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Noé Lima, la edad perdida de la poesía


Desde que leí por primera vez a Noé Lima, hace unos catorce años, me asombró su poesía y me volví uno de sus lectores.

Siempre he seguido la pista de este poeta salvadoreño, desde sus años en el Grupo Tecpan, su cercanía con los poetas urbanos y experimentales de la ciudad de Guatemala a inicios de siglo, los encuentros de PaíspoEsible, su estancia en España, donde más de una vez planeamos encontrarnos mientras yo viajaba por Europa para continuar aquellas conversaciones que dejamos inacabadas en los bares de la zona 1 de ciudad Guatemala; además, claro, sus libros y sus publicaciones en línea siempre han sido testimonios necesarios no sólo de una poética, sino de su idea de la vida y de la auténtica manera en que él vive y se expresa.

De aquel tiempo, de aquella primera sorpresa, como siempre sucede con los poetas que se arriesgan más allá del límite tradicional o que son luminosos desobedientes de lo que dictan las academias, las vacas sagradas, o la militancia a favor de alguna razón o sinrazón política o ideológica, de allá viene mucho del impulso por escribir sobre su poesía; pero también el tiempo nos ha permitido ganar en lecturas y en experiencia, y hoy, mientras lo leo de nuevo, asisto nada más a reafirmar mis opiniones o más bien los criterios que definen a tan grande poeta: sus alucinantes metáforas arraigadas en la versatilidad oral más que en esas formas cultas y aburridas de mucha poesía que le responde a la poesía y no a la vida, en ese sentido los poemas de Lima son animales ahogándose en la baba de nuestro lenguaje, el realismo en el que insiste su poesía, la crudeza de la venganza del poeta ya no como testigo de una época o una causa sino como la piel misma del desaliento, el erotismo del cuerpo que se despedaza ante otro cuerpo como feroz prueba de la entrega, la mundanalidad de la poesía y su negación como esencia arcana. Una poesía que necesita ser recogida del suelo como arma y no como ala o como flor; una escritura cuya furiosa verdad poética insiste en quitar lo enigmático del poema y dejarlo a hueso vivo. ¿Y el poeta?, el poeta desde esta visión ya no es elegido de los dioses, ni instrumento donde resuena la espiritualidad, ni la tarjeta de invitación de la carrera de literatura, el poeta se suma a la normalidad visceral de los millones de segundos que infestan las venas de la alienación, su lenguaje entonces es luminoso no por la belleza, sino porque él mismo se ofrece como combustible para una pira, no puede ser de otro modo, los poetas auténticos se incendian a sí mismos para ser luz, no buscan la redención en ello, ni ser guías de un tiempo, simplemente asumen ser la edad perdida de la poesía entre la desolación humana.

En cierto modo la estructura verbal de la poesía de Noé Lima, denota un ímpetu violento, sus imágenes son lacerantes, fulgores que rechinan junto al asfalto. Desde finales de los noventas y a inicios de siglo, Lima era un poeta que se alejaba del sentido telúrico de mucha poesía centroamericana y discursaba como una fiera de neón que había recibido un escopetazo entre las periferias de nuestra marginadas ciudades, y este es quizá el mayor signo de su poesía: la urbanidad. Sin embargo no se entiende aquí la urbanidad como paisaje ni como escenario, ni como motivo snob para huir del color local, todo lo contrario, ese mundo era otro, era la umbrosa hazaña de un monólogo. Digo también que su poesía acopió todos los discursos posibles, los mutilados y los novedosos, los olvidados y los que aullaban en el presente para hacerse notar, a Lima le urgía (y le urge) hablar en presente y del presente, sabía que ese es el único límite posible para un poeta que tiene un lenguaje diferente y novedoso; su esencia existencial no es producto de un azar, sino del desastre de un tiempo. Hay que darle un alto crédito a Lima y es su personal búsqueda de una poética que materialice una sola causa: la soledad urbana de las periferias, y es de ahí donde brota la confrontación con un canon o con una “ética de la poesía” que muchas veces estancó a grandes poetas o negó a otros, y aquí no ejerzo una crítica política, sino más bien señalo el sectarismo de algunas generaciones por validar las nuevas voces de la poesía centroamericana desde su sola óptica ideológica.

De aquel tiempo en que leí los primeros poemas de Noé Lima, a este tiempo oscuro en mi país Honduras, donde sin duda la dignidad se pudre a la vista de todos y los fariseos políticos adecuan las cifras para armar el rompecabezas de la desgracia, mientras sus seguidores lamen su sol más negro, de aquel tiempo entre el humus de las madrugadas a la paz sospechosa de esta madruga que habito, ha cruzado frente a mí la poesía de Noé Lima, yo lo sé: el horizonte está en llamas.


BIOGRAFÍA

NOÉ LIMA (Ahuachapán, EL Salvador; 1971). Escritor, poeta y pintor. Fue miembro fundador y director del grupo literario Tecpán, de la Universidad Dr. José Matías Delgado. Desde 1994 participa en diversos encuentros poéticos, dentro y fuera de su país. Fue miembro del equipo coordinador del suplemento cultural “Altazor” del diario El Mundo de El Salvador. En su haber tiene los libros “Efecto Residual” (Ediciones Mundo Bizarro, Guatemala, 2004); “Erosión” (Editorial X, Guatemala, 2015); “Un insecto empalado en tu seno” (“La Chifurnia”, El Salvador, 2015); aparece en la antología “Subterránea Palabra” (Editorial THC, El Salvador, 2016) y “Zumbido” (Editorial Ixchel, Tegucigalpa, Honduras, 2017).




POEMAS DE NOÉ LIMA


ARMADURA


La piel es una baba temblorosa,

un ladrillo que arma muros
en este siglo de whisky y desgracias.

La piel respira peces gigantes en la lluvia.
Un guante blanco en el delirio
desvela el vocablo de la noche.

El corazón es un acróbata rumiante;
cae en picada
sobre el miedo,
ese granizo que mide parábolas en la lengua.

Hay un estruendo en la caída.
Un mes de abril nos ve de reojo,
reloj de arena verdugo en una cintura rota.

No puede ser sobreviviente del asco,
de romper esta carne armada de Parkinson,
de suicidas con la soga
/hecha lumbre en las mañanas,
de raticidas en la mesa del dormitorio
que roncan con nuestras penas.

No puede, ya lo dije,
resistir la mala gramática,
la hora pico de los lunes;
esa rabia de querer matar al inquilino del insomnio,
aprender la lección ortográfica de los ciegos.

La piel es un espejo con voces ahogadas.

  

LAS MOSCAS

No siempre gocé de compañía

Ni la de mis padres convertidos
en escamas menguantes

Ni la de los hijos que nunca tuve
los que tampoco
supieron desflorar el fémur roto
de mi canción lunar
ahogada en un charco de orina

mis gestos llenos de arañazos
mis ojos parecidos a las caracolas
con sus aguaceros de plumas celestes
que siempre terminan en tus brazos
y que supieron convertir
mi pecho en un estanque
no siempre gocé besarle el enjambre
de las lunas rotas a tus ingles
en algún poema de Li Po
después de usar una pistola
para apagarle el tacto a los calendarios
o simplemente hacer rodar la marea
de los gatos pardos
que anuncian el celo del rocío en tu tejado

No siempre créeme
estuve rodeado de moscas
que bostezan
sobre las doradas grietas del cenicero
o mi libro de Joseph Brodsky
la bisagra del sueño
que anuncia que la noche es una roca
en caída libre
y
que es una lengua donde cabe
la cavernosa sílaba de tu sexo
la curvatura del silencio
cuando el poema que te escribo
termine siendo ese sepulcro
donde quepan tu cuerpo
y los cerezos


EL NIÑO DEL TENEDOR

“Los muertos llevan alas de musgo”
Federico García Lorca.

Un bebe apuñalado con un tenedor este día
-me dice twitter-
para alimentar a los pájaros ebrios del rocío
y que estallen
como ellos saben en la ancha luz del insomnio
donde brillan los dientes sueltos de la luna
y la lengua convertida en un clavel
no deja de gemir en la oscuridad
que todos somos bocas tiznadas por la noche

yo escribo la palabra amor en su sangre seca
fosilizo un país completo
condecoro lirios con el frío de enero
bebo raíces amargas con el latido de yeso de mi mano
y dibujo

pronto amanecerá y la tinta habrá desgranado un nuevo cadáver en el pecho.

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