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Cuatro poemas de "Visión de las cenizas"


Estos poemas fueron escritos, entre mis diecisiete y veintiún años, pertenecen a mi primer libro “Visión de las cenizas”; muchas veces me preguntan por esos años y por ese libro, mi respuesta siempre ha sido que se trata de un libro auténtico de un poeta joven, sin ninguna pretensión y más bien con un solitario entusiasmo.
Ya han pasado más de veinte años desde su escritura y unos doce años de su publicación. Hace unos meses el escritor Albany Flores me hacía una entrevista y me preguntaba sobre “Visión de las cenizas” entre otras cosas; volví a recordar el librito y por eso publico estos cuatro poemas que tomé del libro por breves, uno de ellos “Caminar” se hizo canción con Café Guancasco y la gente lo hizo bandera en ciertos días oscuros de mi patria.


POSDATA

De los techos caen vino y voces.
En las esquinas de lo escondido, una tristeza
hunde claridades, deja sin lumbre al viento.  
Una tristeza, delgada y lenta
que se confunde con el filón vertebrado de sosiego.
 
La inmesidad cruza los campos, las luces,
las despedidas.
¡Distancias rurales, templos de voces que huyen!
Umbrales, nitidez de una tierra sin plegarias.
No se cree en la tertulia de un claro en las enramadas,
en la pesca de capullos
o en la hecatombe del grillo entre los linderos de la grandeza.
 
¿Qué paz adornar con la ofrenda del descanso?
Cantos de pueblos que se quedaron solos.
Estrellas que regresan cuando la noche abre su barbarie.
¿Dónde esconder las ventanas
en que se anclaba el amanecer
o las golondrinas de vuelos herederos de relámpago?
¡Caminos rurales! sombras que el corazón esparce.
Los sueños sin limosna en los arados
aprendieron del polvo que se eleva despidiéndose.
 
A veces, la vida se resume
en la conciencia de un hombre que ve su terruño desde un otero
para luego irse con el recuerdo
de quienes se quedaron para siempre
a escuchar el estallido del adiós en las puertas derrumbadas.



FUGA DE LA CLOROFILA MUERTA  

El otoño es algo más que un piano de hojas disuelto en el aire.
Más que una acumulación de labios
bajo los sauces de las planicies y de las ciénagas invisibles.
 
Hay en el paisaje lenguas escondidas
para saborear la alborada de la pesadumbre
y los caminos desiguales que dan al nacimiento de la luz.
Hay seres mendigos del jardín que sembraron junto al alba
y otros caídos en la herencia del rocío.
 
En el campo aprendí a tocar las dormilonas, al mediodía,
a escoger la sal necesaria para señalar el camino de la siesta,
a saber cuándo el pudor se vuelve insomnio
y dónde la soledad aglutina ombligos y paladares
y dónde respiran aquellos
a quienes nunca les susurraron las palabras
ventana                  fiesta                      alegría.
 
La hecatombe de la clorofila en la tierra,
su pasto apenas sinfónico, es decir, su otoño,
se ha borrado de mí, y quedan nada más
los cascos de la intemperie sobre las distancias
y un hombre cuyos ojos anuncian que sí,
que las alondras y las catedrales
en la multitud de caminos y crepúsculos
jamás se adosarán al pan y al hartazgo.



CAMINAR

Caminar con el sueño para reinventar los caminos.
Caminar a mediodía, caminar a medianoche;
dejar que la calle deambule hasta el fin.
Caminar despacito, con los pies maniatados,
con el canto de los gallos en la frente.

Decir palabras al caminar,
r í o
con voz fluida, plena, danzante
y sentir el agua que escurre por los dedos
y ver que por nuestro pecho pasan hojas secas,
piedras agujereadas, campanarios vacíos,
noches solas y saber que somos nosotros
quienes reflejamos las estrellas.

Irnos desde la plaza hasta las casitas
que tienen una puerta y una ventana
por donde pasan el cielo y los mercaderes de pájaros,
entrar,
lamer sus paredes de barro huesudo,
alumbrarnos las manos con la única vela,
besar en la frente a esa niña que abraza nuestras piernas
y nos recuerda los solsticios de la sombra.

Caminar y ver de reojo al pueblo mordido
por la paz y la tristeza.
Caminar con la tierra nocturna,
con algunos gatos que renunciaron a los techos y a la luna.
Caminar sin sacudirse el polvo,
sin limpiar los besos de nuestra cara.
Caminar hacia atrás
para que la vida sepa que nunca le dimos la espalda.
Caminar para resucitar el milagro de la bienvenida.
Caminar sin tregua, con los ojos cerrados,
con una corona de flores de acacia,
caminar descalzos en el astillero del plenilunio,
arrastrar el desvelo de los agonizantes,
traer pájaros en los bolsillos por si nos aburrimos,
traer siempre el pasado y su bostezo de centellas.

Caminar y reír porque las campanas despiden la distancia
que nos ve con misericordia;
detenernos para decir nuestros nombres, para ser viento
o granos de maíz o sabernos minerales o un estornudo
y caminar nuevamente con la lengua de la memoria,
con las deudas. Caminar y bendecir todo
y quebrarnos los huesos con alegría
porque dejamos de ser resacas del olvido
y profetizamos con nuestros pasos la virginidad de la tristeza
y la mansedumbre implacable de la caída.




DIBUJO
 
Con la noche y un pedazo de antigüedad retoco una estrella. 
Resbalo mi lápiz por los contornos de su vientre;
su aliento, en llamas; su voz, esparcida.
 
Sé que mi ventana perdió la destreza de gozarse ante la fe
y que nada quiere saber de los cantos que allanaron las fiestas;
pero está abierta con la tibieza mansa de las lluvias
con la emboscada perpetua del sueño en los jardines.
 
En una calle retorcida las sombras sacrifican sus raíces.
Espejo, oruga de un himno. El viento
es la nota musical de una piedra.
Azul en la retina del infinito, pincelada para los viejos
que dieron nombre a cada hoja llevada por el aire.
 
Pájaro nocturno, solitario, ¿buscas tu huevo?
¿acaso no es la luna?
El cielo cabe en una botella de cometas, el cielo
está esculpido en las voces que espantan a las hormigas.
 
Negro. La noche. Amarillo. Semblante.
Los tejados son veleros y este naranjo un tobillo descalzo.
Retoco una estrella, olvido las ventanas sin rostro
–banquete de ojos cerrados-
 
La muerte está lejos. La estrella en mis manos.














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