrar
al conflicto entre la memoria histórica y la vida cotidiana, que pugnan contra
la versión oficial de la verdad como ingrediente primario de la ignorancia,
supone también regresar a la realidad una interpretación orgánica de las
condiciones humanas en que se fundaron y emergieron, porque el gran arte no
sólo representa o comunica o dialoga: dignifica.
Mientras permanecíamos en la vieja cima de un mirador cercano
a Corante, el artista Delmer López, al presenciar esa hermosura de la tierra de
Lempira, me comentó que había comprendido esas lejanías sólo desde los dibujos
de Galeano, que no bastaba sólo hundirse en el paisaje; es verdad y esto si es
reclamo ¿Cuántos años más de marginación para Mito Galeano? exiliado en su
propia casona de Gracias, figura ejemplar y dignidad dispuesta al abrazo, le
quedó pequeña Gracias, su ciudad querida y sus autoridades que repiten ante el
campesino de origen lenca, el patrón colonial como un maloliente ADN.
Pero este texto no es para tomar venganza, es para celebrar.
No se trata de Mito Galeano y su
brillante y majestuoso regreso a las salas de exposición, eso sería mezquindad…
se trata de los miles de niñas y niños que han encontrado en el arte una sola
verdad: la oportunidad que les digan la verdad y les regresen su riqueza. Dignidad
ya la tienen y bien pueden opacar nuestras lentejuelas, nuestros pisos
desinfectados, nuestra esperancita negociada; es decir, se trata de detenernos
ahí donde el arte ilumina un poco el lugar donde comienzan los caminos.