No soy muy adepto a los análisis desde la perspectiva psicocrítica,
especialmente a los que en su radicalidad intentan inclinarnos a la sola personalidad
del creador, pero sería interesante visitar este libro desde esa mirada
teniendo de base (y esto no es negociable) la conciencia histórica de la década
de los ochenta para tratar de ahondar en las sombras, la luminosidad, los
miedos y los fantasmas que rondaban la vida, no del poeta, sino de una sociedad
entera surcada por este laberinto experimental del que fuimos habitantes.
“Hace
unos/ años/ no
pude/ ser comunista,/ porque estaba/ ocupado/ tratando/ de
ser un niño.”
escribe el poeta hondureño Rubén Izaguirre, un poema de brevedad descomunal que
pesa lo que pesan las traiciones, los muertos, la pudrición de la soberanía, el
asesinato de la cultura civil, la instalación del abuso en la década de los
ochenta y su continuidad hasta nuestro presente. En Dennis Ávila es igual de dolorosa esa
recuperación de la memoria de un tiempo angelical; el idilio ha sido llevado a
la hoguera; no puede ser sólo lúdica la naturaleza de esta poesía; “La infancia
es una película de culto” nos plantea una estructura poética, tratada con maestría
y en sus trasfondos nos confronta, nos pide regresar con plena serenidad y
armados de una conciencia política que trascienda la adopción de una postura y
más bien nos permita consolidar una forma de vida donde el mayor ejemplo de
ciudadanía sea la imaginación, la sencillez, las esperanza, la ilusión, esas
palabras que sólo tienen sentido en la infancia porque sistemáticamente los
adultos les arrancan sus significados.
Una poesía como la de Ávila, en este libro, me permite
decir que el poeta nunca se fue de casa o que más bien, siempre regresa a ver
el viejo televisor blanco y negro, a recoger la pelota de plástico forrada en
la potra interminable de la niñez; una poesía bien escrita, si, es verdad, pero
es una poesía publicada en Costa Rica sobre Honduras y sus verdades: el padre descalzo de Dennis ante sus primeros
zapatos es mi padre descalzo con sus pies de diecisiete años contemplando la
imposibilidad del mundo que lo invita a caminar; el descubrimiento del mar del
sur golpea las ceibas de la tierra adentro, cada poema del libro hace justicia
de un mundo sencillo, de una cotidianeidad antigua que resguardaba los grandes
valores de la vida y sin caer en la denuncia crasa, expone como la decadencia
política inundó con su baba la hermosura de lo que pudo ser un país.
Cuando pienso en Dennis Ávila, intento encontrar en su
éxodo voluntario en Costa Rica, el sentido de nuestras vidas como escritores
aquí en el “país de las pesadillas”, pienso en el magnífico gestor cultural que
se nos fue y que ahora abre espacios y da su batalla porque la poesía sea signo
de testimonio y evidencia no sólo estética sino ciudadana, lo veo allá,
editando libros de poetas de todo el mundo, fortaleciendo el festival de poesía
de Costa Rica cuya existencia hace inmensa aún más a esa tierra, organizando
actividades culturales junto a su esposa, la poeta Paola Valverde Alier, ambos
incasables, constructores de una fundación donde la sensibilidad tiene las
ventanas de par en par hacia el futuro. Qué poeta más inmenso es Dennis Ávila,
lo digo así de una vez, dejando al lado mi formación teórica y viendo de frente
este libro como un lector cuya única arma es el asombro y el descubrimiento. He
llorado transcribiendo el poema “Los pies en la tierra” porque escribía mi vida
en la noche de noviembre, porque dibujaba con las palabras de Dennis, otra vez,
los pies de nuestros padres pobres, luminosamente honrados, porque me mancha la
sal de la injusticia y porque yo soy testigo que pocas cosas han cambiado con
las niñas y los niños de mi tierra.
El poeta Fabricio Estrada reseña de manera genial el
libro de Dennis Ávila, en unas palabras que hacen justicia de su poesía y de nuestro tiempo “leyendo estos poemas es a esta revelación
donde llego: un niño, una niña, es el antihéroe de lo humano y siempre nos
salvará del vacío una vez caídos en él, o de la amargura, una vez que olvidemos
lo que hemos sido en nuestra etapa más sensible. Vendrá el niño o la niña con
su capa desplegada, con su instrumental de fantasía y sentido práctico, verrà l´infanzia e avrà i tuoi occhi. Un niño/ toma prestadas mis
palabras./ A cambio recibo su forma de mirar. Mirar como si fuera el último juego. De haber sabido
que era el último juego ¿Qué hubieras sentido? Mirar como si el honor tuviera
que ser saldado sobre una partida de canicas, ¿Qué honor limpiamos ahora luego
de ser humillados una y otra vez? Mirar al fantasma de la abuela sacando los
libros del librero ¿Qué secreto seguimos buscando en los libros que nos hereda
la noche?”
Dennis Ávila, poeta
nuestro, con este libro se revela ese país que las bestias también han
secuestrado y que hoy podemos salvaguardar luchando cada día por él: el país de
la infancia. Yo quiero, allá en tu lejanía saludarte con unos versos del
hondureño Jaime Fontana, clásicos, menos ingratos que los pronunciados por
Roberto Sosa (La niñez, aquella de los
cuidados cabellos de vidrio,/ No la hemos conocido. Nosotros nunca hemos sido
niños.), pero que igual encierran
ese regreso a los cimientos de un tiempo inacabado: nuestra infancia “…esta es la tierra nuestra, la amorosa, la que espera a sus niños,/ aquí
esparcen su calcio generoso los huesos de mis padres/
y el calcio va a la hierba y hace al pino más
jubiloso y alto:/
así trabajan todavía quienes nos prestaron la
sangre.”.
Portada del libro "La infancia es una película de culto" editado por Perro Azul
POEMAS DE "LA INFANCIA ES UNA PELÍCULA DE CULTO"
IV
No conocí a mi otro abuelo;
fue asesinado
en mil novecientos setenta
y seis.
Matarlo fue la única forma
de callar su revolución.
Hombre visionario,
fundó la escuela
y el centro de salud en su
comunidad.
La autopsia a su Ford
reveló ochenta
perforaciones de bala:
solo una le tocó el
corazón.
Aunque no pudo abrazarnos
es el abuelo de treinta y
siete nietos,
árbol ancho y grueso
en el que caben todas
nuestras sombras.
LOS PIES EN LA
TIERRA
Intento imaginar
los primeros zapatos de mi
padre.
¿Tuvieron el color que
surge
en la corteza de los
árboles
cuando va a amanecer?
¿Sus cordones fueron
implacables,
como aquellos que amarraron
la leña de las haciendas
vecinas,
que él y sus hermanos
ansiaron en los días
lluviosos?
La suela, ¿lo suficientemente
gruesa
para aplastar espinas?
El tacón, ¿inamovible,
capaz de entender un nuevo
equilibrio?
Delgado, sin duda, el
camino de sus hilos
en esta dimensión
desconocida
por unos pies descalzos.
¿Los tomó de alguna
estantería
o salieron del corazón de
un zapatero
directo a sus pies?
¿Temió gastarlos, a las
cinco de la mañana,
para arrear las vacas
de los señores feudales de
su infancia?
¿Los llevó a la escuela en
su jornada mixta
o al vender melcochas
antes y después de cada
clase?
¿Alcanzó los labios
de alguna muchacha que pudo
visitar,
por fin, con los pies
limpios?
Siempre me conmovió
la historia no contada
de los zapatos de mi padre.
EL BARRIO
Siempre era Navidad
en la casa de enfrente,
gracias a doña Rosario
y sus flores de pascua.
Existía el deseo de ayudar
y cuando nos caíamos
doña Tina costuraba
la herida en nuestros
pantalones.
Si no queríamos ir a clases
doña Gera nos inyectaba:
no era una bruja
cualquiera,
en su patio había un pino
inmenso,
un cohete temporalmente
estacionado
que al despegar
arrancaría su casa de raíz.
Don Noé y Pedro,
padre ebanista, hijo
carpintero,
hacían muebles y puertas
para otra dimensión.
En esa época fuimos niños
José, Samir, Mauricio y yo.
Cada año que se iba
un pez moría en nuestras
manos.
LOS NIÑOS DEL
DR. HELL
Trazábamos una
circunferencia.
En el centro, como la marca
de un compás,
hacíamos el agujero
para meter las canicas
que el vencedor se llevaba
a casa.
Los grandes odiaban
que un niño más pequeño
ganara;
me echaban tierra en los
ojos
y atacaban como cuervos.
De aquella nube de polvo
surgía la respiración de mi
hermano,
el gordo más ágil del
barrio.
Todavía tengo en mi corazón
su voz diciendo malas
palabras.
Amaba su heroísmo:
esa necesidad de salvar mi
honor
y el de la familia.
Mis piernas dejaban de
temblar
y me lanzaban a la pelea
para justificar mi sangre
en la nariz.
Pero de los dos, él era
Mazinger Z.
Solo mi hermano pudo
derrotar
a los monstruos mejor
armados
de nuestra niñez.
LA MEMORIA POR
DENTRO
Las personas con Alzheimer:
¿recuerdan los besos
verdaderos,
las guerras infinitas,
el cúmulo de atropellos y
venganzas
tras la vía láctea de sus
vidas?
Esas manos que parecen
buscar un mapa,
¿en qué rostro están
pensando?
Para ellos un mausoleo
no es un álbum de lápidas
sino almanaques vacíos,
paralelos
al limbo de cosas por
volver.
Su memoria es un columpio:
una canción
puede enviarlos a la
infancia
o traerlos de vuelta
con la mirada sucia de
futuro.
Una mirada que se dilata en
el aire,
como si allí naciera
la epopeya de los recuerdos
y no la urna donde habita
un sufragio de caminos
disecados.
Uno piensa que no debe
haber
nada más triste
que el olvido del
Alzheimer.
Pero hay quienes cargan
hasta el final de sus días
una amarga niñez.
Dennis Ávila (Tegucigalpa, Honduras, 1981). Poeta y narrador. Fue miembro fundador de PáispoEsible. Ha publicado los libros de poesía Algunos conceptos para entender la ternura (Sexta Vocal, 2005), con segunda edición en El Salvador (Leyes de Fuga, 2005); Quizás de los jamases (Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2008), Geometría elemental (Casa de Poesía, 2014) y La infancia es una película de culto (Ediciones Perro Azul, 2016), segunda edición (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016). Obtuvo el Premio Único en el Certamen de Cuento de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (2005) y la Mención Honorífica en el Premio de Narrativa Hibueras (2006). Ha participado en eventos literarios en Centroamérica, Puerto Rico, Cuba, Estados Unidos y España. Su poesía se encuentra seleccionada en las siguientes antologías: Versofónica (20 poetas, 20 frecuencias), Papel de oficio (Cuadernillos de Poesía PaíspoEsible), Chamote (Antología de poetas latinoamericanos), en el segundo tomo de Voces de América Latina (Media Isla Editores) y en el primer volumen de IL FIORE DELLA POESIA LATINOAMERICANA D’OGGI Raffaelli Editore. Su obra ha sido traducida al portugués, inglés, árabe e italiano. Desde el año 2007 radica en Costa Rica, en donde se desempeña como Director Adjunto y Coordinador Editorial en el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica.