Conocí
al poeta Alfredo Pérez Alencart en Salamanca hace más de diez años. En esa
ocasión me apoyó para presentar “La hora siguiente” una antología sobre la
nueva poesía hondureña. Él tuvo la deferencia de invitar a varios poetas y
académicos entre los que estaban Antonio Colinas y Carmen Ruíz Barrionuevo, a
quienes les guardo hondo respeto y estima.
Fue
el poeta José Antonio Fúnes quien me recomendó con él y con entusiasmo, antes
de ese viaje mío a Salamanca, me dio algunas referencias de la poesía y de la
personalidad de Pérez Alencart, un poeta embajador de la poesía latinoamericana
en España, un intelectual honesto y transparente, editor de docenas de libros
donde se da a conocer nuestra poesía, un gestor cultura ejemplar que ha
realizado sendos encuentros de poetas de todo el mundo, cumbres y cónclaves
poéticos en su amada Salamanca.
En
muchas ocasiones Pérez Alencart también ha recibido y atendido a hondureños que
llegan a España; doy fe que han sido favorecidos por sus atenciones, amistad y
protección; en cierto modo su labor con los intelectuales hondureños supera las
acciones que hacen las momias del servicio diplomático de Honduras en España.
En
octubre de 2016, junto a Belinda Portillo, Directora de País de Plan
International Honduras y a Edgardo Cruz, nos abrió las puertas para hacer
alianzas institucionales que permitan hacer crecer el proyecto de bibliotecas
escolares y comunitarias Fomentando la Cultura Lectora en Niñas y Niños de
Lempira que es el semillero más hermoso e inmenso de niñas y niños lectores de
Honduras.
Desde
aquel tiempo hasta este día he seguido la poesía de Alfredo Pérez Alencart, una
poesía que no quiere verse bajo un paraguas sino bajo el cielo, a veces
haciendo gala del raigambre clásico, otras totalmente experimental, grandes
trazos de prosa poética, testimonial y simbólica que vuelve sobre el éxodo de
los hombres y sus recuerdos sencillos
para sostener la memoria histórica, la resistencia cultural, la reminiscencia
oral y la cultura académica.
Una
de las certezas de la obra de Pérez Alencart es su vitalidad y coherencia. Sin caer en los argumentos éticos, ni
extraliterarios, quiero agregar que la grandeza de este poeta no es sólo su
materia poética sino su vida, su bondad, la capacidad que ha tenido para bregar
en el mundo de las instituciones de España y de América Latina a través de la
gestión cultural y así enlazar mundos, borrar las fronteras, unir públicos y
creadores, hacer puentes intergeneracionales, crear espacios de edición que
posibiliten visualizar a la poesía y a los poetas.
Marcada
por el adiós y por el regreso, o más bien por una clara añoranza, en su poesía
resplandece la gran selva amazónica, los pequeños poblados, la infancia, el
verano entre las cigarras, el ruido de las grandes ciudades, sus máquinas
engullendo la ternura, la noche de las lejanías americanas aferradas apenas a
las luciérnagas del descampado; marcada por esa vocación cavafiana de vivir
entre el filo del transcurso y del éxodo (“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/
pide que el camino sea largo”), su poesía se establece e indaga ese ideal de
ciudadano del mundo y propone el de habitante o hacedor del mundo.
En
el viaje el hombre no sólo sobrevive, sino que descubre, asiste al asombro; este
viaje en la poesía de Pérez Alencart propone con cierto misticismo la pérdida
del miedo a la soledad, entre la fiereza postmoderna; el hombre en su presente yace
apenas escudado en su antigüedad, ante el botín de los objetos y las ideas
nuevas; en ese sentido el poeta invita a no temer y a impregnarse de la vida
entera, ir por el mundo y los instantes “expuesto a las inocencias”.
Y
esas designaciones tan lejanas y tan nuestras en la poesía de Pérez Alencart, no
son nombres geográficos, de personas o de plantas, son universos simbólicos que
sobreviven en la memoria o más bien el equipaje espiritual de los hombres y
mujeres que para llegar al sentido de su vida han tenido que marcharse del
lugar en que nacieron, obedeciendo a la antigua vocación de ser aquello que
está más allá del horizonte. El poema entonces es abrigo y clarividencia que
llama para reconciliarnos con lo que somos, no para resignarnos a un
determinismo; esta poesía no quiere vanagloriarse del sólo formalismo poético,
es más bien, transparente, cálida, inundada de la experiencia y el testimonio,
llena de paisajes que fueron vistos o presentidos. El poeta es ante todo
mensajero y cronista, oficio humilde que ha de salvarnos.
Alfredo
Pérez Alencart, nació en Perú en 1962 y vive en España desde 1985, incluso en
una entrevista hay una frase de Alfredo con un alto sentido del humor sobre su
llegada a España: “Descubrí este país el 12 de octubre de 1985. Y no es
broma.”; es profesor
de la Universidad de Salamanca desde 1987. Fue secretario de la Cátedra de
Poética Fray Luis de León de la Universidad Pontificia (entre 1992 y 1998), y
es coordinador, desde 1998, de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que
organiza la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. Actualmente es
columnista de los periódicos La Razón y El Norte de Castilla, así como de
varios diarios y revistas digitales de España y América Latina. Ha publicado
más de veinte libros de poesía, ha sido traducido a 25 idiomas y ha recibido,
por el conjunto de su obra, el Premio de Poesía Medalla Vicente Gerbasi
(Venezuela, 2009), el Premio Jorge Guillén de Poesía (España, 2012) y el Premio
Umberto Peregrino (Brasil, 2015), además hay que destacar su labor como traductor
del portugués al español de más de cincuenta poetas portugueses y brasileños.
Un
poeta que ha cantado la memoria que le fue encomendada por los ancestros,
hombre entre mundos que entendió que sólo uno es el más habitable: el de la
esperanza y la creencia, tal como lo designa al final la poesía. Allá junto al
Tormes o en un claro de la selva amazónica, el poeta ennoblece el idioma y la
vida del hombre que decide ser libre y se expone ante la vorágine para que el
tiempo que se agota y germina le vea a los ojos y aprenda la entereza, la
poesía, esa otra manera de siempre dignificar lo visto, lo recordado, lo amado,
en este tiempo y en otro que siempre ha de ser hoy en la voz del poeta. Alfredo
lo sabe, es un maestro de nuestra poesía.
POEMAS DE ALFREDO PÉREZ ALENCART
NO DEJARON CAZAR A DON LUIS SANIHUE
No dejaron cazar a don Luis Sanihue
en el territorio que conmemoraba sus latidos.
No lo dejaron entrar.
No quisieron que buscara comida.
De pronto las leyes protegieron al turista
y no al nativo; a las petroleras y no al poblador
del bosque; al animal y no al hombre cuya etnia
por siglos se sirvió de fauna y flora con prudencia.
Viene y van, mostrando vergonzosas licencias, aquellos
saqueadores de especies y pósimas ancestrales;
pero el guadabosque comunicó a Sanihue
que ya no tenía ningun derecho a mitayar
sobre el suelo de Tambopata-Candamo.
El mundo está al revés; se dijo.
Colgó arco y flechas y se dejó morir
de hambre.
***
La
costumbre de vivir del recuerdo enseña que el amor tiene un espacio donde algo
sucede si el lugar se nombra. He vuelto con esta tarde amarilla que me asoma a
lo pasado, con el horizonte caldeado por el antiguo anhelo de poner los pies en
la tierra primera. Desde la fábula nombro al puerto de los recuerdos y digo
“¡Abracadabra!” Entonces se van abriendo las diáfanas ventanas de la infancia:
las calles polvorientas se inundan de luz, los mosquitos zumban en el aire
calimoso, la plaza se adecenta y huele a mango y tamarindo.
DIGO TODAVÍA
Rostros que no
desaparecen,
pájaros que no se pierden.
Todavía apoyo el corazón
donde se transforman las
distancias.
Todavía obtengo costuras
del pasado,
aires incólumes de la
tierra
y hasta cierta eternidad
caritativa.
Digo todavía
como quien demora un
trueno,
sólo para no salirse de
los recuerdos
que ahora le alimentan.
LUCIÉRNAGAS
Me acerqué al
encantamiento.
Vi farolas al crepúsculo,
mecheros encendidos como
fuegos
aleteados.
Dádivas volando, centellas
delante de mis ojos.
Fue en el tiempo de la
infancia.
Fue cuando se tejen
asombros
a la luz de las
luciérnagas.
VUELTA A CASA
Un perro olfateó
mi ropa de forastero
tras largo viaje.
No es visión pasada.
Ayer llegué
a la entrada del pueblo,
pero el perro
no me deja pasar,
aunque
le muestre ternura
o la foto del abuelo
que era de aquí.
Hundo las manos
en esta tierra
y luego me embosco
entre las ramas
del recuerdo
CUATRO
De niño vi cómo el viento
hacia volar a Marilyn Monroe.
Ella asomaba desde la hoja de un calendario que el viento
había arrancado del desvencijado taller
donde arreglaban la moto Honda chacarera de mi padre.
Ella asomaba desde la hoja de un calendario que el viento
había arrancado del desvencijado taller
donde arreglaban la moto Honda chacarera de mi padre.
Vi volar a Marilyn
regalando su blanca piel a los aires
y al imaginario de un ser despertando al alboroto de la carne.
Todavía hoy me froto los ojos
y ella aparece ondeando clarísima sobre el aire,
regresando sobre mí, volando conmigo entre árboles y luciérnagas,
entre lloviznas e infancias que no se arrugan
con el paso de los años.
y al imaginario de un ser despertando al alboroto de la carne.
Todavía hoy me froto los ojos
y ella aparece ondeando clarísima sobre el aire,
regresando sobre mí, volando conmigo entre árboles y luciérnagas,
entre lloviznas e infancias que no se arrugan
con el paso de los años.
Marilyn tanteaba mis
cabellos y con sus labios llenos de carmín
parecía desearme buena suerte.
parecía desearme buena suerte.
Voy creciendo
pero sigo esperando aquel mismo viento.
pero sigo esperando aquel mismo viento.