Este texto es una crítica realizada hace muchos años en el
marco de la Bienal de Honduras. Escribirlo me generó la adversidad de la gente
que no tolera la opinión sobre el acontecer cultural; publicarlo de nuevo es
admitir que no está cerrada ni su valides ni las interrogantes que plantea aunque el contexto haya cambiado un poco.
Hay mucho que aprender sobre el papel de la cultura en la
vida democrática y ciudadana. Los discursos culturales de las instituciones en
Honduras siguen siendo unilaterales, patriarcales, machistas, no son inclusivos
y se empeñan en marginar educadamente a las mujeres, especialmente a las más
jóvenes.
Las instituciones culturales hondureñas tienen una fuerte
carencia y es la falta de expertis a quienes las atienden, esto no es un ataque,
es un mal mayor que se puede apreciar desde la misma estructura estatal, la
Dirección de Cultura, por ejemplo.
INSTITUCIÓN, ARTE Y CRÍTICA EN HONDURAS, POSIBLES MIRADAS
La cuestión es que la crítica no tiene tareas de justificación,
sino de apreciación; su esencia es reveladora porque admite la posibilidad de
dar cuenta del arte y su discurso; pero la “institucionalidad arte” en este
país, la ha mandado a la periferia, y lo otro, más grave, a rebuscarse entre la
curaduría empírica frente a la institución patrocinadora, la obra y frente al
artista.
Es de ese modo porque cuando irrumpe el discurso del Arte
Contemporáneo en Honduras a inicios de los noventas casi no existía la crítica
(¿Existe hoy?) se hacían apreciaciones desde la sociología, la historia,
incluso desde cierta ideología política, así es necesario replantearnos este
aspecto; ahora bien, cuando hay un salto estético o un salto generacional de
nuevos creadores surge la necesidad que esos discursos estéticos se validen, el
lío es que la institución sólo tiene un chance para validarlos y es cederles el
espacio; me explico, las primeras expresiones del Arte Contemporáneo en Honduras
se legitimaron con base en el criterio de “espacio”: el salón, museo, la
galería…, ese referente inmediato que por mecanicismo permitió el mensaje que “todo
lo que se cuelga en un espacio de exposición con tradición es arte”, el lío con
esto es que hay un arte que no buscó la institucionalidad porque se le negó,
hablo de grupos como La Cuartería, cuyas primeras exposiciones fueron en
espacios públicos, en casas familiares de colonias populares de la ciudad, estos
chicos, representaron uno de los mejores instantes históricos de nuestro arte;
lo importante es que estos ejercicios ya sea los que se instalaron en los
espacios institucionales y en la periferia requirieron de una crítica diferente
que lógicamente comenzó a estructurarse y que tiene su mayor representación en
Carlos Lanza y luego en Ramón Caballero.
En el caso de la curaduría estamos en pañales; no se acompañan
procesos de artistas, sino facetas finales, las instituciones le apostaron a
formatos para relleno y no a verdaderas discusiones curatoriales, no digamos
críticas. Lo otro es que a quienes escriben sobre arte no les abrieron espacios
institucionales, no se les dio apoyo alguno; es más cuando se organizaron los
nuevos eventos con perfil internacional, vimos la importación de “críticos” y
la puesta en escena de una serie de “aventureros locales” con mínima
experiencia y sin un verdadero proceder intelectual. Otro dato interesante es
que a las pocas personas que escriben con seriedad, les tocó desdoblarse para
hacer curaduría. En el caso institucional se comenzó con una intento curatorial
basado en unos criterios de selección cuya norma era el “estándar internacional”
creyendo que eso nos llevaría a algún lado, el problema es que olvidaron el
arte que se hace aquí, sus características y propia evolución, y lo más grave
impusieron normativas y procedimientos a unos artistas que no tenía experiencia
en esos procedimientos, esta arbitrariedad causó rechazo, fue excluyente o en
algunos casos admitió a aquellos que repetían el guion institucional, calzaban
en su lenguaje o tenía experiencia en eventos internacionales lo que les permitió
sobrevivir. No importan los casos, importa que la curaduría se volvió “requisito”
y no ejercicio estético. No nos hemos percatado aún que el ejercicio curatorial
es sobre la obra de arte y no sobre lo que el artista dice. Estamos en un país
donde un sociólogo del arte sería feliz haciendo un análisis de las obras
contadas, narradas; aquí hay más artistas con obras pensadas que hechas; lo que
no es dañino cuando es un proceso mental de un artista; el problema es que
ahora la moda es nada más contarlas y el curador seguramente dice: "me has
contado bien tu obra, es un gran cuento, entonces será una gran obra",
humor aparte, el escritor Armando García en una auto presentación de uno de sus
libros para burlarse de este contexto, que es igual en la literatura como en
las artes visuales de Honduras, decía “Soy el escritor con mayor cantidad de libros
pensados en Honduras”.
En Honduras, el andamiaje institucional ha hecho enormes esfuerzos
por enraizarse; por ello al hablar de institucionalidad hay que enunciar
algunos aspectos que parecen valiosos de discutir: una institución no es un
punto de llegada ni de partida, es una estancia de un proceso que puede darnos
grandes lecciones como el orden, la organización, la historia, la orientación
para acercarnos al arte; pero no para tener visiones deterministas del arte, ni
para que los artistas, poco acostumbrados a este referente (en el caso local),
pierdan su carácter, se les cargue con un programa artístico y terminen
haciendo lo que dice una institución y sus estatutos. Una institución debe
evitar ser un señuelo, debe levantarse como un camino a seguir, pero no debe
negar otros caminos; sino caemos en una trampa harto conocida, y es la de los
artistas educados, bienmandados, y por otro lado, la del artista rebelde que no
se deja llevar. Es arriesgado referir en cuál de las dos orillas podemos
encontrar un arte auténtico, porque ambas orillas pueden dar sorpresas y
decepciones.
Las instituciones encargadas del arte en Honduras deben
aprender a dialogar no sólo con sus proyectos o con los artistas de su
elección, sino con todo el hacer artístico: arte-crítica-investigación.
Preocupa esa noción del evento en casi todas las instituciones hondureñas, la
del espectáculo y la del diálogo superfluo. Hay que superar el evento y asumir
la noción de proceso, y por supuesto, las libertades institucionales y sus
propuestas sobre la orientación de un evento, un concurso, un proceso, no deben
ser arbitrarias, cerradas y discutidas por unos cuantos, es decir, por su
insigne burocracia. Si una institución lo hace de tal modo deja al margen todos
los hechos artísticos que suceden en el arte de un país.
Los últimos eventos del arte hondureño muestran salones
repletos de abarroterías, exposiciones fantasmas o la aventura con tres cosas
colgadas en una pared nada más para obtener requisitos y puertas abiertas en
las flojas bases de eventos mayores, hojalateros pirotécnicos, o como decía
Pablo Zelaya Sierra: medalleros. Poca cosa.
Otra trampa es la del llamado artista joven, ¿hasta dónde y
hasta cuándo se es artista joven y hasta dónde hay que seguir insistiendo en
ellos? Es mejor ofrecerles espacios de reflexión y de gestión cultural donde,
según su intención y posibilidad, hagan sus proyectos, se den cara a cara con
su talento o con sus carencias y así las instituciones evitan ser niñeras de
artistas para toda la vida. Juan Carlos Mestre, un poeta español, dice; Después
de Rimbaud, todos somos artistas viejos…Tanto la crítica como la institución deben afrontar retos
mayores como amalgamar un discurso crítico actualmente disperso a nivel
nacional, formar un espacio de entera discusión del arte, que no sea la crítica
un adorno o un látigo voraz.
Un crítico vuelve siempre sobre su visión del arte, le
apuesta a algo; su naturaleza esencial no es siquiera la alerta o la presteza
para orientar. Sin embargo, a estas alturas nuestro contexto exige mayor
observación, mayor investigación y mayor documentación. La crítica tiene como
tarea demostrar en primer lugar su validez ante el arte, obviar la ilustración,
la compañía, el hechizo bufón, la versión de aval, las conductas referenciales,
y explorar con ánimo, desde la teoría misma la naturaleza de lo que se hace hoy
en Honduras.
Otra cosa aún más falsa en el trasiego
arte-institución-crítica es la percepción basada en la "democracia"
más que en la inteligencia: cualquier persona de insalvable formación toma al
azar piezas de arte y desde ahí sesgadamente determina a un artista, niega su
propia evolución o simplemente borra a otros.
Una pregunta central en este texto es ¿los eventos de arte
que existen en Honduras realmente son una imagen confiable de la producción
artística nacional? Y a esta se une una pregunta de igual importancia, ¿si
nuestra crítica es un muestrario de los conceptos de un crítico, una carta de
presentación a las instituciones o un texto esperanzador para no herir la
autoestima de los artistas? Resueltas estas preguntas se entiende mejor al
artista que pretende estar cerca a los paradigmas que definen las instituciones
que reciclan obras de arte. Para el caso las últimas obras de Santos Arzú no se
proyectaron al margen de los eventos, sino como centros, son "su propio
evento"; nunca fueron pensadas como posibles requisitos para ser parte de
un proyecto, sino como obras de arte. Lo mismo ha pasado con Adán Vallecillo,
Ezequiel Padilla y Alex Galo.
A estas alturas parece que la sintonía de nuestro Arte
Contemporáneo con las manifestaciones continentales es preocupante, porque
muchos artistas no entienden su responsabilidad con el arte y la historia, ya
que asumen que ser transgresor es ser contemporáneo y actual, que su aparición
en los eventos es lo más cercano al éxito, que el reconocimiento mayor deben
ser sus ocurrencias inmediatas y no ese solitario instante cuando al fin de sus
manos o de sus ideas surge una obra de arte, y que es ahí, en ese bienestar
íntimo, auténtico y vital donde está el éxito. Hay que volver sobre la
producción nacional y valorarla desde unos cimientos intelectuales que se
confabulen con lo que se ha logrado en nuestro circuito.
Arte, crítica e institución es una de las discusiones que
nunca se resolvieron ni se afrontaron en Honduras por aquello de quedar mal con
la burocracia artística, con los cuatro críticos de arte ya conocidos y los
pocos artistas que valen la pena en este país. Volver al tema no es caminar de
nuevo, es desandar, desanudar nuestros pasos para verificar si estamos frente
al futuro o nada mas le estamos haciendo un guiño.